INQUISIDORES E “INQUISITORIADOS”

Entre unas cosas y otras, el recuerdo de la Inquisición se actualiza en frecuentes ocasiones hoy en la Iglesia española. Es lógico y natural pensar que a estas alturas de la civilización y del progreso, definidos y catalogados los Derechos Humanos allá por el 1944, los procedimientos inquisitoriales han de ser otros. No hay muertes, pero no faltan descalificaciones, condenas y anatematizaciones, que también tienen su incidencia negativa en la sociedad civil, por muy religiosas y dogmáticas que sean, o digan que son, sus parcelas y sus competencias. La Inquisición, sobre todo diocesanamente, vuelve a la Iglesia con fórmulas que obligan, o desaconsejan, discurrir o pensar, y menos hacer públicas sus conclusiones, y ni siquiera sus dudas. Ante este panorama son muchas las consideraciones.

. La mayoría,-la totalidad- de los inquisidores, y aspirantes a serlo, viven de la Iglesia. Así como suena. Sus cargos y oficios son metas exclusivamente eclesiásticas. Esa es su profesión, que algunos intitulan de ministerio-vocación y mandato divinos. La historia más elemental y preclara podrá explicar con nitidez y contundencia multitud de casos y de situaciones.

. En el clero, son muchos los que se alistan en el padrón-registro de inquisidores. Por su formación, estado de ánimo, jugos gástricos, e historia personal o familiar, inquirir, sonsacar y escarbar es su terapia y su fuente de complacencias, satisfacciones y esparcimientos, además de su verdadera religión, cuando descubren que esa es la voluntad de Dios manifestada en cualquier nombramiento curial.

. Descarto, al menos por ahora, el hecho contingente de que vivir como inquisidor proporcione más dinero que otras “vivencias” –trabajos o labores-, dentro de la Iglesia, en la que ciertamente los sueldos – sueldos no son concluyentes ni exagerados, sino todo lo contrario. Lo que sí constituye justificación y meta de las aspiraciones para participar en misiones de inquisidor, es la autoridad que detentan, el reconocimiento de sus decisiones como “palabra de Dios”, la parafernalia y los títulos, el tono y el cúmulo de sumisión y de rectificación que sus decisiones auspician e imponen. La seguridad absoluta, sin fragilidad alguna, de que representan y encarnan la voluntad de Dios y la razón de ser de la Iglesia, es impagable.

. Esto no obstante, los “inquisitoriados” no están ni eclesiástica ni civilmente “colocados” en puestos o cargos que les reporten emolumentos, estipendios o remuneraciones, catalogables o no, como “canonjías” dignas de mención y de ser conservadas. Tampoco les significa tentación alguna lo de los títulos y representaciones. Ni están enfermos del alma o del cuerpo. Gozan de buena salud por la gracia de Dios, por lo que la alegría interior y exterior es su indisoluble compañera, de la que hacen partícipes al Pueblo de Dios, con la única insatisfacción de que algún día puedan oficialmente deslegitimar su palabra y hasta prohibírsela, con procedimientos al uso, o con otros que inventen. La actividad de vida, y la entrega- consagración absoluta a la investigación, y a la reflexión, les compensa con generosidad, sapiencia, y con santos reflejos para la ejemplaridad que su comportamiento pueda suponerles a algunos.

. Para ellos, los “inquisitoriados”, la plenitud de satisfacciones sobrenaturales se las proporciona la dogmática convicción de que Cristo Jesús practicó en el templo de Jerusalén la sagrada obligación de arrojar a cuantos opíparamente vivían en el mismo y del mismo, con todas las prerrogativas, beneficios, rentas y privilegios como miembros de la “casta sagrada”. Jesucristo no vivió jamás del templo. Más aún, sus sacerdotes, desde los Sumos a los menos “sumos”, con inclusión de los levitas, habrían de ser quienes le condenaran a muerte.

. Vivir de la Iglesia, aunque sea parcamente, y hasta con voto de pobreza, debería impedir el ejercicio de cualquier tipo de Inquisición ante Dios y ante los hombres. Dentro de la Iglesia, sin salirse de ella, y sin que ella se salga de cada uno de nosotros, es como debe ejercerse el oficio-ministerio del profetismo, tarea fundamental de la teología y de quienes la sirvan.
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