Los jesuitas y el Papa

Esta vez no hubo un bronca monumental como ocurrió con Pablo VI y con Juan Pablo II y si no pasó con Juan Pablo I fue porque la inesperada muerte de éste la impidió. Que preparada, la tenía preparada.

La reunión con Benedicto XVI fue tranquila e incluso cordial. El estilo de este Papa es distinto al de sus últimos predecesores. Pero, aun así, y leyendo entre líneas, el Pontífice les envía un claro mensaje. ¿Lo sabrán leer?

Tras un primer párrafo de salutación, el Papa entra inmediatamente en harina. Y les habla de que Dios concedió a la Compañía "hombres de extraordinaria santidad y de excepcional celo apostólico". Seguro que no pocos de mis lectores del sector "amable", amable para conmigo, pensarán inmediatamente en el P. Arrupe, en Ellacuría y compañeros asesinados, en Dupuis, en Teilhard, en Curran, en Berrigan, en Masiá, Castillo, Estrada, Gómez Caffarena, García Nieto, Martín Patino, Álvarez Bolado, González Faus... Pues, no. Esos hombres verdaderamente extraordinarios fueron San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y el beato Pedro Fabro. Esos son los "guías iluminados y seguros en vuestro camino espiritual y en vuestra actividad apostólica". Esos, no los otros. A los que ni menciona.

Después hace un canto de Ignacio de Loyola, "todo un hombre de Dios, que puso en el primer lugar de su vida a Dios, su mayor gloria y su mayor servicio; fue un hombre de profunda oración, que tenía su centro y cumbre en la celebración eucarística diaria. De este modo dejó a sus seguidores una herencia espiritual preciosa que no tiene que perderse ni olvidarse. Precisamente porque era un hombre de Dios, San Ignacio fue fiel servidor de la Iglesia, en la que vio y veneró a la esposa del Señor y a la madre de los cristianos".

Fiel servidor de la Iglesia en la que vio y veneró a la esposa del Señor. ¿Así la ven hoy esos jesuitas contestatarios que ni la obedecen ni la aman? ¿O que si aman a alguna iglesia es sólo a la que ellos se han inventado?

De ese amor de San Ignacio por la Iglesia y del deseo de servirla "de la manera más útil y eficaz nació el voto de especial obediencia al Papa, calificado por él mismo como "nuestro principio y principal fundamento" (Constituciones de la Compañía)". ¿Dónde está hoy esa obediencia en no pocos jesuitas? Pues el Papa reclama que "este carácter eclesial tan específico de la Compañía de Jesús siga estando presente en vuestras personas y en vuestra actividad apostólica, queridos jesuitas, para que podáis seguir al paso fielmente de las urgentes urgentes necesidades actuales de la Iglesia".

Después les señala dos prioridades. Y ninguna es la liberacionista. Y ni siquiera la opción preferencial por los pobres. El compromiso cultural en los campos teológico y filosófico y el diálogo con la cultura moderna, "fuertemente marcada por el cientificismo positivista y materialista", para lo que se requiere "una intensa preparación espiritual y cultural" -y el Papa coloca primero lo espiritual-, y "la educación cristiana y cultural de los jóvenes", los famosos "colegios" que últimamente se habían querido abandonar. Vamos, que el Papa habla de Areneros y no del Pozo del Tío Raimundo. Es que, además, si Areneros o Chamartín funcionaran como debieran habría muchos menos Pozos del Tío Raimundo. Y cierra el Papa esta recomendación, que más bien es una exigencia, con unas palabras que me parecen sumamente elocuentes: "seguid con este importante apostolado (el de los colegios), sin alterar el espíritu de vuestro fundador". Es decir, formando católicos, hijos fieles de la Iglesia, para que luego puedan actuar en el mundo como testigos de Jesucristo. No como activistas del comunismo o ateos militantes.

Me parece un discurso muy importante. Ojalá la Compañía de Jesús atienda de una vez, institucionalmente, tanto mensaje pontificio, y lo ponga en práctica. Que vuelvan a ser lo que fueron o que dejen de ser. A mayor gloria de Dios.
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