SANTOS Y SANTAS
Por multitud y variedad de razones de signo diverso, las noticias acerca de los santos/as, procesos de beatificación- canonización y la espectacularidad de los actos que se concentran de modo especial en los epinicios y circunstancias masivas triunfantes en la Plaza romana de san Pedro y espacios adyacentes, justifican estas y otras reflexiones.
. Sería poco prudente y sensato tener que destacar ya al principio, que ni el dogma ni la infalibilidad pontificia se comprometen con la duda, o la negativa, a aceptar tales decisiones canónico- litúrgicas, dado que ellas tan solo pretenden ofrecerle al pueblo de Dios modelos de comportamientos ejemplares de vida, a la vez que el reconocimiento oficial del culto público a los protagonistas de los actos.
. En los primeros tiempos de la Iglesia fue el pueblo- pueblo el que “ canonizó” a santos y a santas imitando sus ejemplos de vida y encomendándose a ellos y a ellas, hasta que la Curia Romana acaparó para sí decisión tan sagrada, sin que tal medida limitara determinados excesos, sino, en ocasiones, hasta agravándolos y extendiéndolos aún más.
. Bien pronto se pudo constatar, y se constató, que intereses político- sociales, seudo religiosos, y además de tipo económico, contribuyeron a repoblar las letanías de los santos de nombres que al mismo pueblo le habían pasado desapercibidos y, en ocasiones, hasta rechazados por él mismo, como poco, o nada, ejemplos de vivencias evangélicas.
.. A los procesos canónicos de santidad les sobran burócratas y burocracia, y les faltan valoraciones extraídas de los santos evangelios. Donde hay burocracia –“influencia excesiva de empleados públicos en los gobiernos”-, están de más los criterios ciertamente religiosos.
. Los santos- santos, y las santas- santas, jamás podrán servirles a quienes promocionaros sus causas de beatificación- canonización, como otros tantos materiales, convertibles en euros, con, o sin, IVA, ni tampoco como fuentes de prestigio y efectividad “religiosa”.
. Lealmente de acuerdo con el reconocimiento por parte de la Iglesia oficial de los méritos, por ejemplo, de la Madre Teresa de Calcuta, es explicable que hayan sido y sean muchos los cristianos convencidos de que ella hubiera estado en desacuerdo con las ceremonias y ritos espectaculares, habiendo optado porque los gastos cuantiosos que ellos significaron se emplearan en el servicio a los pobres a los que atendió y siguen atendiendo sus “Hijas de la Caridad”.
. La línea trazada entre los conceptos de la ejemplaridad cristiana que canoniza y enaltece la Iglesia oficial, y la que destaca su superioridad y la de los suyos, organizando actos como estos, es fácil de ser rebasada, hasta conseguir erigirlos solo o fundamentalmente en arcos monumentales triunfales, sin faltar en los mismos representaciones de organismos e instituciones internacionales y, por supuesto, devotos y devotas pías y sinceras.
. En relación con el caso de la Madre Teresa de Calcuta, declarada oficialmente santa, han sido, y son, muchos los cristianos que se preguntan el por qué nadie hasta el presente, en los órganos de dirección de la Iglesia se haya movilizado para iniciar semejante, o parecido, proceso de canonización a favor del ex jesuita PADRE Vicente Ferrer. Con sensatez y con cultura elementalmente catequética, a nadie se le ocurrirá concluir que su ex jesuitismo y ulterior matrimonio y paternidad, pudieran dificultar o impedir el acceso al reconocimiento público y oficial de su ejemplaridad como cristiano, en la mismísima Plaza de san Pedro.
. La exclusividad de las ejemplaridades canonizables que se reserva la Iglesia, solo para los cristianos, aunque por ahora hiciera uso de otras fórmulas no tan litúrgicas, lleva a la conclusión de impensables y ofensivas discriminaciones , haciendo creer a algunos que, por Iglesia y por Curia Romana, solo ella es la que dispone de la facultad unívoca de distribuir los certificados de ubicación en las letanías y en los calendarios.
. Son muchos y muchas los que están a la espera de engrosar tales espacios de prestigio y de reverencia, con méritos similares, o aún superiores, a los de los oficialmente cristianos, con la exclusiva explicación de que “no son de los nuestros”, sino de otras procedencias, religiones o Iglesias. El mismo Martín Lutero es, o podría ser, uno de tantos ejemplos.
. “Reservas” como estas, y cuya sola enunciación afila los cánones para la descalificación y condena de quienes así lo reclaman, estarían en desacuerdo con el pensar y sentir del Papa Francisco.
. Sería poco prudente y sensato tener que destacar ya al principio, que ni el dogma ni la infalibilidad pontificia se comprometen con la duda, o la negativa, a aceptar tales decisiones canónico- litúrgicas, dado que ellas tan solo pretenden ofrecerle al pueblo de Dios modelos de comportamientos ejemplares de vida, a la vez que el reconocimiento oficial del culto público a los protagonistas de los actos.
. En los primeros tiempos de la Iglesia fue el pueblo- pueblo el que “ canonizó” a santos y a santas imitando sus ejemplos de vida y encomendándose a ellos y a ellas, hasta que la Curia Romana acaparó para sí decisión tan sagrada, sin que tal medida limitara determinados excesos, sino, en ocasiones, hasta agravándolos y extendiéndolos aún más.
. Bien pronto se pudo constatar, y se constató, que intereses político- sociales, seudo religiosos, y además de tipo económico, contribuyeron a repoblar las letanías de los santos de nombres que al mismo pueblo le habían pasado desapercibidos y, en ocasiones, hasta rechazados por él mismo, como poco, o nada, ejemplos de vivencias evangélicas.
.. A los procesos canónicos de santidad les sobran burócratas y burocracia, y les faltan valoraciones extraídas de los santos evangelios. Donde hay burocracia –“influencia excesiva de empleados públicos en los gobiernos”-, están de más los criterios ciertamente religiosos.
. Los santos- santos, y las santas- santas, jamás podrán servirles a quienes promocionaros sus causas de beatificación- canonización, como otros tantos materiales, convertibles en euros, con, o sin, IVA, ni tampoco como fuentes de prestigio y efectividad “religiosa”.
. Lealmente de acuerdo con el reconocimiento por parte de la Iglesia oficial de los méritos, por ejemplo, de la Madre Teresa de Calcuta, es explicable que hayan sido y sean muchos los cristianos convencidos de que ella hubiera estado en desacuerdo con las ceremonias y ritos espectaculares, habiendo optado porque los gastos cuantiosos que ellos significaron se emplearan en el servicio a los pobres a los que atendió y siguen atendiendo sus “Hijas de la Caridad”.
. La línea trazada entre los conceptos de la ejemplaridad cristiana que canoniza y enaltece la Iglesia oficial, y la que destaca su superioridad y la de los suyos, organizando actos como estos, es fácil de ser rebasada, hasta conseguir erigirlos solo o fundamentalmente en arcos monumentales triunfales, sin faltar en los mismos representaciones de organismos e instituciones internacionales y, por supuesto, devotos y devotas pías y sinceras.
. En relación con el caso de la Madre Teresa de Calcuta, declarada oficialmente santa, han sido, y son, muchos los cristianos que se preguntan el por qué nadie hasta el presente, en los órganos de dirección de la Iglesia se haya movilizado para iniciar semejante, o parecido, proceso de canonización a favor del ex jesuita PADRE Vicente Ferrer. Con sensatez y con cultura elementalmente catequética, a nadie se le ocurrirá concluir que su ex jesuitismo y ulterior matrimonio y paternidad, pudieran dificultar o impedir el acceso al reconocimiento público y oficial de su ejemplaridad como cristiano, en la mismísima Plaza de san Pedro.
. La exclusividad de las ejemplaridades canonizables que se reserva la Iglesia, solo para los cristianos, aunque por ahora hiciera uso de otras fórmulas no tan litúrgicas, lleva a la conclusión de impensables y ofensivas discriminaciones , haciendo creer a algunos que, por Iglesia y por Curia Romana, solo ella es la que dispone de la facultad unívoca de distribuir los certificados de ubicación en las letanías y en los calendarios.
. Son muchos y muchas los que están a la espera de engrosar tales espacios de prestigio y de reverencia, con méritos similares, o aún superiores, a los de los oficialmente cristianos, con la exclusiva explicación de que “no son de los nuestros”, sino de otras procedencias, religiones o Iglesias. El mismo Martín Lutero es, o podría ser, uno de tantos ejemplos.
. “Reservas” como estas, y cuya sola enunciación afila los cánones para la descalificación y condena de quienes así lo reclaman, estarían en desacuerdo con el pensar y sentir del Papa Francisco.