Pues mira que tú.

Posiblemente muchos próceres dentro de la Iglesia son conscientes,  aunque no puedan admitirlo en público, de que

  • sus textos fundacionales son pura fábula y sus libros recopilación de mitos;
  • su imposición al pueblo ha sido siempre obra de los hombres;
  • ha sido durante siglos la mayor enemiga de la ciencia, de la investigación y del pensamiento libre;
  • su subsistencia se ha cimentado en mentiras y miedo;
  • ha sido a la vez cómplice y coautora de la ignorancia y de los sentimientos de culpa;
  • ha justificado e incluso practicado la esclavitud, el genocidio, el racismo y la tiranía, sola o en connivencia con el poder civil;
  • en el pasado tuvo su utilidad, pero hoy la religión es inútil.

 No sé por qué me inclino a pensar que la Iglesia por boca de sus máximos representantes, es consciente de ello y en su fuero interno admite las críticas en el sentido que dichos puntos señalan.

Saben también, porque incluso lo reconocen, que sus opiniones sobre el origen del cosmos o sobre el origen de las especies animales y del hombre son marginales, irrelevantes y fuera de todo contexto científico. Ahí está el caso del investigador y premio Nobel –no recuerdo el nombre- obligado a dimitir de la sociedad científica a la que pertenecía por defender la enseñanza  del creacionismo.

 Las opiniones de la Iglesia sobre cualquier tema humano siempre han ido a remolque de lo que se iba descubriendo. Siempre acomodándose a las circunstancias. Hace bien poco salía por peteneras diciendo que “la Iglesia nunca ha condenado la teoría de la evolución”. (Señores, que no es teoría, que es evidencia científica). No la han condenado... pero han seguido manteniendo que Dios creó el mundo y todo lo que se le puso por delante. ¡Es tan simplista el argumento! Esto existe, luego lo ha creado Dios. Lo mismo el sempiterno asunto de las profecías, primero suceden los hechos y luego los profetizan.

Bien, decimos que la Iglesia reconoce esto y lo otro. No tiene más remedio. Y admite que se equivocó al establecer Tribunales sanguinarios; reconoce el error de la caza de brujas; reconoce el genocidio practicado por las Cruzadas; es capaz incluso de admitir que el imperialismo de la fe unido a la espada no era ni es el camino; incluso reconoce el horror de muchos relatos del Antiguo Testamento.

¿Y cuál es su defensa ahora? El sempiterno “más lo eres tú”. Expliquémonos. Cuando la religión ha reculado porque los regímenes políticos laicos han declarado la separación efectiva entre Estado e Iglesia, cuando no la expulsión de los credos del ejercicio social, “constata” que tales regímenes han sido peores que los promovidos y defendidos por ella.

El franquismo fue lo que fue y estuvo bendecido por la Iglesia. Ahora, con razón, puede decir que no es mejor este “sistema” democrático que el anterior: aquél pecaba de esto y lo otro; éste hace aguas por aquí y por allá. Y tienen razón. Y no digamos nada de regímenes ateos, tiranos y genocidas de los últimos 90 años.

Dostoyevsky, en “Los hermanos Karamazov”,  denigraba a la religión como santificadora de un régimen despótico y opresor, el de los zares; asimismo hacía befa de un personaje tópico de los clérigos vanidosos, crédulos y necios, Smerdiakov. Sin embargo, y por razones similares, también habría que haber dado la razón a Smerdiakov cuando afirmaba que “si Dios no existe, tampoco la virtud”, a la vista de lo que resultó después de la Revolución de 1917.

Y debemos admitir lo que ellos dicen, que el totalitarismo laico ha significado en la historia el súmmum de la maldad humana. Hitler y Stalin suplantando a los dioses crueles y vengadores de sus propios demonios.

¿Son éstos los únicos argumentos que hoy día les quedan para afirmar la superioridad de las creencias como sustentadoras de la moral e incluso de la civilización?  ¡Pues no!

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