¿Y los divorciados y vueltos a casar?
Ante los, cada día, más matrimonios rotos, uno de los problemas que se le han presentado a la Iglesia es la situación de los católicos divorciados y vueltos a casar. La doctrina tradicional les impedía el acceso a la comunión, algo que preocupa a muchos obispos, entre ellos a los italianos, que en su visita ad limina al nuevo pontífice, le han pedido una solución.
Francisco les ha escuchado y se ha reunido con monseñor Vincenzo Paglia, cabeza del ministerio que se ocupa de la familia, al que le ha transmitido la preocupación de los obispos. A este ministerio, que está trabajando en un texto sobre los novios, le ha encomendado que elabore otro que encuentre “nuevas soluciones para los divorciados y vueltos a casar”. Parece que el camino puede estar en la evaluación de caso por caso, una senda que ya inició Benedicto XVI, en un coloquio con sacerdotes de la diócesis de Aosta en 2005 al insinuar, que el primer matrimonio podría haberse celebrado sin fe, con lo que era fácilmente anulable. Y en la jornada mundial de la familia en Milán pronunció “que la Iglesia ama a estas personas y que hay que hacer todo lo posible para que se sientan amadas, aceptadas y no “fuera” de la Iglesia.
Hasta ahora regía un texto del antiguo papa, cuando era cardenal Ratzinger, que fue enviado a los obispos de la Iglesia en 1994: “La Iglesia no reconoce el nuevo matrimonio, con lo que los divorciados y vueltos a casar se encuentran en una situación que objetivamente contrasta con la ley de Dios”.
¿Qué solución encontrará el nuevo documento? ¿Recortar los largos procesos para conseguir la nulidad del matrimonio inicial? Me parece que va a primar la acogida y la misericordia antes que los principios, que es la médula del nuevo pontificado. De hecho Bergoglio, cuando era arzobispo de Buenos Aires, escribió un vademécum en el que mostraba condescendencia ante la posibilidad de que los divorciados y vueltos a casar pudieran acercarse a la comunión.
Cambia la vida, cambian las costumbres y los padres convivimos con nuestros hijos, que piensan y actúan distinto de nosotros… y no por ello los apartamos. Si la Iglesia quiere ser madre, tendrá que seguir por esta senda, de aceptar lo que ayer no contemplaba pues es la única manera de ajustarse a los signos de los tiempos y mostrar amor a familias que han sufrido mucho en las rupturas matrimoniales. De no hacerlo perderá al nuevo matrimonio y a los hijos que conciban.
Francisco les ha escuchado y se ha reunido con monseñor Vincenzo Paglia, cabeza del ministerio que se ocupa de la familia, al que le ha transmitido la preocupación de los obispos. A este ministerio, que está trabajando en un texto sobre los novios, le ha encomendado que elabore otro que encuentre “nuevas soluciones para los divorciados y vueltos a casar”. Parece que el camino puede estar en la evaluación de caso por caso, una senda que ya inició Benedicto XVI, en un coloquio con sacerdotes de la diócesis de Aosta en 2005 al insinuar, que el primer matrimonio podría haberse celebrado sin fe, con lo que era fácilmente anulable. Y en la jornada mundial de la familia en Milán pronunció “que la Iglesia ama a estas personas y que hay que hacer todo lo posible para que se sientan amadas, aceptadas y no “fuera” de la Iglesia.
Hasta ahora regía un texto del antiguo papa, cuando era cardenal Ratzinger, que fue enviado a los obispos de la Iglesia en 1994: “La Iglesia no reconoce el nuevo matrimonio, con lo que los divorciados y vueltos a casar se encuentran en una situación que objetivamente contrasta con la ley de Dios”.
¿Qué solución encontrará el nuevo documento? ¿Recortar los largos procesos para conseguir la nulidad del matrimonio inicial? Me parece que va a primar la acogida y la misericordia antes que los principios, que es la médula del nuevo pontificado. De hecho Bergoglio, cuando era arzobispo de Buenos Aires, escribió un vademécum en el que mostraba condescendencia ante la posibilidad de que los divorciados y vueltos a casar pudieran acercarse a la comunión.
Cambia la vida, cambian las costumbres y los padres convivimos con nuestros hijos, que piensan y actúan distinto de nosotros… y no por ello los apartamos. Si la Iglesia quiere ser madre, tendrá que seguir por esta senda, de aceptar lo que ayer no contemplaba pues es la única manera de ajustarse a los signos de los tiempos y mostrar amor a familias que han sufrido mucho en las rupturas matrimoniales. De no hacerlo perderá al nuevo matrimonio y a los hijos que conciban.