MISAS INVEROSÍMILES
La renovación- refundación- reforma de la Sagrada Liturgia comienza a ser reclamada con urgencia y con el convencimiento supremo de que sin ella, o sin la amplitud y profundidad que precisa, todo cuanto se relacione con la idea de Iglesia que intenta encarnar el Papa Francisco, será baladí, insubstancial, anodino y liviano. Como la celebración de la Eucaristía es en la misma, principio y fundamento, de utilidad y provecho religiosos podrán ser las siguientes sugerencias:
. ¿Para cuando la clara y actualizada explicación catequística de qué es eso de “misa” y del porqué de la prevalencia elección precisamente de este nombre? Sin exclusión de sacerdotes y obispos ¿podrán ser acertados los resultados favorables a su correcta relación misa- celebración eucarística, en una hipotética encuesta que decidieran los responsables de la evangelización- educación en la fe?
.¿A qué respondió históricamente, ya desde finales del siglo III, la desaparición de nombres tan sagrada y comprometidamente teológicos y cristianos como el de “Ágape”- convite de caridad, “Ad frangendum panem, “Fractio Panis”, “In Coena Domini”, “Eucharistía”, “Liturgia”, “Oblatio”, “Sacrifitium”, “Convivium”, “Actio”, “Cánon actionis” o simplemente “Sacramenta”…?
. ¿Acaso el término “Missa” –“fin o disolución de cualquier asamblea profana o religiosa”- no encaja con mayor perfección en la ceremonia, fiesta, solemnidad, fausto, espectáculo, protocolo canónico- social, “gaudeamus” o celebraciones en general, propias de la “Iglesia triunfante”, superados los tiempos de la persecución, y a punto de caer en los brazos imperiales constantinianos, y en no lejanas vísperas de feudalismos intra y extra eclesiásticos?
. Las misas –nuestras misas- carecen en gran parte de la verosimilitud sacrosanta que entrañan los términos empleados en los tiempos primeros de la Iglesia, como fieles expresiones y copias de la “memoria” vivida, y revivida, en los gestos de Cristo Jesús, “celebrados” amorosamente en la “Santa Cena”, como signos- sacramentos de reconversión y de vida nueva.
. La sistematización “floripondiosa” de artículos, preceptos y razones que los expertos en liturgia habrán de añadir y conservar con rigor después, en el proceso de la celebración de las misas, y más de las pontificales –“misas por antonomasia al ser el celebrante principal el obispo diocesano-, le ha robado a la “Fractio Panis” y al “Ágape-convite de caridad”, valores ciertamente substantivos, evangélicos y evangelizadores.
. No es de extrañar que, así las cosas, de las ceremonias y ritos “eucarísticos” , sean muchos los cristianos que duden acerca de la verosimilitud y credibilidad de las misas, apuntando con fervoroso dolor a la contradictoria tentación de que al mismo Cristo Jesús le habrán de resultar desconocidos , extravagantes y recusables ciertas expresiones, garabatos y ademanes, al igual que las explicaciones que a veces se aportan para su justificación imposible.
. A nuestras misas les sobran liturgias, adoraciones, veneraciones, apoteosis e idolatrías, ocultismos, jerarquismos y representaciones de las “fuerzas vivas de la localidad” o localidades.
. A nuestras misas les falta el pueblo, en creciente y lamentable proporción. Les faltan el pan y el vino. Y la alegría. Les sobran sermones, prédicas y tonterías enlatadas –y enlutadas- , en formas y fórmulas obsoletas, recriminatorias y además, sistemáticamente peticionarias “por los vivos y por los difuntos”.
. Nuestras misas están faltas de naturalidad, tanto o más que de sobrenaturalidad. Son reductos y academias de hipocresía. En ellas no son besos los besos, ni el abrazo es abrazo. La comunión no es, o apenas si es, común unión. La paz no es su preparación sacramental, ni su acción de gracias, en parecidas proporciones a como lo siguen siendo las oraciones y los gestos, aprendidos en las catequesis de las “cuatro esquinitas” y del “Jesusito de mi vida, eres niño como yo…”
. Las misas –precepto dominical, precisan de una seria revisión canónica y ético- moral. De idéntico modo lo requieren las misas sin comunión, a consecuencia de que, por aquello de que ahora no hay curas confesores, y los actos penitenciales están todavía mal vistos por ciertos obispos, siendo imprescindible pasar antes por el confesonario, son muchos los que quisieran comulgar pero no creen poder hacerlo, pese a los “ por mi culpa, por mi culpa y por mi grandísima culpa” devotamente recitados al inicio de la celebración eucarística.
. Es posiblemente en las misas donde y cuando se debate y descubre en más escalofriante grado y proporción el error de la Iglesia de no cambiar con el tiempo, anclada en formas, fórmulas y razones y hábitos determinantes y que se correspondieron con los de épocas irreversiblemente pretéritas, pero no por eso, menos o más “religiosos”.
. El lenguaje empleado en las misas, lo mismo en latín que en los respectivos idiomas vernáculos, es paupérrimo, confuso, intrincado, obscuro e ininteligible y, por tanto, incapacitado de por sí para su uso en las relaciones convivenciales entre familiares y amigos, lo que trágicamente dificulta la inserción de lo divino en lo humano, y viceversa.
. ¿Para cuando la clara y actualizada explicación catequística de qué es eso de “misa” y del porqué de la prevalencia elección precisamente de este nombre? Sin exclusión de sacerdotes y obispos ¿podrán ser acertados los resultados favorables a su correcta relación misa- celebración eucarística, en una hipotética encuesta que decidieran los responsables de la evangelización- educación en la fe?
.¿A qué respondió históricamente, ya desde finales del siglo III, la desaparición de nombres tan sagrada y comprometidamente teológicos y cristianos como el de “Ágape”- convite de caridad, “Ad frangendum panem, “Fractio Panis”, “In Coena Domini”, “Eucharistía”, “Liturgia”, “Oblatio”, “Sacrifitium”, “Convivium”, “Actio”, “Cánon actionis” o simplemente “Sacramenta”…?
. ¿Acaso el término “Missa” –“fin o disolución de cualquier asamblea profana o religiosa”- no encaja con mayor perfección en la ceremonia, fiesta, solemnidad, fausto, espectáculo, protocolo canónico- social, “gaudeamus” o celebraciones en general, propias de la “Iglesia triunfante”, superados los tiempos de la persecución, y a punto de caer en los brazos imperiales constantinianos, y en no lejanas vísperas de feudalismos intra y extra eclesiásticos?
. Las misas –nuestras misas- carecen en gran parte de la verosimilitud sacrosanta que entrañan los términos empleados en los tiempos primeros de la Iglesia, como fieles expresiones y copias de la “memoria” vivida, y revivida, en los gestos de Cristo Jesús, “celebrados” amorosamente en la “Santa Cena”, como signos- sacramentos de reconversión y de vida nueva.
. La sistematización “floripondiosa” de artículos, preceptos y razones que los expertos en liturgia habrán de añadir y conservar con rigor después, en el proceso de la celebración de las misas, y más de las pontificales –“misas por antonomasia al ser el celebrante principal el obispo diocesano-, le ha robado a la “Fractio Panis” y al “Ágape-convite de caridad”, valores ciertamente substantivos, evangélicos y evangelizadores.
. No es de extrañar que, así las cosas, de las ceremonias y ritos “eucarísticos” , sean muchos los cristianos que duden acerca de la verosimilitud y credibilidad de las misas, apuntando con fervoroso dolor a la contradictoria tentación de que al mismo Cristo Jesús le habrán de resultar desconocidos , extravagantes y recusables ciertas expresiones, garabatos y ademanes, al igual que las explicaciones que a veces se aportan para su justificación imposible.
. A nuestras misas les sobran liturgias, adoraciones, veneraciones, apoteosis e idolatrías, ocultismos, jerarquismos y representaciones de las “fuerzas vivas de la localidad” o localidades.
. A nuestras misas les falta el pueblo, en creciente y lamentable proporción. Les faltan el pan y el vino. Y la alegría. Les sobran sermones, prédicas y tonterías enlatadas –y enlutadas- , en formas y fórmulas obsoletas, recriminatorias y además, sistemáticamente peticionarias “por los vivos y por los difuntos”.
. Nuestras misas están faltas de naturalidad, tanto o más que de sobrenaturalidad. Son reductos y academias de hipocresía. En ellas no son besos los besos, ni el abrazo es abrazo. La comunión no es, o apenas si es, común unión. La paz no es su preparación sacramental, ni su acción de gracias, en parecidas proporciones a como lo siguen siendo las oraciones y los gestos, aprendidos en las catequesis de las “cuatro esquinitas” y del “Jesusito de mi vida, eres niño como yo…”
. Las misas –precepto dominical, precisan de una seria revisión canónica y ético- moral. De idéntico modo lo requieren las misas sin comunión, a consecuencia de que, por aquello de que ahora no hay curas confesores, y los actos penitenciales están todavía mal vistos por ciertos obispos, siendo imprescindible pasar antes por el confesonario, son muchos los que quisieran comulgar pero no creen poder hacerlo, pese a los “ por mi culpa, por mi culpa y por mi grandísima culpa” devotamente recitados al inicio de la celebración eucarística.
. Es posiblemente en las misas donde y cuando se debate y descubre en más escalofriante grado y proporción el error de la Iglesia de no cambiar con el tiempo, anclada en formas, fórmulas y razones y hábitos determinantes y que se correspondieron con los de épocas irreversiblemente pretéritas, pero no por eso, menos o más “religiosos”.
. El lenguaje empleado en las misas, lo mismo en latín que en los respectivos idiomas vernáculos, es paupérrimo, confuso, intrincado, obscuro e ininteligible y, por tanto, incapacitado de por sí para su uso en las relaciones convivenciales entre familiares y amigos, lo que trágicamente dificulta la inserción de lo divino en lo humano, y viceversa.