LA MUJER NO ES IGLESIA

La afirmación de que la mujer no es Iglesia, les resultará a algunos –y a algunas- exagerada, excéntrica, esperpéntica, extravagante, atrevidamente periodística y, sobre todo, disconforme y contraria a la experiencia y doctrinas tradicionales piadosas, en las que para alguna de ellas, - la Madre de Dios, la Santísima Virgen María-, sobran tronos y advocaciones infinitamente merecidas e incuestionables. La mujer no es Iglesia, aunque sí que esté en la Iglesia, en proporciones decrecientes, con la previsión de que bien pronto su presencia se equipare con la de los hombres, también en la disminución y derrota. Los números son palabra de Dios, y la media en años de los asistentes –participantes (¿?) a los actos de culto, es ciertamente alarmante.

. Para la Iglesia “oficial” la mujer sigue siendo algo así como una “cosa”, pecado y objeto y sujeto de pecado. No existe otro colectivo, conjunto, agrupación, asamblea, concurrencia o averío hoy en la sociedad, y en su diversidad de versiones, en el que la mujer se sienta tan constreñida en la exposición, desarrollo y reivindicación de sus posibilidades reales como persona y miembro de la comunidad, como las que tengan relación con la Iglesia.

. En la medida en la que tales reuniones, estamentos, cuerpos colegiales o cámaras se aproximen más a la jerarquía, la presencia femenina en ellas brilla por su ausencia, con muy raros representantes “privilegiados”, por parecerle a la dirección, algo realmente sospechoso, inelegante y provocador.

. Recientemente se hizo noticia el hecho de que los partidos políticos, por más señas por iniciativa del PSOE y PODEMOS, decidieran la formación y apoyo para un pacto contra la violencia machista, con el fin de que se dicten y urjan medidas más eficaces para detener el río de sangre, de bochorno, rubor y vergüenza colectiva, que día a día irrumpe por los medios de comunicación con el epígrafe misterioso de “violencia de género”, desbordadamente caudaloso en lo que va de año.

. Huelga reseñar que la educación oficial, oficiosa, familiar, política y religiosa, legado de tiempos pretéritos, es elemento clave en la explicación radical de la minusvaloración de la mujer respecto al hombre. Huelga reseñar así mismo que, aunque en la mayoría de tales academias y escuelas de equiparación hombre-mujer, los pasos proyectados y dados son notables, por lo que respecta a la temática religiosa, o no se registran, o son insignificantes y hasta expuestos sus defensores a descalificaciones de carácter canónico.

. No se trata ya de si la mujer pueda o no aspirar a que se le abran las puertas de la Ordenación Sacerdotal, en paridad de derechos y deberes con el hombre-varón. Para cualquier escuela teológica, y colectivos conservadores e integristas, la solución, -quiérase o no-, está a la vuelta de la esquina y es –será- cuestión de años, de lágrimas y de atrevimientos y santas audacias, posiblemente “franciscanas”. Lo ilógico, execrable y falto de sentido común y de evangelio, es -sería-, que la Iglesia y su jerarquía permanezcan cómodamente instalados en sitiales dogmáticos del paganismo, de otras culturas y de la Edad Media, ajenos a la vida actual en la que a las mujeres les encomienda la sociedad misiones y actividades que antes eran de la competencia de los hombres-varones, pero que, tanto en preparación, como en entrega y eficacia, su labor los supera con creces.

. El intento de asentar el comportamiento de la Iglesia oficial respecto a la mujer como legítimo e irreformable, no pasa de ser pura y recelosa fantasía, carente de fundamentos teológicos serios. En el caso imposible de que así aconteciera, estos capítulos habrían de “desacralizarse”, considerarlos apócrifos, o simplemente tacharlos, por decrépitos y ofensivos. Es esta una operación que no fue inédita en la Iglesia, con provechosos y felices resultados para su fama y la valoración de su ministerio.

. Algo similar a una “cruzada” sería preciso organizar para contribuir a la valoración de la mujer como miembro integral de la Iglesia y, en algunas circunstancias y casos, como persona. Es este uno de los problemas más graves y de mayores proporciones pendientes en la Iglesia, con desdichados atisbos de que ni el Papa Francisco haya dado muestras efectivas de afrontarlo de una “santa” vez , superados los temores de que, de una u otra manera, habrá de hacerlo, si no quiere que colectivos de mujeres tomen conciencia de que, sentirse de verdad Iglesia, les obligará a reconvertir procesiones, peregrinaciones, letanías y misas solemnes, en sacrosantos gestos y testimonios de reivindicaciones, con la lejana posibilidad de que algunos curas y obispos los indulgencien, aunque con timidez y mucho carisma.

. Sin mujeres, o con el actual convencimiento de que su parca dosis de reivindicación intra y extra eclesiástica hará cambiar el pensamiento y el lento ritmo de la jerarquía respecto a su ínclita condición “oficial” de pecado, no es Iglesia la Iglesia, pese al bochorno que hoy les significa a muchos la comprobación de que partidos políticos laboren más y mejor a favor de la desaparición de la marginación femenina. ¿Para cuando, y por fin, el nombramiento- elección de mujeres como miembros del Colegio Cardenalicio, que algunos, tal vez demasiado optimistas, dan prácticamente por hecho?

. El concepto medieval, todavía en activo, de la mujer, se corresponde con el de tiempos ilimitadamente superados, al igual que aconteció con el sol que, antes de Copérnico, veía también la Iglesia oficial, pero con mirada distinta, aunque convencida de era el “Astro Rey” el que daba vueltas a la tierra.

. La aseveración de que la devoción a la Virgen tampoco ha contribuido a enmarcar con realismo su verdad como mujer en el retablo religioso, es –será- objeto de sucesiva y ponderada reflexión, en la que no quepan exageraciones indefinidas y poco, o nada, convenientes, y, en el peor de los casos, hasta idolátricas.
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