De nuevo la resurrección en entredicho.
| Pablo Heras Alonso.
Si de los testigos de la resurrección pasamos al capítulo de las apariciones de Jesús, la discordancia de los relatos crece todavía más, aunque bien podría ser –lo decimos con ironía-- que hubiera un abultado número de ellas con el propósito de que cada evangelista escogiera las que mejor se acomodaran a su finalidad.
¿No se pudieron poner de acuerdo en número y lugares? Pues parece que no. Marcos, después de que las dos Marías y Salomé regresaran del sepulcro vacío, dice que Jesús se apareció únicamente a María Magdalena, que fue quien se lo comunicó "a los que habían vivido con él". No la creyeron. Así, Jesús "tuvo" que aparecerse a dos "que iban al campo". Regresaron pero ni a éstos creyeron. Un tanto enfadado, Jesús tuvo que aparecerse a los once, reunidos y recostados a la mesa, recriminándoles su incredulidad.
Lucas habla de una aparición a los discípulos que se dirigían a Emaús, que se encuentra a unos 15 km al oeste de Jerusalén. Habían conocido a Jesús en vida y sin embargo tardaron un buen rato en reconocerle, no por su faz sino por las palabras eucarísticas al partir el pan. Y desapareció. ¿Qué aspecto podía tener el resucitado para que ninguno de los receptores de aparición lo reconociera? Luego, según Lucas, se apareció a los once apóstoles, que creían ver un espíritu, bien que llenos de terror, gozo y admiración. ¡Y les pide de comer!
Mateo habla de dos apariciones: la primera a las dos Marías, en el camino, cuando corren a comunicar a los discípulos que Jesús no está en el sepulcro y que estará con ellos en Galilea. La segunda a los once discípulos cuando ya están en un monte prefijado de Galilea, encargándoles la predicación y el bautismo por todo el mundo.
Juan, por su parte, habla de cuatro apariciones, la primera a María Magdalena en el mismo sepulcro; la segunda, por la tarde del primer día, en la casa donde estaban los discípulos, mostrándoles sus heridas; a los ocho días, mismo lugar y mismos destinatarios más Tomás, el incrédulo; la última, junto al mar de Tiberíades, Jesús en la playa, al que, según dice Juan, no reconocieron, los seis discípulos o apóstoles que estaban pescando. Por “inspiración” de Jesús, pescaron 153 peces grandes. San Gregorio Magno explicó en un sermón el simbolismo del número 153. Remito a él.
En los Hechos de los Apóstoles, Lucas dice de manera escueta que “después de su pasión, se presentó vivo, con muchas pruebas evidentes, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios”. Y, tras comer con ellos, como se dice en Lucas 24.25, Juan 21.6 y Hechos 1.41, ascendió a los cielos.
Es Pablo de Tarso el que proporciona una nueva versión de las apariciones de Jesús en su 1ª carta a los corintios (15.5): “…se apareció a Cefas, luego a los doce. Después se apareció una vez a más de quinientos hermanos; luego se apareció a Santiago, luego a todos los apóstoles; y después de todos, como a un aborto, se me apareció también a mí”.
Tamaña dispersión de testimonios, de cómo, cuándo y en qué lugares sucedieron las apariciones, lo único que testimonian es la invención plural de una leyenda, de una irrealidad, de una superstición que no es demostración ni evidencia de nada.
Necesariamente, la Iglesia necesitó dar por válida y supuesta la resurrección y con ella las apariciones que corroboran la misma, dado que dicha resurrección es el fundamento de su existencia. Su magisterio constituirá lo que la Iglesia dice que es la segunda fuente de su credo, la Tradición.
Según esta “tradición”, la tumba vacía es la señal inequívoca de que Jesús había resucitado. Más aún, como dicen los textos sagrados, el hecho de que los apóstoles y discípulos no dieran crédito a lo que las mujeres decían es argumento de la realidad de la misma, confirmada posteriormente con las apariciones de Jesús.
De todas formas, la Iglesia interpretó a su manera la nueva realidad de Jesús. Para ella la resurrección no fue un retorno a la vida terrenal. El cuerpo resucitado… lleva las señales de la Pasión, pero ahora es partícipe de la vida divina con las propiedades del cuerpo glorioso.
Ante tal interpretación de lo que pueda ser una “resurrección” donde no vuelve a la vida que el individuo tenía antes, poco se puede decir. Se entra ya en el terreno de la fe, de la creencia. Por lo mismo, no puede la Iglesia hablar de manera literal e histórica sobre algo que ha entrado en lo mitológico.
Si así lo hace, deberá admitir que los demás podamos considerar que Osiris, tras ser asesinado y descuartizado por Seth, fue realmente resucitado por su madre Isis. Lo mismo se puede decir del griego Diónisos, al que sucedió algo por el estilo. Y por idénticas razones nadie podría negar, hoy, la existencia de muertos zombis.