Sobre el Lignum Crucis y las reliquias.

Se acaba de descubrir en la catedral de Burgos un pequeño fragmento del Lignum Crucis, el madero en el que fue crucificado Nuestro Señor Jesucristo.

No voy a entrar en la crítica científica. No me interesa nada. Durante siglos mis mayores veneraron esos trozos de madero no por la madera en sí, que no merece veneración alguna. Creyeron, convencidos y emocionados, que esas astillas eran parte de aquella cruz en la que colgó, y murió, la salvación del mundo.

Árboles hay muchos pero Árbol redentor sólo uno. Y no por el árbol. Por el Hijo de Dios que en él crucificaron. Pues la veneración a la madera es una segunda derivada de nuestro verdadero amor. A Cristo muerto y resucitado. Él volóse al Cielo y apenas nos dejó nada, dejándonos todo.

Quienes no creen en el sacrosanto misterio de la Transubstanciación y que piensan, además, que la doctrina de un tal Jesús es una elaboración muy posterior de sus seguidores, no van a encontrar resto material alguno de su paso por la tierra. Salvo tal vez algún trozo del madero en el que se le crucificó. En su militante increencia pues Carbono 14 y lo que se quiera. Y hasta vale esa volteriana broma de que si se juntaran todos los fragmentos del Lignum Crucis no se tendría un árbol sino un bosque.

Durante siglos nuestros mayores veneraron en esos fragmentos de madera la cruz de nuestro Redentor. Y eso seguimos haciendo hoy. Como el día de Viernes Santo cuando adoramos una Cruz que nadie piensa es de la que estuvo colgado Cristo. Sólo una representación.

Y esa es la actitud católica ante la Cruz y ante los fragmentos que se tienen por del Lignum Crucis. Memoria y amor agradecido. ¿Qué además esa madera fue la que sostuvo de hecho el cuerpo agonizante de Cristo pues mejor que mejor? Pero es lo de menos. No voy a negar el milagro de la Cruz hallada por Santa Elena. Ni a discutir si de esa Cruz proceden todos los fragmentos que existen en el mundo. Me es igual. Unas astillas han sido presentadas por la Iglesia, sin comprometer en nada para ello la fe, como las del árbol por excelencia. El más árbol de todos los árboles que han existido en el mundo. En ellas adoramos la muerte de Cristo. Por nuestra Redención. No somos adoradores de maderas o de piedras. Pero aquellas que nos traigan a la vista la vida de Cristo las veneramos. No por ellas. Por Él.

Lo mismo cabe decir, aunque mil pisos más abajo, o infinitos, de las reliquias de los santos. Los católicos no veneramos huesos, telas o firmas. Recordamos, con veneración, a aquellos que se han mostrado como más admirables seguidores de Cristo. Pero la anatomía no nos interesa. Un fémur, un diente, un trozo de un sayal en sí mismos no son nada. Pero es lo que nos queda de personas admirables, de verdaderos amigos de Dios. El hueso, el sayal, en sí mismos, son despojos. No veneramos restos materiales sino a alguien que esos restos nos lo recuerdan.

Ese es el verdadero sentido de las reliquias. Y, desde esta perspectiva, casi es igual que sean verdaderas o falsas. Yo he acudido cien veces al sepulcro de mi Apóstol compostelano. Voy por él. Si lo que allí queda es suyo pues bendito sea Dios que hace que aquello me lleve a Sant Iago. Y si no lo es pues también bendito sea Dios que hace que aquello me lleve a Sant Iago y a Él

Beso con devoción emocionada todo Lignum Crucis. Y si no es auténtico, pues,de nuevo, bendito sea Dios. Jamás lo besé pidiendo credenciales. Si no se me aportan no lo beso. Cualquiera cruz de madera, e incluso de otro material, la beso siempre emocionado. Con inmenso amor. Que no es nada comparado con el que recibí desde esa cruz. Y si fuera auténtico no digo que sería mayor el amor del beso. Porque, como ya he dicho, besando la madera no la besamos a ella. Besamos en ella a Cristo, muerto en la madera de la Cruz y que inmediatamente resucitó.

Estamos en tiempo Pascual ¡Aleluya!
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