La Iglesia que quieren.

Una Iglesia en las que las decisiones, los dogmas, la moral se establezcan asambleariamente por un conjunto de clérigos, secularizados, monjas con afán de protagonismo y algunos laicos que les siguen la corriente.

La estructura eclesial que quiso Jesucristo se pulveriza en un democratismo que además es falso. Porque no gobernaría el pueblo sino los lobbys que tan inconscientemente se han dejado crecer por quienes tenían como misión regir al pueblo de Dios.

Las ovejas hoy se engallan ante el pastor y le dicen lo que tiene que hacer y a donde quieren ir. Y con amenazas. Mucho ojo como no nos hagáis caso. O como es atreváis a tocar a uno de los nuestros.

Cualquier institución así es ingobernable. Mañana se multiplicarían las asambleas y se contradirían entre ellas. Y de la Iglesia no quedaría nada. Protestantismo liberal puro y en descomposición.

Y lo peor no es la crisis, evidente, sino la dejación de funciones de quienes deberían atajarla. O se ponen manos a la obra o en unos años ya no habrá obispos. En la nueva organización no tienen sentido. Lo malo es que lleguemos a preguntarnos si lo tienen en la actual.
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