OTROS RECUERDOS (Y OLVIDOS) “EMÉRITOS”

Aunque a destiempo, reconozco desde mi posición, situación y lugar de “obispo emérito”, que no debí haber aceptado el nombramiento –que no la elección- episcopal, o haber renunciado lo antes posible. A la penitencial letanía de mis insatisfacciones e incomodidades pastorales apuntadas en mi anterior esbozo de confesión y desahogo público, añado con humildad y veracidad evangélicas estas nuevas:

. Viví con el convencimiento de que mi nombramiento, en el que hicieron intervenir al Espíritu Santo y a la voluntad del Señor, había respondido sobre todo a mi condición y fama de hombre dócil, sumiso y obediente, cordero y “Juan Lanas” en el lenguaje del pueblo, que es también el pueblo de Dios.

. Me resultó difícil en sus grados más superlativos, rechazar la tentación de que, por miembro eminente de la jerarquía, el culto a la personalidad – a la mía- se identificaba y concluía con el que se debía, y se le debe, nada menos que a Dios.

. Actué siempre convencido de que lo hacía en su nombre y con su inspiración, aunque la lógica, el sentido común, el mismo evangelio y algún que otros “atrevido” consejero me advirtieran de la inconveniencia de mis decisiones. “Saberse” y “sentirse” Dios es tentación y programa prevalentemente episcopales.

. El “carrerismo” fue mi perdición “pastoral”, y lo es de la de la mayoría de los llamados “hermanos en el episcopado”.

. No visité a mis sacerdotes diocesanos enfermos. Ni participé en sus funerales, a excepción de algunos –pocos- curiales. Fue nula mi preocupación de cómo quedarían posteriormente los familiares que habían convivido con los finados.

. Los temas “laborales” en calidad de “patrono” o “empresario” de los bienes de la Iglesia y de sus empleados –serviciarios-, nunca fueron prioritarios. Lo fueron los mal llamados ”religiosos”.

. Frecuenté y presidí bendiciones de importantes fábricas, empresas y sucursales bancarias. Los testimonios fotográficos así lo delatan. No obstante, no aparecerá ninguna foto mía en reivindicaciones socio-laborales, y menos en los desahucios domésticos.

. Reconozco que una de mis satisfacciones que consideré santas y legítimas fue la relacionada con la gastronomía, permitiéndome alguna licencia, siempre discreta, con otros –pocos- componentes de la clerecía. Ahora, y aquí, me humilla la noticia de que algunos malintencionados intentan re-crear las “rutas astronómicas del señor arzobispo”

. Culpé al diccionario de infiel y de anticlerical, y a la opinión pública generalizada en algunos sectores, de que el obispo era, y es, referencia de vida cómoda y feliz -“vives o comes como el obispo”-, y me arrepiento de haber contribuido de alguna manera a su veracidad y consistencia.

. El “ordeno y mando”, y además “en el nombre de Dios”, ejercido episcopalmente, me roba largas horas de tranquilidad y de buena conciencia. “Sí, pero eran otros tiempos…” Ni me satisface, ni me parece justa tal excusa, por mucho que eche a volar salvadoramente mi imaginación…

. Con tantos y tan vitalicios títulos, ornamentos, misterios, dogmas, dignidades, vanidades, seguridades en esta vida y en la otra, reconocimientos tanto divinos como humanos, no es posible ser ni ejercer, siquiera como persona normal. Se es un irresponsable total o parcial, según se mire y nos miren. Desde mi convencimiento cabal de ser superior en todo, o en casi todo, mi biblioteca se quedó incólume y mineralizada el mismo día de difundirse mi nombramiento como obispo. Docto, “sabelotodo”, e inspirado por Dios, son títulos “académicos” inherentes al ministerio representado por el báculo y la mitra.
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