Evocando la figura de Marcelino Legido

Amigo Marcelino: Después de pasar por este mundo respirando la presencia misericordiosa del Padre, has llegado a la meta. Que goces ya de la felicidad que por fin aquieta el deseo anhelante de nuestro corazón inquieto.

En esa querida iglesia local de Salamanca, fuiste para mí una referencia bien significativa y en la hora de tu partida doy gracias por haberte conocido. Ya en tu trayectoria intelectual, dentro de aquella teología muy racional que por entonces todavía era la oficial en la aulas salmantinas, sugería que la experiencia de fe ocupaba un puesto prioritario en el discurso teológico que se mueve con verdad sólo en el interior de la fe. Tu libro “Misericordia entrañable” confirmó lo que intuía mirando tu trayectoria intelectual.

Y otra dimensión que también es constitutiva de la fe cristiana y por tanto de la teología: una práctica coherente de vida. Como escuché alguna vez en país de América latina, “en un escritorio no nace la mata”. Y tu manifestaste bien esta dimensión en la práctica como presbítero servidor de pueblos sencillos. Recuerdo que un día viajé con Cirilo –no estoy seguro del nombre- , joven profesor de Filosofía en la Universidad Civil de Salamanca, para pasar unas horas de retiro y oración contigo en Cubo de Don Sancho. Después de una frugal cena, aquella vigilia de oración causó en mí un gran impacto. Después te visité un día cuando estabas en Alba de Tormes, creo que convaleciente y ejerciendo tu ministerio presbiteral en las monjas benedictinas.

Hace ya tiempo que no voy por Salamanca pero me informaron que ya bastante aminorado, pasabas tus últimos días en la Casa Sacerdotal de Calatrava. En mi deseo estaba visitarte cuando volviera por la Ciudad del Tormes. Pero nos encontraremos en esa patria sin dolor ni muerte, cuyos resplandores ya hemos percibido y parcialmente gustado en los que habéis sido testigos creíbles de la misericordia
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