La digestión cerebral de verdades indigestas (2)
Cerebro y mente, diferencia integradora, a los que sigue el conocimiento.
| Pablo HERAS ALONSO
Verdades “científicas” o “religiosas”, para el cerebro todas son iguales. También el cerebro admite los cuentos de Perrault... pero, ah, sabe que son fábula y no generan trauma psicológico alguno. Si hay otras instancias --sentimentales, emocionales, piadosas, imposición social-- que le “obligan” a admitir como verdad científica o como instancia moral lo que es un cuento, las consecuencias psicológicas para la persona serán las que sean (dependencia, infantilismo, fobias, obsesiones, miedos, angustias, sentimientos de culpa, depresión...)
El drama está en hacerle tragar al cerebro verdades fabulosas como verdades “reales” y derivar de ello conductas que no están en la lógica humana:
* ir a misa para celebrar “realmente” una cena del pasado,
* confesarse para recibir el perdón de los cielos,
* meditar en misterios ininteligibles,
* hacer novenas para obtener algo,
* hacer tragar a los niños el cuento de la creación como verdad,
* encomendar un viaje a San Rafael o San Cristóbal, que no existieron,
* pasar la mano por el muslo del crucificado, como lo vemos con frecuencia
* santiguarse al salir de casa o al entrar en el estadio de fútbol
* dar limosna para obtener la salida de las ánimas del Purgatorio,
* rezar por la salvación de los difuntos,
* celebrar funerales,
* echar humo sobre un libro...
El cerebro, como de manera refleja, dice que tales “verdades”, sostenidas como ciertas, son falsas, pero la conducta va por otro lado y obliga a la razón a admitirlas como verdaderas.
Desde que por evolución adquirió la capacidad para generar actos de reflexión, el cerebro aplica los medios necesarios para confirmar o rechazar tal o cual verdad, pero muchas personas –en este caso los crédulos—o siguen instancias infantiles (credos inculcados en la niñez) o se sienten sin fuerzas para seguir el dictado de su razón (contestan como papagayos, no piensan lo que dicen, recitan de memoria) o son impelidos por la misma credulidad a ello (lavado de cerebro, miedo a perder el puesto, sentimiento de adscripción al grupo, imperativos familiares...)
Aún así, sus científicos o teólogos siguen afirmando que tales creencias son verdaderas, sustanciales, históricas, especialmente éstas.
Si en un rasgo de indulgente benevolencia crítica admitiéramos todo ello como “verdad probable", ¿por qué, sin embargo, reculan y se niegan a pasar el riguroso control que hace la ciencia sobre cualquier verdad?:
1º) someterlas a las reglas científicas, entre ellas la de la “falsía”. “Falsar” una verdad –término acuñado por Karl Popper-- es someterla a las pruebas y controles que implican la posibilidad de que sea falsa para descartar el posible engaño sobre la pretendida taumaturgia que de tal verdad deriva. Ningún dogma se deja someter a tal prueba, pretextando que son verdades pertenecientes a otra órbita de conocimiento.
2º) harían patentes sus principios ante cualquier foro científico: biología, medicina, farmacología, etc. Cuando se inquiere por la cualificación efectiva de tales verdades, los sabios de la credulidad se pierden en divagaciones abstrusas e ininteligibles, es decir, carentes de contenido racional. Eso sí, conciben y paren centenares de miles de libros adornándolo todo de sebo o mantequilla mental.
Sin ello todas sus verdades --creación, revelación, caída de los ángeles, juicio final, sacramentos, celebración eucarística, “presencia real”, intercesión de la virgen, gravedad del pecado, cuerpo místico, etc. etc.--, no pasan el listón de lo fabuloso, lo mítico... Sin ello, es todo falso en términos de “verdad”. Y el cerebro así lo ve por más que le digan que la Tierra está inmóvil.
Vuelvan, por favor, a repensar cómo funciona el cerebro antes de contestar que la fe no es eso.