Sobre el nuevo sínodo
Ha aparecido un nuevo artículo de Joan Chittister en el National Catholic Reporter que me voy a permitir reproducir.
“Recuerdo un anciano proverbio que me dejó con malestar tanto por el presente como por el pasado. Decía Buda que hay sólo dos errores en el camino de la verdad, el primero es no ir suficientemente deprisa pero el segundo es no empezar. El recuerdo era porque estamos en el momento de cometer otro error… o no. Todo depende. A muy pocas personas se les da la posibilidad de tener una segunda oportunidad para colocar las grandes cosas de la vida en su sitio, en su lugar auténtico. A nivel personal, recuperarse de un error es una acción muy lenta y supone un largo proceso. Nos equivocamos en nuestro matrimonio y nos arrastramos por la vida abandonando nuestros primeros sueños. Nos estancamos en trabajos mortíferos que se llevan por delante el tipo de vida con el que habíamos soñado.
Si las correcciones, a lo largo de la vida, son difíciles para los individuos, resultan todavía más complicadas para las instituciones. Los gobiernos quedan marcados durante décadas por sus mayores decisiones. Las guerras sin causa son tropiezos, como la invasión de Irak, que dañan el lugar de un país en la comunidad de naciones durante años. Muy pocas grandes sociedades como Fannie Mae y Freddie Mac (sociedades USA dedicadas a las hipotecas que quebraron), pueden recuperarse del abandono de su clientela. Han perdido credibilidad, echado a perder años de benevolencia con lo que ven como su público les da espalda buscando la luz como los girasoles.
Lo peor es que, si una institución pública cae en la ignominia, si no desaparece de inmediato está condenada a caer despacio y dolorosamente en formas irreconocibles de su antiguo esplendor. Hace tiempo las iglesias no tenían estos problemas pero eso ha cambiado. Hoy no están mejor situadas que otras sociedades y tienen que afrontar los costos del pecado y los intentos de fraude. “La fe” no consigue cancelar en un pueblo educado, la falta de integridad de las iglesias y es donde estamos ahora, nos guste o no. Nuestras mayores instituciones están siendo revisadas con sospecha, el gobierno y sus escandalosas disfunciones, las instituciones financieras globales y su peculiar escamoteo pecuniario, incluso la Iglesia y su insistencia en normas para los demás, cuando recorta las suyas.
Y en el medio de una Iglesia manchada por el escándalo y la rigidez llega un papa con una llamada a la reforma y al entendimiento. No es posible estar en desacuerdo. Pero el problema es que la Iglesia ya ha estado en esta coyuntura con anterioridad. La primera vez fue en el siglo XVI cuando los reformadores pedían una revisión seria de su teología práctica. Protestaron contra el clericalismo, la riqueza eclesial, la utilización de un lenguaje incomprensible que distanciaba a los laicos convirtiéndolos en ciudadanos de segunda categoría, la venta de reliquias, la concesión de indulgencias a cambio de dinero y una teología que convertía a los laicos en personas dóciles sin pensamiento propio, en una fe desprovista de testigos y de energía espiritual. La respuesta de la Iglesia fue el concilio de Trento (1545- 1563) y sus 150 anatemas contra toda posibilidad de cambio.
Fue la misma repuesta de siempre a los deseos de renovación de la Iglesia pero esta vez fueron más allá al añadir un índice de libros prohibidos para amortiguar este tipo de pensamiento renovador en el futuro. El rechazo a las lenguas vernáculas, hacían la discusión eclesial imposible para los laicos. Hubo mayor control episcopal y más normas para todo. La necesidad de reforma desapareció.
A partir del Vaticano II la Iglesia ha vuelto a abrir el tema de la reforma y ha llegado un papa con específicas cuestiones para las que quiere la respuesta de los laicos antes de la apertura del sínodo de los obispos. Se trata de discutir “los cambios pastorales necesarios para la familia en el contexto evangelizador” en el mes de octubre y para ello pretende recibir el input de los laicos de todas las diócesis.
Pero salvando a algunos obispos de USA (creo que los mismo se podría decir de España) no se nos ha convocado y ese es el verdadero problema.Preguntar tiene tres peligros.
Primer, cuando preguntas das la idea de que las respuestas van a ser tomadas en consideración lo que genera expectativas.
Segundo, preguntar supone que estás abierto a considerar las posturas de los otros
Tercero, como conocen todos los buenos abogados, hacer una pregunta sobre la que no quieres escuchar una respuesta diferente a la tuya expone las fisuras y diferencias que se manifiestan dentro de la comunidad. El viejo juego de que “una única respuesta” es válida para todos se termina y abre la mente de las personas, que consideran tienen el derecho a pensar, a repensar y a pensar de nuevo.
El pensamiento es un signo de que el grupo está sano pero no revela una comunidad conforme y complaciente. En la medida que las personas se acostumbran a pensar juntas, la comunidad se afianza, entra energía en el grupo, se abren nuevas posibilidades y una nueva vida eclosiona. Para todos.
Los 150 anatemas de Trento fueron un error por el que se perdió media Europa para la Iglesia, dividió la comunidad cristiana durante 400 años y sumergió al catolicismo en el oscurantismo del pensamiento y a los testigos cristianos flotando en el “escándalo de la división”.
Desde mi punto de vista da la impresión de que se nos abre una nueva oportunidad de hacer las cosas bien. La única cuestión es si a los obispos que se les ha pedido recoger la respuesta de los laicos, lo harán. Sería la manera de poner el proceso en marcha”.
“Recuerdo un anciano proverbio que me dejó con malestar tanto por el presente como por el pasado. Decía Buda que hay sólo dos errores en el camino de la verdad, el primero es no ir suficientemente deprisa pero el segundo es no empezar. El recuerdo era porque estamos en el momento de cometer otro error… o no. Todo depende. A muy pocas personas se les da la posibilidad de tener una segunda oportunidad para colocar las grandes cosas de la vida en su sitio, en su lugar auténtico. A nivel personal, recuperarse de un error es una acción muy lenta y supone un largo proceso. Nos equivocamos en nuestro matrimonio y nos arrastramos por la vida abandonando nuestros primeros sueños. Nos estancamos en trabajos mortíferos que se llevan por delante el tipo de vida con el que habíamos soñado.
Si las correcciones, a lo largo de la vida, son difíciles para los individuos, resultan todavía más complicadas para las instituciones. Los gobiernos quedan marcados durante décadas por sus mayores decisiones. Las guerras sin causa son tropiezos, como la invasión de Irak, que dañan el lugar de un país en la comunidad de naciones durante años. Muy pocas grandes sociedades como Fannie Mae y Freddie Mac (sociedades USA dedicadas a las hipotecas que quebraron), pueden recuperarse del abandono de su clientela. Han perdido credibilidad, echado a perder años de benevolencia con lo que ven como su público les da espalda buscando la luz como los girasoles.
Lo peor es que, si una institución pública cae en la ignominia, si no desaparece de inmediato está condenada a caer despacio y dolorosamente en formas irreconocibles de su antiguo esplendor. Hace tiempo las iglesias no tenían estos problemas pero eso ha cambiado. Hoy no están mejor situadas que otras sociedades y tienen que afrontar los costos del pecado y los intentos de fraude. “La fe” no consigue cancelar en un pueblo educado, la falta de integridad de las iglesias y es donde estamos ahora, nos guste o no. Nuestras mayores instituciones están siendo revisadas con sospecha, el gobierno y sus escandalosas disfunciones, las instituciones financieras globales y su peculiar escamoteo pecuniario, incluso la Iglesia y su insistencia en normas para los demás, cuando recorta las suyas.
Y en el medio de una Iglesia manchada por el escándalo y la rigidez llega un papa con una llamada a la reforma y al entendimiento. No es posible estar en desacuerdo. Pero el problema es que la Iglesia ya ha estado en esta coyuntura con anterioridad. La primera vez fue en el siglo XVI cuando los reformadores pedían una revisión seria de su teología práctica. Protestaron contra el clericalismo, la riqueza eclesial, la utilización de un lenguaje incomprensible que distanciaba a los laicos convirtiéndolos en ciudadanos de segunda categoría, la venta de reliquias, la concesión de indulgencias a cambio de dinero y una teología que convertía a los laicos en personas dóciles sin pensamiento propio, en una fe desprovista de testigos y de energía espiritual. La respuesta de la Iglesia fue el concilio de Trento (1545- 1563) y sus 150 anatemas contra toda posibilidad de cambio.
Fue la misma repuesta de siempre a los deseos de renovación de la Iglesia pero esta vez fueron más allá al añadir un índice de libros prohibidos para amortiguar este tipo de pensamiento renovador en el futuro. El rechazo a las lenguas vernáculas, hacían la discusión eclesial imposible para los laicos. Hubo mayor control episcopal y más normas para todo. La necesidad de reforma desapareció.
A partir del Vaticano II la Iglesia ha vuelto a abrir el tema de la reforma y ha llegado un papa con específicas cuestiones para las que quiere la respuesta de los laicos antes de la apertura del sínodo de los obispos. Se trata de discutir “los cambios pastorales necesarios para la familia en el contexto evangelizador” en el mes de octubre y para ello pretende recibir el input de los laicos de todas las diócesis.
Pero salvando a algunos obispos de USA (creo que los mismo se podría decir de España) no se nos ha convocado y ese es el verdadero problema.Preguntar tiene tres peligros.
Primer, cuando preguntas das la idea de que las respuestas van a ser tomadas en consideración lo que genera expectativas.
Segundo, preguntar supone que estás abierto a considerar las posturas de los otros
Tercero, como conocen todos los buenos abogados, hacer una pregunta sobre la que no quieres escuchar una respuesta diferente a la tuya expone las fisuras y diferencias que se manifiestan dentro de la comunidad. El viejo juego de que “una única respuesta” es válida para todos se termina y abre la mente de las personas, que consideran tienen el derecho a pensar, a repensar y a pensar de nuevo.
El pensamiento es un signo de que el grupo está sano pero no revela una comunidad conforme y complaciente. En la medida que las personas se acostumbran a pensar juntas, la comunidad se afianza, entra energía en el grupo, se abren nuevas posibilidades y una nueva vida eclosiona. Para todos.
Los 150 anatemas de Trento fueron un error por el que se perdió media Europa para la Iglesia, dividió la comunidad cristiana durante 400 años y sumergió al catolicismo en el oscurantismo del pensamiento y a los testigos cristianos flotando en el “escándalo de la división”.
Desde mi punto de vista da la impresión de que se nos abre una nueva oportunidad de hacer las cosas bien. La única cuestión es si a los obispos que se les ha pedido recoger la respuesta de los laicos, lo harán. Sería la manera de poner el proceso en marcha”.