DIFÍCIL – IMPOSIBLE - DIÁLOGO CON LOS OBISPOS
Como en importantes momentos y situaciones de la vida se hace imprescindible acudir al diccionario la RAE para recabar su ayuda para entendernos más y mejor, en esta ocasión lo hago con referencias al término “diálogo”. Su procedencia griega está definida por “plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas y afectos”. “Diálogo de sordos” y “diálogo de besugos”, con sus “incoherencias” y “faltas de atención”, no son merecedores de tan sacrosanta y convivencial proposición. “Plática” equivale académicamente a “conversación, o acción de hablar”. Los términos “alternancia”, “ideas” y “afectos”, que presupone el diálogo son elementos claves en su plasmación.
. Con principios y conclusiones tan fundamentales, es obvio y de sentido común destacar, que el diálogo, como tal, en la actualidad no es instrumento de convivencia, de entendimiento y, por tanto, de desarrollo tanto personal, como colectivo. Hoy apenas si se dialoga. Por más señas, los programas televisivos, radiofónicos y los que son retransmitidos en otros medios, con nombres y sobrenombres tan educativos, son antítesis de diálogo. Son otros tantos espectáculos, griteríos, alborotos, rifirrafes, contiendas y bullangas. De diálogo, nada de nada. Lo importante en su redacción, programación y ejecución, es lograr que no se escuche el ruido de otra voz que no sea la propia.
. La causa de la soberana falta de diálogo característica de la vida social en su diversidad de facetas, expresiones y comportamientos, es la carencia extensiva e intensiva del aprendizaje de la asignatura y ejemplaridad en el organigrama de la educación. Las consecuencias son ciertamente aterradoras y aberrantes, con graves incidencias en las relaciones humanas, que dejan de serlo cuando más o menos conscientemente pretenden imponerse decisiones y determinaciones que no hayan sido antes habladas y consensuadas.
. Como la justificación de estos comentarios es prevalentemente eclesial –pastoral-, reconozco, ya desde el principio, que precisamente la Iglesia ni ha sido, ni es, ejemplo de diálogo, pese a que el Papa Francisco deshoje día a día la flor de sus mejores intenciones y prácticas, en tan redentora y pacificadora tarea evangélica, siguiendo al pié de la letra episodios y adoctrinamientos que identificaron a Jesús, como Dios misericordioso, Padre de todos, y más, de quienes disponen tan solo de la palabra para expresarse y expresar sus carencias y necesidades.
. Con infinito dolor, y con pruebas y argumentos sobrados, es justo, necesario y obligatorio reconocer que en la Iglesia, y más en las esferas jerárquicas, el diálogo se escribe necesariamente con las mismas letras e idéntica grafía al “Amén”, es decir, a “lo que usted diga, quiera o “mande”, y más si se hace, como suele acontecer, explícitamente “en el nombre de Dios”.
. Una de las características más persistente y ”documentada”, con testimonios, cánones y ejemplos hagiográficos en la Iglesia, es exactamente la carencia antológica del diálogo. Advocaciones como la de “Nuestra Señora del Diálogo”, por citar un ejemplo mariano, evangélico por todos sus costados y dogmas, ni es, ni sería, acaparadora de reconocimientos canónicos y menos, indulgenciados.
. Los obispos no son entes ni entidad de diálogo, ya desde su propio nombramiento y desde que su condición de “prelado” -“superior” o “puesto delante”- los coloca al frente de la diócesis. En honesta y veraz encuesta rigurosamente sociológica y al servicio exclusivo de la Iglesia, que se programara, no resultaría sorprendente encontrarse con la inverosímil anomalía de que, lo que se dice dialogar con sus respectivos obispos los propios sacerdotes diocesanos, jamás se registró, o se hizo en proporción mucho menor que en las relaciones “superior- inferior” (¡!) en la vida civil.
. Incapacitados para dialogar, y precisamente por eso nombrados obispos, a estos no les hizo falta alguna vivir, e intentar ejercer su cometido “pastoral”, con tranquilidad de conciencia con la aquiescencia de sus “nombradotes”, y con firmes esperanzas de mayor progreso-ascenso en el episcopologio, o remoción de los actuales poseedores de sus sedes.
. Con mitras, o habiendo hecho uso de ellas, no es posible el diálogo. Por muy necesario que este sea para el bien de la diócesis y de la Iglesia en general, y por buena que sea la intención e ingenuidad de algunos “mitrados”, este elemento pagano, significativo de superioridad, de beligerancia y de estar en posesión de la razón y de la voluntad sacrosanta de Dios, transmitida mediante los curiales y los cánones, el diálogo entre obispos, sacerdotes, laicos y hasta con instituciones y organismos civiles, hoy por hoy, es empeño complejo e inextricable. Los casos que puedan aportarse son innumerables, persuasivos y hasta contundentes.
. Tampoco sería posible el diálogo, si se llevara al pie de la letra lo adoctrinado por san Ignacio, Padre de la Iglesia, quien el año 112, advirtiendo que “acerca del gobierno eclesiástico del episcopado monárquico”, señalando expresamente que “quien realice alguna sosa sin saberlo el obispo -“oficial de Dios”-, ofrece un ritual no a Dios, sino al demonio”. Menos mal que el Papa Francisco, cuando corresponde, con pleno conocimiento de causa, con misericordia y veracidad, no se ahorra adjetivaciones anti-episcopales y soberanamente evangélicas, como “manipuladores” y “depredadores”, con mención “diplomática” para algunos de sus propios Nuncios propinándoles los títulos de “chismosos” y “arribistas”.
. Con principios y conclusiones tan fundamentales, es obvio y de sentido común destacar, que el diálogo, como tal, en la actualidad no es instrumento de convivencia, de entendimiento y, por tanto, de desarrollo tanto personal, como colectivo. Hoy apenas si se dialoga. Por más señas, los programas televisivos, radiofónicos y los que son retransmitidos en otros medios, con nombres y sobrenombres tan educativos, son antítesis de diálogo. Son otros tantos espectáculos, griteríos, alborotos, rifirrafes, contiendas y bullangas. De diálogo, nada de nada. Lo importante en su redacción, programación y ejecución, es lograr que no se escuche el ruido de otra voz que no sea la propia.
. La causa de la soberana falta de diálogo característica de la vida social en su diversidad de facetas, expresiones y comportamientos, es la carencia extensiva e intensiva del aprendizaje de la asignatura y ejemplaridad en el organigrama de la educación. Las consecuencias son ciertamente aterradoras y aberrantes, con graves incidencias en las relaciones humanas, que dejan de serlo cuando más o menos conscientemente pretenden imponerse decisiones y determinaciones que no hayan sido antes habladas y consensuadas.
. Como la justificación de estos comentarios es prevalentemente eclesial –pastoral-, reconozco, ya desde el principio, que precisamente la Iglesia ni ha sido, ni es, ejemplo de diálogo, pese a que el Papa Francisco deshoje día a día la flor de sus mejores intenciones y prácticas, en tan redentora y pacificadora tarea evangélica, siguiendo al pié de la letra episodios y adoctrinamientos que identificaron a Jesús, como Dios misericordioso, Padre de todos, y más, de quienes disponen tan solo de la palabra para expresarse y expresar sus carencias y necesidades.
. Con infinito dolor, y con pruebas y argumentos sobrados, es justo, necesario y obligatorio reconocer que en la Iglesia, y más en las esferas jerárquicas, el diálogo se escribe necesariamente con las mismas letras e idéntica grafía al “Amén”, es decir, a “lo que usted diga, quiera o “mande”, y más si se hace, como suele acontecer, explícitamente “en el nombre de Dios”.
. Una de las características más persistente y ”documentada”, con testimonios, cánones y ejemplos hagiográficos en la Iglesia, es exactamente la carencia antológica del diálogo. Advocaciones como la de “Nuestra Señora del Diálogo”, por citar un ejemplo mariano, evangélico por todos sus costados y dogmas, ni es, ni sería, acaparadora de reconocimientos canónicos y menos, indulgenciados.
. Los obispos no son entes ni entidad de diálogo, ya desde su propio nombramiento y desde que su condición de “prelado” -“superior” o “puesto delante”- los coloca al frente de la diócesis. En honesta y veraz encuesta rigurosamente sociológica y al servicio exclusivo de la Iglesia, que se programara, no resultaría sorprendente encontrarse con la inverosímil anomalía de que, lo que se dice dialogar con sus respectivos obispos los propios sacerdotes diocesanos, jamás se registró, o se hizo en proporción mucho menor que en las relaciones “superior- inferior” (¡!) en la vida civil.
. Incapacitados para dialogar, y precisamente por eso nombrados obispos, a estos no les hizo falta alguna vivir, e intentar ejercer su cometido “pastoral”, con tranquilidad de conciencia con la aquiescencia de sus “nombradotes”, y con firmes esperanzas de mayor progreso-ascenso en el episcopologio, o remoción de los actuales poseedores de sus sedes.
. Con mitras, o habiendo hecho uso de ellas, no es posible el diálogo. Por muy necesario que este sea para el bien de la diócesis y de la Iglesia en general, y por buena que sea la intención e ingenuidad de algunos “mitrados”, este elemento pagano, significativo de superioridad, de beligerancia y de estar en posesión de la razón y de la voluntad sacrosanta de Dios, transmitida mediante los curiales y los cánones, el diálogo entre obispos, sacerdotes, laicos y hasta con instituciones y organismos civiles, hoy por hoy, es empeño complejo e inextricable. Los casos que puedan aportarse son innumerables, persuasivos y hasta contundentes.
. Tampoco sería posible el diálogo, si se llevara al pie de la letra lo adoctrinado por san Ignacio, Padre de la Iglesia, quien el año 112, advirtiendo que “acerca del gobierno eclesiástico del episcopado monárquico”, señalando expresamente que “quien realice alguna sosa sin saberlo el obispo -“oficial de Dios”-, ofrece un ritual no a Dios, sino al demonio”. Menos mal que el Papa Francisco, cuando corresponde, con pleno conocimiento de causa, con misericordia y veracidad, no se ahorra adjetivaciones anti-episcopales y soberanamente evangélicas, como “manipuladores” y “depredadores”, con mención “diplomática” para algunos de sus propios Nuncios propinándoles los títulos de “chismosos” y “arribistas”.