El dilema eucarístico
En la carta que voy a reproducir a continuación, de la religiosa benedictina norteamericana Joan Chittister, se plantea un problema que, aunque lo podamos negar está presente en algunas comunidades, sobre todo entre las mujeres más jóvenes. Fuera de España las mujeres que abandonan el catolicismo porque consideran que no son tratadas en igualdad con los varones, pueden encontrar otras iglesias cristianas donde vivir su fe, entre nosotros es peor porque hay menos comunidades protestantes.
“El mayor problema de la teología sobre la eucaristía de nuestro tiempo no es que la gente no comprenda su valor y sentido, más bien es todo lo contrario. Todos los niños aprenden que es el signo de la comunidad cristiana, su corazón. ¿Quién se atreve a negar la unión, la profundidad y la fuerza eléctrica que nos une en ella? Sabemos que es el eslabón entre nosotros y Cristo, entre nosotros y el Evangelio, entre nosotros y la Tradición que nos une al mismo Jesús y al mundo que nos rodea. No se pone en duda lo que es la Eucaristía.
Lo que se cuestiona es que no se permita a la Eucaristía hacer lo que tiene que hacer: conectarnos, unirnos y hacernos Uno. La verdad es que hoy es signo de unidad pero también de división. Con motivo de algunos de los problemas políticos de hace unos siglos, entre el Este y el Oeste, negamos nuestra mesa a ortodoxos y uniatos, aunque nuestras creencias y compromisos sean los mismos, y no hay diferencias entre las visiones sobre la muerte y la vida.
Lo que también plantea dudas, es que las divisiones impuestas entre bautizados y bautizadas nos imposibilitan ser testigos de lo que decimos en nuestra fe: que varones y mujeres son iguales; que las mujeres son plenas personas humanas; que la gracia de Dios es indivisible; que el discipulado comprende a todos y que todos somos llamados a seguir a Cristo
En las conferencias que doy sobre nuestra fe, siempre alguna mujer se me acerca al final para continuar la discusión. Empiezan diciendo “fui católica”, “dejé de serlo”… una triste letanía de desilusión y abandono de una Iglesia que creyeron les ofrecía la plenitud de vida, pero les negaba la condición de personas plenas. Tienen que permanecer alejadas de los altares de la Iglesia, quieren seguir a Jesús, pero Jesús, se les dice no quiere ser seguido por ellas. Podéis llamar a la Eucaristía comunión “santa” pero no lo es, me comentan. No así, ni bajo estas condiciones.
Por eso se van lejos a los sitios donde les espera Jesús con los brazos abiertos que son otras iglesias cristianas. En este movimiento veo algo que desafía la lección de María Magdalena, de la Mujer del pozo, de María de Betania o de María de Nazaret. Se van a los lugares donde pueden ser ministras del altar, obispas, donde se les permite hacer homilías y donde todos los miembros de sus sínodos no son varones. Se van donde pueden ver la imagen de Dios en ellas mismas y en otras mujeres. Se van donde la teología sobre la Eucaristía, se palpa”
“Eucharist” by Joan Chittister, Spirituality Magazine. Volume 18, March-April 2012, No 101. Dominican Publications: Republic of Ireland.
“El mayor problema de la teología sobre la eucaristía de nuestro tiempo no es que la gente no comprenda su valor y sentido, más bien es todo lo contrario. Todos los niños aprenden que es el signo de la comunidad cristiana, su corazón. ¿Quién se atreve a negar la unión, la profundidad y la fuerza eléctrica que nos une en ella? Sabemos que es el eslabón entre nosotros y Cristo, entre nosotros y el Evangelio, entre nosotros y la Tradición que nos une al mismo Jesús y al mundo que nos rodea. No se pone en duda lo que es la Eucaristía.
Lo que se cuestiona es que no se permita a la Eucaristía hacer lo que tiene que hacer: conectarnos, unirnos y hacernos Uno. La verdad es que hoy es signo de unidad pero también de división. Con motivo de algunos de los problemas políticos de hace unos siglos, entre el Este y el Oeste, negamos nuestra mesa a ortodoxos y uniatos, aunque nuestras creencias y compromisos sean los mismos, y no hay diferencias entre las visiones sobre la muerte y la vida.
Lo que también plantea dudas, es que las divisiones impuestas entre bautizados y bautizadas nos imposibilitan ser testigos de lo que decimos en nuestra fe: que varones y mujeres son iguales; que las mujeres son plenas personas humanas; que la gracia de Dios es indivisible; que el discipulado comprende a todos y que todos somos llamados a seguir a Cristo
En las conferencias que doy sobre nuestra fe, siempre alguna mujer se me acerca al final para continuar la discusión. Empiezan diciendo “fui católica”, “dejé de serlo”… una triste letanía de desilusión y abandono de una Iglesia que creyeron les ofrecía la plenitud de vida, pero les negaba la condición de personas plenas. Tienen que permanecer alejadas de los altares de la Iglesia, quieren seguir a Jesús, pero Jesús, se les dice no quiere ser seguido por ellas. Podéis llamar a la Eucaristía comunión “santa” pero no lo es, me comentan. No así, ni bajo estas condiciones.
Por eso se van lejos a los sitios donde les espera Jesús con los brazos abiertos que son otras iglesias cristianas. En este movimiento veo algo que desafía la lección de María Magdalena, de la Mujer del pozo, de María de Betania o de María de Nazaret. Se van a los lugares donde pueden ser ministras del altar, obispas, donde se les permite hacer homilías y donde todos los miembros de sus sínodos no son varones. Se van donde pueden ver la imagen de Dios en ellas mismas y en otras mujeres. Se van donde la teología sobre la Eucaristía, se palpa”
“Eucharist” by Joan Chittister, Spirituality Magazine. Volume 18, March-April 2012, No 101. Dominican Publications: Republic of Ireland.