BÁCULOS PARA EL PADRE ÁNGEL

El padre Ángel, con sus nobles apellidos de García y Pérez, no necesita presentación, al igual que tampoco la precisa su ONG tan conocida mundialmente como “Mensajeros de la Paz”. Lo de “báculos” es otra cuestión. Se trata nada más y nada menos que de un instrumento-objeto –utensilio litúrgico –“podula, farula o cambula”- , santo y seña del ejercicio ministerial y pastoral propio de los obispos, que rigen y administran las respectivas demarcaciones diocesanas, y de cuyo uso primero, tal y como refieren los liturgistas, hay constancia en el “Liber Órdinum” español, que se remonta al siglo VII.

Aunque su traducción popular es la de “bastón, cachava o cayado”, con ineludible referencia pastoral a la “grey” eclesial, ya desde el principio, el báculo fue signo del “ordeno y mando” encarnado y ejercido “en el nombre de Dios” en este estamento de la jerarquía, con ineludible demanda de inversión en el mismo, de piedras preciosas, joyas y abundante material de plata y de oro, convertidos algunos de ellos, en ricas obras de arte.

Cumplidos recientemente sus ochenta años de vida, el padre Ángel ni necesita, ni echa de menos, báculos de ninguna clase. Ni “dignidades” ni reconocimientos por parte de la jerarquía. Pero esto no obsta, para que, a propósito de los báculos –y anillos episcopales-, y de los gastos que el pueblo de Dios ha de afrontar para obsequiar con ellos a sus obispos, algunos devotos de los “Mensajeros de la Paz”, hayan tenido la feliz y original ocurrencia, de que los obispos les regalen sus báculos –y anillos-,al padre Ángel, con cuyo precio y consideración este pueda ampliar el creciente caudal de iniciativas que define su obra tan pacífica y pacificadora.

Aquí me hago eco de esta iniciativa, de la que los mismos obispos habrían de estar agradecidos y en disposición de llevarla a la práctica. Estos –los obispos- tanto personal como institucionalmente, han de practicar la caridad lo más útil, clara y ejemplarmente posible. De las que es responsable el padre Ángel, hay austera y constatable conciencia de que su administración es correcta, y claras, y de par en par abiertas sus cuentas a toda clase de exámenes.

A los báculos –y anillos- episcopales, se les adscribiría con tal destino la necesidad que padecen de abandonar cuanto antes su condición de objetos de superlujo litúrgico, incapacitados para expresar actitudes y posiciones de evangelización y de cuidado de la “grey” diocesanamente encomendada. Con el báculo –y anillo- episcopales, o abaciales, en las manos, tal y como están las cosas, es imposible apacentar ovejas y corderos, por mansos, devotos y sacrificables que sean. Hoy no hay ovejas. Hay, solo y cívicamente, personas, y además avaladas por las fuerzas corporativas que confieren los votos electorales, por exigencia de los santos y sanos procedimientos democráticos, y no por la autoridad que magnifican los báculos y, en ocasiones, los “baculazos” .

A la vista de la inutilidad práctica y anti evangelizadora, litúrgica o para- litúrgica, de los báculos, -y anillos-, la sugerencia de depositarlos en las manos del padre Ángel, para reconvertirlos en otras tantas limosnas y ofrendas en beneficio del prójimo, debería ser humilde y respetuosamente aceptada por sus portadores “oficiales”. Por artísticos y ricos que sean, el padre Ángel jamás hará mal uso de ellos, por artísticos y dignos que sean y por muchas aspiraciones que los distingan para ocupar puestos privilegiados en las vitrinas de los museos diocesanos, o para engrosar el patrimonio de recuerdos a repartir, el día de mañana, entre los respectivos sobrinos

¿Cómo suplir la ausencia del báculo –y anillos-, en los actos litúrgicos que así lo demanden? Pulcra, sencilla y austeramente, con otros, pero fabricados estos en madera, marca IKEA, por ejemplo, en permanente disposición de baratear los precios, con dignidad y ecuanimidad.. ¿Quién será el obispo, arzobispo o cardenal, que le solicite al padre Ángel ser el primero en la donación de su báculo y anillos?

¿Acaso hay razón alguna de peso que dificulte, u obstaculice, efectuar esta obra de caridad, que a la vez entraña misericordiosamente prescindir de un instrumento –utensilio, cargado de significaciones y símbolos “pontificales”, no siempre santos, sino proclives al despilfarro, a la sinrazón, a la hipocresía y a la vanidad intra y extra eclesiástica?
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