Tampoco es para rasgarse las vestiduras.

Los obispos vascos acaban de publicar un comunicado sobre los 14 sacerdotes ejecutados en 1936 y 1937 por las fuerzas nacionales. Seguro que va a ser muy mal interpretado. Por unos y por otros. Yo lo encuentro muy medido, muy matizado. Lo que no sé es si será oportuno en estos momentos. No digo que no lo sea, sólo que no lo sé. Aunque más bien me inclino por el no.

He manifestado mi opinión repetidamente sobre aquellos sucesos y la repetiré. Creo que fue un error y una injusticia fusilar a los 14 sacerdotes vascos. Que eran nacionalistas. Y capellanes de batallones de gudaris, no sé si todos o algunos de ellos. Creo que ni por lo uno ni por lo otro se debe fusilar a nadie. Ni hoy ni entonces. Tendría que haber otros condicionantes que agravaran notablemente aquellas circunstancias para que, con la justicia entonces imperante, fuera justa la pena de muerte. Yo estoy convencido de que no se dieron.

Es falso que fueran detenidos con las armas en la mano disparando contra los nacionales. Aunque eso hacían todos los soldados y sólo `por eso no eran fusilados al caer prisioneros. Y tiene poco entidad el que hayan sido sometidos a juicio y declarados culpables. Aquella justicia sumarísima tenía dictada la pena antes de celebrarse el juicio. Lo que no obsta para que en muchísimas ocasiones esa pena fuera merecidísima. En este caso, y en mi opinión, no.

Seríamos también injustos si no tuviéramos en cuenta que los ánimos estaban excitadísimos por los espantosos crímenes que se estaban produciendo en España y concretamente en la zona vasca recién liberada, con los cadáveres de los asesinados por los republicanos todavía calientes. En esa circunstancia es muy difícil mantener la ecuanimidad. Y más todavía con quienes, diciéndose católicos, se habían aliado con quienes se habían propuesto, y lo habían conseguido, hacer desaparecer la religión de las zonas que dominaban. A sangre y fuego. Si a eso se unen los afanes independentistas del nacionalismo vasco era inevitable que no gozaran de ninguna simpatía de los vencedores. Y ello llevó a que se desbordaran las venganzas y las represalias.

Cierto que las Vascongadas fueron para la Iglesia si no un remanso de paz sí al menos una situación menos angustiosa que la que se vivió en Cataluña, parte de Aragón, Andalucía y Extremadura, en Valencia, La Mancha o Madrid. Pero aun así los obispos hablan de más de setenta sacerdotes asesinados allí, con lo que habría catorce en el debe de los nacionales frente a más de cincuenta en el de los rojos. Que si extrapoláramos a toda España serían dieciséis frente a siete mil. Como para que alguien quiera comparar.

Una vez que se tuvo noticia de esas ejecuciones inmediatamente se movilizó la Iglesia para detenerlas cosa que consiguió inmediatamente. La intervención del cardenal Gomá fue decisiva y las ejecuciones concluyeron. Esto es la historia.

Vayamos ahora al presente. La comunicación de los cuatro obispos vascos no permite aplicar la palabra mártires a los catorce sacerdotes fusilados. Porque no lo son. Ninguno fue muerto por odio a Dios y a su Iglesia como ocurrió prácticamente con todos los asesinados en la España roja. Por el camino del martirio ninguno va a llegar a los altares. Si alguno de ellos los alcanzara sería por virtudes propias y no por su muerte. Mienten pues, o son ignorantes supinos, quienes entienden esta declaración de los obispos como un certificado de martirio. Al menos en el sentido católico que tiene esa palabra y con las consecuencias de la misma. Ya en un sentido analógico no tengo nada que oponer a que se les llame, y se les tenga por tales, mártires del nacionalismo vasco.

Tampoco los obispos justifican su actuación. Se proponen solamente celebrar un funeral por su eterno descanso, publicar una nota biográfica de cada uno de ellos e incluir sus nombres en los libros parroquiales correspondientes.

Y eso es lo que puede ser discutible en su oportunidad. Y esas cuestiones no son apodícticas. Unos pensarán que sí y otros que no. Yo más bien me inclino por la inoportunidad.

Cierto que todo fallecido se merece las oraciones por su eterna salvación y que estos catorce sacerdotes no tuvieron, dadas las circunstancias del momento, funerales por su eterno descanso. ¿Anunciar uno a bombo y platillo a más de setenta años de su muerte es un acto de reconciliación o reabrir heridas ya más que cicatrizadas? Yo más bien me inclino por lo segundo. Cierto que los asesinados en la zona roja tuvieron muchos funerales públicos de los que carecieron los ejecutados en la zona nacional. Pero empezar a hacérselos ahora creo que no tiene el menor sentido. Aparte deque, muchísimos de ellos, no creían en Dios ni en los funerales. Aunque evidentemente no fuera ese el caso de esos sacerdotes.

Y en buen fregado se han metido los obispos. El próximo 11 de julio van a estar muchos con los oídos puestos en la catedral de Vitoria. Y tengo el presentimiento de que nadie va a quedar contento. Unos van a pensar que no llegan y otros que se pasan. A ver como salen de esa.

Sobre la nota biográfica en el Boletín no tengo nada que decir. Aunque, según lo que se ponga en ella, también habrá quienes piensen que se han quedado cortos y quienes creerán que se han excedido muchísimo.

Lo de los libros parroquiales y registros diocesanos es lo de menos porque todos están en el libro de la historia. De muchísimos de los registrados en ellos no consta la defunción. Y no pasa nada.


Me parece que los obispos de las Vascongadas se han metido en un charco. Y que van a salir embarrados. Lo que no sé es hasta que punto.
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