La necesaria conversión. El miedo (4)

Reflexiones sobre ciertos aspectos del miedo relacionado con la seguridad vital. 

El miedo, que es, repetimos, inseguridad ante un futuro incierto, impide incluso la rebelión. No hace posible que la persona tenga fuerza mental suficiente para desechar el error. Aunque la mente lo perciba, esa misma mente también proporciona conocimiento sobre las consecuencias. De ahí que minimice dichas percepciones. 

Es un continuo preguntarse… “¿Y si…?” que hace debatirse a la persona en la duda y en la inseguridad.

Dirán que la Iglesia no ha generado ese miedo psicológico, dado que su mensaje de amor,  perdón y salvación es todo lo contrario del miedo. Dirán que pudiera ser que en el pasado la imaginación popular veía donde no había, inventaba lo que quería; afirmarán que hoy no es así, que tales miedos han desaparecido del horizonte predicador…

Pues, ¿qué decir? Debe ser cuestión de interpretación, porque la imaginería ofrecida al pueblo para prevenir o escarmentar es bien clara. Y se manifiesta con suma claridad en literatura religiosa o pararreligiosa, libros, poemas, relatos, etc.; así se aprecia en retablos de iglesias y catedrales; en pinturas, grandes o pequeños cuadros; en miniaturas… 

El miedo al infierno, pintado con vivísimos colores, el miedo a la condenación eterna ha sido una constante en la predicación eclesial. Y ese miedo se inoculaba en la más tierna catequesis del pasado. ¿Hoy no es así? Será porque no pueden atemorizar como lo hacían antes.

Es curioso cómo ese miedo, que es terror en este caso, es más frecuente, más imaginativo, más vívido entre las huestes protestantes que en el entorno católico. Los escritos de Lutero y de otros predicadores de los primeros tiempos son verdaderamente espeluznantes a este respecto.

Cuando uno se ha desprendido de ese miedo irracional es cuando se da cuenta de cómo mentes enfermizas han podido generar tamaña monstruosidad imaginativa. 

En realidad, fue el miedo y el temor a lo que desconocía el que entregó al hombre en brazos de la religión: ese mismo miedo es el que le impide desprenderse de ésa y otras credulidades.  Lo que en el niño es algo natural –tener miedo—porque lo libra o previene de peligros que él desconoce, en el adulto es degradación. El creyente que depende del miedo a la pérdida de su fe es un eterno adolescente.

Hay otra clase de miedo que también coarta la libertad de decisión (no tanto de pensamiento) en los “consagrados al Señor”. Es el miedo a perder el peculio, la posición social, el puesto de trabajo… encontrándose en la calle, en la nada. Es el miedo a enfrentarse a un futuro profesional incierto. Es la situación que refleja el mismísimo Evangelio en la alegoría del administrador infiel.

¿Cómo un sacerdote, un fraile, con 30, 40 o más años de profesión puede encarar su diario sustento dejado a su suerte, con sus propias fuerzas? Imposible para muchos. Y así, se re-convierten, re-asumen sus creencias y pregonan al sahumerio de la credulidad la inmensa alegría que les embarga. Miedo superado.

Volver arriba