La digestión cerebral de verdades indigestas (1)
Cerebro y mente, diferencia integradora, a los que sigue el conocimiento. ¿En qué lugar quedan las verdades religiosas?
| Pablo HERAS ALONSO
Una inquietud intelectual me ha embargado al leer, en un libro crédulo pretencioso y carente de originalidad, que “sus verdades”, las dogmáticas, son de un carácter distinto a las verdades científicas. Algo que tampoco es novedad, pues es la contestación repetida sistemáticamente cuando colisionan los dos tipos de verdades.
Sería admisible decir que son distintas porque son dogmáticas y se deben creer “porque sí”; pero no son distintas a otras verdades si consideramos el receptor de tal “verdad”, la persona, la facultad, el órgano que tiene que admitirlas, masticarlas, tragarlas, digerirlas, asimilarlas y, si es el caso, expulsarlas.
En cuanto a lo primero, en rigor no debieran llamarlas verdades, por indemostrables y por la compulsión necesaria para creerlas, sino “creencias” en cuanto a lo segundo, tienen que admitir que la persona sólo conoce de una forma, que la mente sólo tiene una forma de asimilar.
Hemos hablado antes a propósito en términos digestivos, sin ánimo alguno de hacer metáforas. El cerebro no funciona parcelando verdades, como si dijera éstas las puedo considerar, éstas no son de mi competencia; éstas las puedo admitir porque son evidentes, éstas las tengo que admitir porque me emocionan. ¿O sí?
En tal caso, toda mi ciencia psicológica sobre teoría del conocimiento y del aprendizaje tiene que huir por las cloacas de la ignorancia. Pero yo creo más a R.Borger, A.E.M. Seaborne, Wertheimer, Skinner, Piaget, C. Coll y ... ¡para qué seguir!
El cerebro no se distingue del estómago en el “modus operandi”, lo admite todo: el estómago puede “acoger” en su trituradora un filete de ternera, una trucha envenenada, una salsa picante, un alimento contaminado de “legionella”, una mayonesa en mal estado, un cocido sabroso, trozos de madera, setas venenosas... Las consecuencias serán distintas en cada caso.
Ni más ni menos sucede con el cerebro ante las “verdades” que a él se presentan: las admite todas, pero también las pasa por su particular trituradora encasillando cada una en su lugar predeterminado. La fórmula de la fisión nuclear, el cálculo infinitesimal, el modo de hacer una paella, la función clorofílica, Caperucita Roja, la virginidad de María... todo eso llega al cerebro, “lo considera” y lo encasilla: esto no lo entiendo, esto es un cuento, esto así por esto y por esto...