Sobre diagnósticos y convicciones.

El diagnóstico de la creencia sobre el recular de las religiones frente a las sociedades avanzadas se mueve entre estas dos cimbras:

a) sociedad desmembrada y “anómica”, sin sentido de la norma ni imperativo para su cumplimiento;

b) desviación de los fundamentos de la doctrina secular cristiana, que no por capricho o intereses espurios ha conformado un mundo bimilenario.

A estas dos conclusiones lleva el diagnóstico de los males que se ciernen sobre una sociedad objeto de sus cuidados maternales. Por descontado que dicho diagnóstico no es aplicable a la propia “institución”, dado que es ella la dispensadora de la medicina... si la dejan. Y además es eterna. Y además no teme a las “puertas del infierno”

El diagnóstico de la sociedad laica, con sus múltiples facetas interpretativas, es bien distinto:

a) su credo está vacío de vida que tenga verdadera relación con las inquietudes humanas; hoy, a lo más, su mensaje va dirigido a la epidermis emotiva;

b) su credo conduce a la miseria de la mente, agotado como está el recetario dogmático y argumental;

c) su credo no tiene sentido en una sociedad que, para funcionar, se funda en el conocimiento, en la verdad demostrada, que no en explicaciones míticas, apólogos o leyendas;

d) su credo en vez de liberar a los hombres --eso dicen pretender hoy--, ha tiranizado las conciencias durante muchos siglos y ya se sabe que "el gato escaldado del agua fría huye";

e) además, sus prácticas actuales se perciben como extravagantes, edulcoradas, anquilosadas y degradantes...

Más todavía y a pesar de la supuesta permisividad de las leyes democráticas, no perciben que lo que hay es lucha a muerte entre sociedades que pugnan por constituirse. Siguen creyendo que “su verdad” es “la verdad” y que, pronto o tarde, la sociedad volverá a sus brazos. Ese pensamiento les llevará a una muerte por anemia, sin atisbar por dónde comenzó la gangrena.

No, el mundo no está vacío de moralidad. La religión no admite que pueda existir una ética independiente de “su” moral; piensa que sólo ella es generadora de valores, supuestos verdaderos valores. Aunque muchos de los enunciados morales de su evangelio tengan validez y vigencia en la actualidad, esto no significa que el credo doctrinal lo tenga también.   

En esta nueva sociedad que nace y cuyo parto ya lleva unos doscientos años gestándose, germinan nuevos valores y principios éticos, pero la religión se resiste a darles carta de naturaleza, precisamente porque le va en ello su supervivencia.

Afirman que el movimiento de secularización del mundo está vacío cuando nada está más lejos de la verdad: es un nuevo mundo el que nace, despojándose a duras penas de la creencia y los submundos que la acompañan.

Hablamos de submundos compañeros de viaje de los credos e incluso novias de un maridaje de conveniencia, submundo formado por el sarpullido histórico de regímenes macabros que sólo han traído destrucción y muerte y de la vacuidad consumista que acompañó a las democracias basadas en el poder del capital. Porque se olvida a menudo el otro lado de Job: "el hombre occidental", cuyo sustrato cultural es católico o protestante, siempre ha presupuesto que la bonanza económica es una bendición de Dios.

Ciertamente que Occidente  ha gestado en su seno una doble corriente, por una parte un sentimiento de autocomplacencia egoísta y, por otra, que los movimientos “comunistizantes” lo único que han logrado ha sido distorsionar el diagnóstico y gestionar la penuria del Tercer Mundo (de forma no muy distinta a la de los movimientos religiosos).

Aunque a regañadientes o a trompicones, todo eso está cambiando. O al menos está en el sentir social, que más tarde o más pronto se hará realidad. El mundo de los redentores salvapatrias ni es real ni es eterno.

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