No se enfaden, señores obispos. Si hasta lo deberían agradecer.
Ante una crítica, y también ante una alabanza, un obispo, cualquiera, lo primero que debería pensar es de donde viene. Porque es normal que los enemigos de la Iglesia critiquen a los obispos. Lo preocupante sería que les alabaran.
Si la crítica viniera de personas que se sienten católicas y aman a la Iglesia deberían considerar el por que de esa crítica. Que puede ser infundada, injusta, necia... En ese caso se olvida y no vale la pena ni disgustarse. Procederán de un resentimiento personal, de un desconocimiento de los hechos, de una interpretación equivocada de los mismos, del escaso juicio del que hace la crítica, de dar importancia a lo que la tiene muy escasa...
Pero en no pocos casos esas críticas tienen fundamento. Y a veces muy grave. Pues haría muy bien el obispo en tomar nota y procurar corregir lo criticado.
Los obispos está rodeados de personas que les prestan reverencia. Cordial en muchas ocasiones e interesada en otras. Les deben el cargo y saben que lo pueden perder. Es muy difícil que esas personas se atrevan a señalarle al prelado defectos que saben no le va agradar oír. Pues eso lo encontrarán en muchas críticas anónimas. Descartado lo que no tiene fundamento alguno, la pura maledicencia, al obispo le viene muy bien enterarse si es un tímido enfermizo, un antipático de libro, si está entregado a unos colaboradores con más defectos que virtudes, si trata despóticamente a sus sacerdotes, si es dificilísimo el llegar a él, si es caprichoso, vengativo, soberbio, animador del pelotillerismo, si no da un palo al agua...
Claro que muchos comentarios son puros infundios. En esos nadie cree. Pero si se multiplican pueden señalar que algo de verdad, o mucho, hay en los mismos.
Entiendo perfectamente que se salga en defensa del obispo ante acusaciones falsas o infundadas. Que no pocas lo son. Pero sería bueno que se deshicieran con argumentos ad hoc y no con vivas a Cartagena. Porque éstas no prueban nada. Si alguien dijera, por ejemplo, que es una vergüenza que un profesor del Seminario niegue la virginidad de María y fuera falso, claro que se debe salir en defensa del profesor calumniado, pero no diciendo que el obispo es buenísimo, cuida ejemplarmente de su anciana madre, sonríe a todos los niños o una vez me saludó muy amablemente.
Los tiempos son así. Gustarán más o menos pero eso es lo que hay. Enfadarse no resuelve nada. Y no cabe matar al mensajero porque ya son muchísimos. Los obispos, además de sus muchos trabajos, tienen que ser también como la mujer del César. Esfuércense un poquito por corregir sus defectos, que también los tienen, y verán como sus hijos les tendrán encantados como lo que deben ser: sus padres, maestros y pastores. Lo estamos deseando.