“CRISTIANOS”, “MOROS” Y “JUDÍOS”

Entre unas cosas y otras –positivas, negativas o “neutras”-, el hecho espectacularmente cierto es que el nombre de Santiago –Camino y Ciudad-, está de plena actualidad, sin que para ello sea preciso conservar el sacrosanto ciclo de la celebración de los “Años Santos Jubilares”, con la solemnidad y magnificencia de la apertura indulgenciada de la “Puerta del Perdón”. Las religiones se pusieron en Camino en el pasado verano y los pasos jacobeos de los últimos tramos fueron recorridos por representantes principales de las mismas, en inequívoco gesto de cordura, tolerancia, comprensión, entendimiento y, en definitiva, de adoración al único y verdadero Dios, aunque este sea invocado con diversos nombres, siempre coincidentes tanto en su semántica, como en las aspiraciones de unidad, liberación y salvación integral.

. Para nadie es un secreto que precisamente la reciente declaración de la Unesco del “Camino Antiguo de Santiago” como “Patrimonio de la Humanidad”, añadido al anterior, en idéntico reconocimiento del “Camino clásico, europeo o francés”, los aludidos valores religiosos se hicieron presentes con misteriosa y transcendental vocación de perennidad y puesta en acción, y con todo el mérito que entrañan su historia y vivencia por parte de judíos y de musulmanes, muchos de ellos protagonistas del drama de odios, pasiones y derrotas, sintetizada alguna de las más importantes y bochornosas en las fantasiosas laderas del castillo de Clavijo.

. Esto no obstante, y fruto y consecuencia feliz de, pese a todo, haber recorrido juntos a lo largo de la historia algunos tramos del Camino de Santiago, con su reflejo estelar en lo más alto y noble del cielo, las actitudes de tolerancia por parte de los reyes hispanos se impusieron, hasta intitularse y presentarse ante propios y extraños como “Reyes de las Tres Religiones”. Cánticos en castellano, árabe y hebreo acompañaron, por ejemplo, a Alfonso VII el año 1139 a su entrada en Toledo; en 1369 hizo redactar su epitafio en los tres citados idiomas don Pedro, conocido por unos como “El Justiciero”, y por otros como “El Cruel”; en el mismo nivel ciudadano, en su “Libro del Buen Amor”, el Arcipreste de Hita colocó a “cristianos, moros y judíos” , y el más importante texto jurídico de “Las Siete Partidas” de Alfonso X “El Sabio” aceptó la libre convivencia de los tres credos religiosos. “EL Libro de los Estados” del Infante don Juan Manuel es todo un himno a la tolerancia, propugnada de modo similar a como lo fue por el Beato Raimundo Lulio, discípulo de Francisco de Asís, aseverando y llevando a la práctica, la doctrina verazmente cristiana, al menos en teoría, de las Cruzadas, de que “la santa tierra de ultramar se deja conquistar mil veces más por la predicación y el buen ejemplo, que por la fuerza de las armas”.

. Dignos de elogio, admiración y reconocimiento son los siguientes párrafos del “Libro de las Partidas” , uno de ellos referido a los judíos, y otros a los musulmanes: “Fuerza nin premia, non deben facer en ninguna manera a ningún judío, por que se torne christiano; mas por buenos ejemplos et con los dichos de las santas escripturas”. “Por buenas palabras e predicaciones deben trabajar los cristianos de convertir a los moros, para fazerles creer la nuestra fe, e aducirlos a ella, e non por fuerza nin por premia”.

. El reaccionarismo religioso, amparado por los Reyes Católicos, efectuada la unificación y el todopoderoso mando y jurisdicción misteriosa, y bochornosa, de los tribunales de la “Santa Inquisición”, hicieron perdurar a lo largo de la historia, con carácter de dogma religioso y patriótico, la idea provechosa para los intereses de muchos, con irreverente mención para los estamentos eclesiásticos, de que “la católica, apostólica y romana Iglesia es la única y verdadera religión”, “desaparecida, o emborronada ella, España automáticamente desaparecería como pueblo y Estado”.La Bula fue concedida a los Reyes Católicos en 1478 por el Papa Sixto IV.

. Aún en las mismas Cortes –“Liberales”(¡¡)- de Cádiz (a.1812), se proclamo que “la religión de la nación española, es y será perpetuamente la católica, apostólica y romana, única y verdadera”, con añadidos tales como el de que “la nación protegerá a la religión católica con leyes sabias y justas, con prohibición de cualquier otra, tanto en el culto público como en el privado”.

. La coronación de tan decididas legislaciones, con las correspondientes interpretaciones y repartos de anatemas para unos, y de bendiciones para otros, quedó formulada en la expresión apodíctica de que “la religión católica se conservará siempre en los dominios de Su Majestad Católica” con todos los derechos y prerrogativas que debe gozar la Ley de Dios y lo dispuesto en los Sagrados Cánones” (no olvidar estas letras mayúsculas), vigentes hasta tiempos recientes, con aspiraciones por parte de muchos de inspirar su actualización sin escatimar los medios precisos para ello. Movimientos religiosos de diverso signo, y un todavía considerable número de obispos, alientan la creación y crecimiento de integrismos febriles para quienes cualquier signo “franciscano” de reforma, son merecedores de condenaciones, con vivas añoranzas de los procedimientos inquisitoriales de tiempos no tan pretéritos.
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