LOS TEÓLOGOS SABEN FIRMAR
Da la desdichada y documentada impresión –que cada día se reafirma más- , que en los caminos de la “disciplina de la misericordia”, predicada y vivida por el Papa Francisco para la Iglesia, son muchos los asaltantes que se apuestan con armas de batracios, argumentos medievales y “presiones rigoristas” para hacerlo desistir del esquema de salvador con el que franciscanamente se comprometió desde el principio y que, pese a todo, pretende seguir encarnando, con el generoso reconocimiento además de propios y extraños. Arrecian y cobran fuerza las dificultades “oficiales”, tal y como era previsible, sólo con pensar y ponderar las seguridades tan copiosamente rentables de las que “por la gracia de Dios” eran titulares únicos y consagrados.
El panorama es ciertamente preocupante, por lo que toda reflexión sobre el tema resultará beneficiosa:
. Por fin, en algunos sectores de la Iglesia, grupos de teólogos /as y de laicos iniciaron actividades intra y extra eclesiales, para sensibilizar al pueblo de Dios acerca de la aguijoneante, concluyente y perentoria necesidad de neutralizar campañas organizadas y dotadas de toda –casi toda- clase de medios, para encarrilar los “desmanes” pontificios, no escandalizar a la grey y evitarle sobresaltos que califican de “heterodoxos y herejes”, nocivos, por tanto, en esta vida y en la otra. Ya era hora de que los teólogos hubieran llegado a la conclusión de que en los últimos tiempos –los postconciliares al Vaticano II-, se frustraron esperanzas que legitiman la existencia de la Iglesia, cuya administración “oficialmente” seguía encomendada al gremio de “curiales”, sin más preocupación teológica y pastoral que la de no “escandalizar” al personal, cerrar los ojos, no traicionar “las sagradas promesas”, ser fiel al legado recibido, dejar las cosas tal y como están y “sea lo que Dios quiera”, con el subrayado del “Amén” y la amenaza de los anatemas.
. Desde aquí, y con humildad, el ruego y la instancia a estos y a otros teólogos y laicos, de que insistan en la exposición de sus razonamientos serios, de que la Iglesia precisa de reformas profundas, homologables con las que fraguan el Papa Francisco y su equipo. Por supuesto que en los cálculos, tácticas y esquemas de actuación pastoral de estos teólogos, no habrán de ser únicamente válidos los procedimientos al uso, legitimados e indulgenciados por el voto o promesa de obediencia. Los tiempos, las necesidades y las terquedades y obstinamientos -algunos de ellos “en el nombre de Dios”-, son tan impenitentes y empecinados, que la duda acerca de la eficacia de las oraciones, por sí mismas, y de las declaraciones timoratas y piadosas, sería preferible confirmar con otro tipo de acciones, siempre en conformidad con la ley de Dios, con el buen sentido y el bien natural y espiritual de la comunidad.
. De entre tantos sectores que se juzgan preteridos en la Iglesia, necesitados por tanto, de urgente reforma, destacan los relacionados con el trato y consideración de la que es objeto –más que sujeto-, la mujer por parte de la Iglesia “oficial”,empeñada en seguir manteniendo su imagen y figura como “pecado”, ajena a las responsabilidades que en plenitud debiera compartir con el hombre-varón dentro de la institución eclesiástica. La mujer “católica” está hoy tan discriminada como en los países, religiones e Iglesias más subdesarrollados. Clausuradas con el acorazonamiento de los cánones del Código de Derecho Canónico, por mujer -y más en el caso de las monjas y en el de algunos movimientos piadosos “modernos”-, religión y mujer son conceptos dignos de revisión y arrepentimiento, y con rápido y reparador “propósito de enmienda.
. En este caso, y sin que sirva de precedente, me permito la licencia de sugerir el interrogante de qué acontecería si el “devoto sexo femenino”, por compromiso con la fe y la teología, tomara la decisión de “declararse en huelga de rodillas, de brazos caídos” y presencia en actos de culto y en las actividades de catequista y ético- morales y familiares, con las que ellas se identifican y contribuyen -¡en qué proporción¡- a hacer Iglesia a la Iglesia.
. Y es que no es posible seguir esperando pasivamente ya más. El bien de la Iglesia lo reclama con gritos de dolor. Los espacios de redención y reforma que la definen, se acrecientan y se exponen a la vista de todos, mientras que las fuerzas desintegradoras, conservadoras y retrógradas de por sí, y al servicio de intereses naturales y “espirituales”, rezan el sempiterno rosario en las decenas piadosas de sus misterios, alentando la esperanza de que bien pronto al Papa Francisco habrá de substituirle otro, cuyo nombre coincida con el de los todopoderosos señores imperiales o feudales, con el simple añadido de una letra o de un número romano más.
El panorama es ciertamente preocupante, por lo que toda reflexión sobre el tema resultará beneficiosa:
. Por fin, en algunos sectores de la Iglesia, grupos de teólogos /as y de laicos iniciaron actividades intra y extra eclesiales, para sensibilizar al pueblo de Dios acerca de la aguijoneante, concluyente y perentoria necesidad de neutralizar campañas organizadas y dotadas de toda –casi toda- clase de medios, para encarrilar los “desmanes” pontificios, no escandalizar a la grey y evitarle sobresaltos que califican de “heterodoxos y herejes”, nocivos, por tanto, en esta vida y en la otra. Ya era hora de que los teólogos hubieran llegado a la conclusión de que en los últimos tiempos –los postconciliares al Vaticano II-, se frustraron esperanzas que legitiman la existencia de la Iglesia, cuya administración “oficialmente” seguía encomendada al gremio de “curiales”, sin más preocupación teológica y pastoral que la de no “escandalizar” al personal, cerrar los ojos, no traicionar “las sagradas promesas”, ser fiel al legado recibido, dejar las cosas tal y como están y “sea lo que Dios quiera”, con el subrayado del “Amén” y la amenaza de los anatemas.
. Desde aquí, y con humildad, el ruego y la instancia a estos y a otros teólogos y laicos, de que insistan en la exposición de sus razonamientos serios, de que la Iglesia precisa de reformas profundas, homologables con las que fraguan el Papa Francisco y su equipo. Por supuesto que en los cálculos, tácticas y esquemas de actuación pastoral de estos teólogos, no habrán de ser únicamente válidos los procedimientos al uso, legitimados e indulgenciados por el voto o promesa de obediencia. Los tiempos, las necesidades y las terquedades y obstinamientos -algunos de ellos “en el nombre de Dios”-, son tan impenitentes y empecinados, que la duda acerca de la eficacia de las oraciones, por sí mismas, y de las declaraciones timoratas y piadosas, sería preferible confirmar con otro tipo de acciones, siempre en conformidad con la ley de Dios, con el buen sentido y el bien natural y espiritual de la comunidad.
. De entre tantos sectores que se juzgan preteridos en la Iglesia, necesitados por tanto, de urgente reforma, destacan los relacionados con el trato y consideración de la que es objeto –más que sujeto-, la mujer por parte de la Iglesia “oficial”,empeñada en seguir manteniendo su imagen y figura como “pecado”, ajena a las responsabilidades que en plenitud debiera compartir con el hombre-varón dentro de la institución eclesiástica. La mujer “católica” está hoy tan discriminada como en los países, religiones e Iglesias más subdesarrollados. Clausuradas con el acorazonamiento de los cánones del Código de Derecho Canónico, por mujer -y más en el caso de las monjas y en el de algunos movimientos piadosos “modernos”-, religión y mujer son conceptos dignos de revisión y arrepentimiento, y con rápido y reparador “propósito de enmienda.
. En este caso, y sin que sirva de precedente, me permito la licencia de sugerir el interrogante de qué acontecería si el “devoto sexo femenino”, por compromiso con la fe y la teología, tomara la decisión de “declararse en huelga de rodillas, de brazos caídos” y presencia en actos de culto y en las actividades de catequista y ético- morales y familiares, con las que ellas se identifican y contribuyen -¡en qué proporción¡- a hacer Iglesia a la Iglesia.
. Y es que no es posible seguir esperando pasivamente ya más. El bien de la Iglesia lo reclama con gritos de dolor. Los espacios de redención y reforma que la definen, se acrecientan y se exponen a la vista de todos, mientras que las fuerzas desintegradoras, conservadoras y retrógradas de por sí, y al servicio de intereses naturales y “espirituales”, rezan el sempiterno rosario en las decenas piadosas de sus misterios, alentando la esperanza de que bien pronto al Papa Francisco habrá de substituirle otro, cuyo nombre coincida con el de los todopoderosos señores imperiales o feudales, con el simple añadido de una letra o de un número romano más.