El Evangelio utopía y fermento ( 21.1..18)
El Evangelio no se reduce a los cuatro evangelios que hoy leemos en la Iglesia. El Evangelio es la buena noticia de que Dios es amor, y los seres humanos alcanzamos nuestra realización amando. A ese dinamismo apunta el símbolo “reino de Dios” que apasionó a Jesús de Nazaret y propuso como el tesoro que da sentido a la existencia humana: un mundo paradisíaco en el lobo feroz y el cordero indefenso viven juntos y en paz; cuando los humanos en vez de forjar lanzas y espadas para matarse, invertirán los recursos en fabricar arados y podaderas para cultivar el campo. Se acabarán las violencias e imposiciones de unos pueblos sobre otros, y en vez de inventar armamentos cada vez más sofisticados para destruir, la técnica servirá para producir más recursos y distribuirlos con equidad entre todos. Reino de Dios es la mesa común en que los distintos podrán sentarse como hermanos compartiendo los bienes de la creación.
Construir esa nueva sociedad es la propuesta que hace Jesús de Nazaret cuando pide conversión. No para aplacar el enfado de una divinidad airada por nuestros pecados. Conversión, cambio de mentalidad y de actitudes para mirar al mundo con nuevos ojos, descubriendo ese tesoro escondido ya “en la tierra”. Por doquier brotan los reclamos y las semillas de fraternidad sugiriendo que el “reino de Dios” es como fermento que va dando sabor a la masa para que salga el pan caliente.
Estamos viendo cómo la religión cristiana va quedando al margen de las distintas áreas seculares que ya funcionan con su propia racionalidad y sin la tutela de la Iglesia; no es malo que esas áreas seculares tengan su propia autonomía. Lo malo es que en nuestra sociedad se pierda “el evangelio de Dios”, la buena noticia de que todos somos hermanos. Ante una globalización anónima e implacable, corren peligro la identidad y la singularidad de cada persona y de los distintos grupos humanos. Es normal que surjan los nacionalismos de los Estados o de las regiones. Lógicamente la nueva situación exige diálogo sincero en la gestión política. Pero “el evangelio de Dios “ ofrece un horizonte imprescindible: todos somos hermanos. La nueva humanidad no es utopía ilusoria sino realidad en ciernes que puja como anhelo de verdad en el dinamismo de nuestra historia
Construir esa nueva sociedad es la propuesta que hace Jesús de Nazaret cuando pide conversión. No para aplacar el enfado de una divinidad airada por nuestros pecados. Conversión, cambio de mentalidad y de actitudes para mirar al mundo con nuevos ojos, descubriendo ese tesoro escondido ya “en la tierra”. Por doquier brotan los reclamos y las semillas de fraternidad sugiriendo que el “reino de Dios” es como fermento que va dando sabor a la masa para que salga el pan caliente.
Estamos viendo cómo la religión cristiana va quedando al margen de las distintas áreas seculares que ya funcionan con su propia racionalidad y sin la tutela de la Iglesia; no es malo que esas áreas seculares tengan su propia autonomía. Lo malo es que en nuestra sociedad se pierda “el evangelio de Dios”, la buena noticia de que todos somos hermanos. Ante una globalización anónima e implacable, corren peligro la identidad y la singularidad de cada persona y de los distintos grupos humanos. Es normal que surjan los nacionalismos de los Estados o de las regiones. Lógicamente la nueva situación exige diálogo sincero en la gestión política. Pero “el evangelio de Dios “ ofrece un horizonte imprescindible: todos somos hermanos. La nueva humanidad no es utopía ilusoria sino realidad en ciernes que puja como anhelo de verdad en el dinamismo de nuestra historia