A algunos que no se enteran o de mi acentuadísima vanidad.

Yo puedo ser alto o bajo, guapo o feo, vanidoso o humilde, joven o viejo, etc., etc. Pues todo ello es indiferente a lo que escribo. Lo que escribo será verdadero o falso independientemente de mi estatura, de mi vanidad, de mi edad...

Sobre mis características personales no tengo por que dar ninguna explicación. Hay las que hay. Y no las oculto. Firmo con mi nombre y mi primer apellido y hay bastante gente que me conoce. Personalmente o por fotografía. Siempre me he sentido a gusto con lo que era pero ello es un asunto que creo que sólo me concierne a mí.

Jamás me he dado pisto hablando de relaciones con personalidades eclesiales ni nombres de quienes me informan de cuestiones de Iglesia que, como se puede constatar, están muy bien informados. No he presumido de amistad con ningún obispo, vicario general, canónigo, sacerdote ilustre, religioso conocido, laico famoso que estuvieran vivos. Y alguno habrá. No doy nombres de con quien como o me tomo un café o un whisky. Y algunos me tomo.

Creo que en todo ello soy discretísimo y jamás he comprometido a ningún amigo poniendo de manifiesto que lo era.

Entiendo perfectamente que haya personas que quisieran que esta página no existiera o que no la leyera nadie. Pero se tendrán que aguantar. Y con que sea la página que trate de cuestiones eclesiales más leída de España. Y eso no es presunción mía sino un hecho.

Claro que ello me satisface. Pero no por el hecho de que necesite decirme periódicamente mecachis que guapo soy sino porque se lee lo que quiero decir. Y lo quiero decir por obligación de conciencia de seglar católico y no por afanes crematísticos. Que yo con esto no gano un euro. Aunque es cierto que he ganado algo que vale muchísimo más. Queridísimos amigos que he hecho gracias al Blog. He dicho alguna vez que podría pasarme los fines de semana recorriendo España a mesa y mantel de casa en casa de amigos a los que hace tres años ni conocía. Eso ciertamente vale muchísimo. Y ya podría extenderse esto al extranjero.

Mi vanidad, que alguna tendré aunque no me parezca que sea una característica definitoria de mi personalidad, está pues más que satisfecha con las cotas de audiencia logradas. Y no se autocomplace recordándoos las visitas recibidas y las que proceden del Vaticano.

Si os lo digo es porque creo que os debo esa información. Como los periódicos dan noticia de sus tiradas. Tenéis derecho a saber si esto se lee mucho o poco. Por eso os comunico cuando se llega a un millón de visitas más. Y os confesaré que también hay algo de maldad en ello. El berrinche que se llevan los que aborrecen a esta torre. Y a la cigüeña que anida en ella le encanta que les reconcoma.

Y ahora lo del Vaticano. Que es más de lo mismo. Creo que debéis saber que lo que aquí se dice, por vosotros y por mí, es seguido, casi se podría decir que con lupa, desde Roma. Puede ser que hasta con indignación. Eso ya no lo sé. Pero de que se enteran de todo, vaya si se enteran. Lo que comentamos de un obispo, de una diócesis, de un teólogo, de una monja, lo conocen allí inmediatamente. Creo que también es bueno que lo sepáis. Y que lo sepan los interpelados. Si alguno se preocupa es su problema. Que el que no la hace no tiene que temerla.
Volver arriba