MÁS RECUERDOS (Y OLVIDOS) “EMÉRITOS”

La “Sor” a quien la comunidad de monjas ha destinado a mi cuidado durante mi estancia en su venerable Instituto, es una santa. Santa de verdad. “Cuidar” a todo un obispo- arzobispo, que para ellas fue todo –casi todo- en la vida de la Iglesia, como un servidor, con referencias oficiales de títulos tan honradísimos, capisayos solemnes y símbolos inasequibles, y verse ahora agradecidamente obligada a descubrir y contemplar en él nada más y nada menos que a un hombre solo y necesitado de lo más elemental, no deja de ser un misterio que supera al de tantos otros de la religión cristiana.

Mi “Sor” es para mí no solo madre y hermana, sino esposa, con el contenido de confianza tan rico y cristiano que la ascética y la mística -la teología- le han conferido a este término, desde la humildad y la cristalina limpieza de cada una de sus sílabas. De vez en vez, mi “Sor” se queja de que me consagro en exceso a mis silencios, con olvido por su parte de que, como “emérito” y como obispo, no ejercí el ministerio de la palabra cálida, familiar y sencilla, sino que mi patrimonio fue la dogmática y el “ordeno y mando” por la gracia de Dios. Por eso, mi “Sor”, aún convencida de que no lo paso bien, favorece mi inclinación a dejar constancia escrita de algunos de mis personales recuerdos y olvidos de mis tiempos pasados….

. Con la escrutadora y limpia nitidez de que no tienen por qué empañar los años de la “emeritez”, insisto en la preocupante sensación que experimento de que con tanta perseverancia y “frivolidad” intelectual le fuera adjudicado mi nombramiento episcopal, y el de todos mis “hermanos”, a la intervención directa del Espíritu Santo, y no a las decisiones o determinaciones “políticas-eclesiásticas que tomó la jerarquía, por mediación del Nuncio Apostólico. No me confesé jamás de esta adjudicación - intromisión trinitaria-, aunque ahora lo hago con humildad, arrepentimiento y lealtad.

. No se me ocurrió jamás pensar en la necesidad de que en mi nombramiento, y en de todos los obispos, había de intervenir el pueblo, con descalificación y anatema para la “dedocracia”, por muy condenada que la democracia haya estado en la teología y en la Iglesia, considerada como vil y nefando pecado…

. ¿En qué proporción pueden las vanidades y las glorias humanas falazmente “divinizadas”, robarle –pervertirle- el sentido del ridículo a personas tan serias como los obispos y vestirlos y revestirlos de pies a cabeza “de raro” en comportamientos, pensamientos y actividades reconocidas como “sustantivas” en las iglesias?.

. ¿Se prestaría hoy Jesucristo a participar en la celebración- función eucarística con todas sus solemnidades, ceremonias y ritos que reclama e impone la liturgia, de modo especial cuando el celebrante principal es el obispo?

. Los interrogantes que me formulo a mí mismo al preparar mi misa en la residencia- asilo con las religiosas, son estos y otros parecidos, con respuestas dudosas en la teología y pastoral ortodoxas…

. ¿Pero son –y fueron- “misas de verdad” –“ágape, fragmentum panis, In Coena Dómini…”- las ceremonias que llamamos misas?

. La sensación de “señor oxidado” que viví en ocasiones en mi ministerio episcopal, sintetizada en la expresión verbal de hablar “ex cathetra”, perdura en mi recuerdo como martirizante flagelo, con inútil y reparador afán de su desaparición y olvido.

. Raramente fui noticia, y menos de carácter nacional. Solamente lo fui en las Hojas Parroquiales y en las Diocesanas. No sé si tal hecho fue eclesiásticamente bueno, malo o inocuo. El evangelio, y quienes jerárquicamente somos –debemos ser- sus garantes y apologistas, es noticia, y si se predica y ejerce hasta sus penúltimas consecuencias habrán de crear conflictos, que en la difusión de algunos de sus episodios
se encargarán los profesionales de la información, que tal es su oficio.

. Todos los recuerdos que afloran en mis “memorias y olvidos” referentes a las “visitas pastorales” por esos pueblos de Dios, son mendaces, vanidosos, rituales, hipócritas, burocráticos y justificantes de fiestas y valoraciones infantiles y sus encuentros con las autoridades del lugar, sin contenido pastoral y en el marco polivalente previsto por el canónigo-secretario acompañante de que “al señor obispo –arzobispo no se le podían plantear problemas de ninguna clase”, ni antes ni después de los suculentos “gaudeamus” participados por las autoridades militares, civiles y eclesiásticas, con productos típicos de las parroquias canónicamente visitadas.
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