Perfil bíblico del papa Francisco
Lema
El lema que Mons. Bergoglio escogió al ser consagrado obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992 fue “Miserando atque eligendo” (Lo miró con misericordia y lo eligió). La frase procede de una homilía de Beda el Venerable que comenta el pasaje de la Vocación de Mateo (Mt 9,9).
De este lema el hoy Papa Francisco ha hecho piedra angular de su ejercicio pastoral. Y es por ello que no nos ha de extrañar escucharle constantemente palabras de misericordia. En su homilía del 5º domingo de cuaresma, primer domingo de su ministerio petrino, en la Parroquia de Santa Ana (ubicada en el mismo Vaticano), el Papa cita este pasaje y comenta que “El Señor nunca se cansa de perdonar, ¡jamás! Somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón”
Centralidad de la Palabra
El entonces Mons. Bergoglio, durante su ejercicio de pastor diocesano de Buenos Aires, se reunió frecuentemente con los catequistas de la diócesis y, en esos encuentros, les invitó a hacer de la Palabra centro de su labor catequética. Nos podemos fijar en las palabras que les dirigió en marzo de 2001:
“Doy gracias al Señor porque su Palabra está cada vez más presente en los encuentros de los catequistas. Me consta además que son muchos los avances en cuanto la formación bíblica de los catequistas.. Pero se correría el riesgo de quedar en una fría exégesis o uso del texto de la Sagrada Escritura si faltase el encuentro personal, la rumia insustituible que cada creyente y cada comunidad deben hacer de la Palabra”
Como podemos leer, les invita al encuentro personal e insustituible con la Palabra, a rumiarla, es decir, a saborear esas cartas de amor que Dios me ha escrito.
Y aún más, en marzo de 2001 les exhorta a que “no puede haber realmente una verdadera catequesis sin una centralidad y referencia real a la Palabra de Dios que anime, sostenga y fecunde todo su hacer”. O sea, que no es verdadera catequesis la que no hace de la Palabra de Dios su centro y motor.
Hermenéutica de la Palabra
Nos podemos fijar en unos ejemplos para reconocer cómo el actual Papa nos lleva desde el pasaje bíblico a nuestra realidad cercana, a nuestra vida y la de nuestras comunidades.
El Papa está insistiendo mucho en que hay que abrir puertas, encender luces, salir a buscar, que los sacerdotes han de “oler a oveja”… En esta línea, en el libro El Jesuita (hoy retitulado El Papa Francisco), libro-entrevista con Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti, comenta sobre la parábola de la oveja perdida:
“Es clave que los católicos –tanto los clérigos como los laicos- salgamos al encuentro de la gente. Una vez me decía un sacerdote muy sabio que estamos frente a una situación totalmente opuesta a la que plantea la parábola del pastor, que tenía noventa y nueve ovejas en el corral y fue a buscar a la que se perdió: tenemos una en el corral y noventa y nueve que no vamos a buscar”.
Nos actualiza la parábola. Del texto bíblico pasamos a nuestra realidad viva de hoy: “no vamos a buscar”. Y en su comentario, aún irá más lejos y de nuestra realidad personal pasará a la que conformamos como Iglesia:
“A una Iglesia que se limita a administrar el trabajo parroquial, que vive encerrada en su comunidad, le pasa lo mismo que a una persona encerrada: se atrofia física y mentalmente. O se deteriora como un cuarto encerrado, donde se expande el moho y la humedad. A una Iglesia autorreferencial le sucede lo mismo que a una persona autorreferencial: se pone paranoica, autista”.
Un segundo ejemplo lo podemos encontrar en su homilía del Corpus Christi de 2001, al comentar el pasaje de la «Multiplicación de los panes y los peces»:
“El mensaje del Evangelio es claro, diáfano, cálido y contundente: donde está Jesús desaparecen las proporciones humanas. Y, paradójicamente, la desproporción de Dios es más humana (más realista, más simple, más verdadera, más realizable) que nuestros cálculos. La desproporción de Dios es realista y realizable porque mira la calidez del pan que invita a ser repartido y no la frialdad del dinero que busca la soledad de los depósitos”.
Una actualización que contrasta las proporciones humanas con la “desproporción de Dios”, que habla de calidez, que señala la frialdad del dinero.
Y como último ejemplo nos fijamos en el mensaje de esta última cuaresma, poco tiempo antes de entrar en el cónclave que le elegiría Papa. A partir de la cita del profeta Joel “Rasgad vuestros corazones y no vuestros vestidos” (2, 13) escribe una magnífica exhortación de la que extraemos algunas frases:
“Rasguen el corazón y no los vestidos de una penitencia artificial sin garantías de futuro.
Rasguen el corazón y no los vestidos de un ayuno formal y de cumpli-miento que nos sigue manteniendo satisfechos.
Rasguen el corazón y no los vestidos de una oración superficial y egoísta que no llega a las entrañas de la propia vida para dejarla tocar por Dios.
Rasguen los corazones para sentir ese eco de tantas vidas desgarradas y que la indiferencia no nos deje inertes.
Rasguen los corazones para poder amar con el amor con que somos amados, consolar con el consuelo que somos consolados y compartir lo que hemos recibido”.
Gestos evangélicos
Desde su elección el Papa nos ha sorprendido con gestos muy evangélicos, es decir, que muestran actitudes que Jesús mostró en su vida y los evangelistas plasmaron en sus evangelios.
“Dejad que los niños se acerque a mí” dijo Jesús a los apóstoles. Y el Papa Francisco besa y abraza a los niños presentes en sus encuentros.
“Se compadeció de la multitud”, nos cuenta el evangelio sobre Jesús. Y el Papa saluda a los fieles saltándose normas de protocolo y seguridad.
Jesús llama a los Doce a vivir en comunidad y en varias ocasiones su misión tiene como escenarios comidas. Y el Papa Francisco sigue viviendo en Santa Marta y dice que un Papa necesita compartir mesa y noticias.
“No llevéis ni oro ni plata”, dice Jesús a los discípulos que envía. Y el Papa desea unas vestiduras litúrgicas más austeras, cambia trono por silla o ¡sigue usando los mismos zapatos!
Ya avancé que tan solo era una aproximación, pero aún así logramos reconocer en las palabras, gestos y actitudes del papa Francisco un coherente e intrépido eco de las palabras, gestos y actitudes de Jesús de Nazaret, la Palabra de Dios.
Quique Fernández