Iglesia y mundo moderno
A propósito del libro "La Opción benedictina. Una estrategia para los cristianos en una sociedad postcristiana”
En los escritos de las primeras comunidades cristinas la palabra “mundo” tiene dos significados Uno positivo: el mundo -la entera familia humana con todas las realidades entre las que vive- es amado por Dios y este amor se confirmó definitivamente en la encarnación. Y otro significado negativo: soberbia, codicia, fiebre posesiva. Por eso la vocación de los cristianos es permanecer en el mundo sin ser del mundo entendido como los ídolos o falsos absolutos que desfiguran a la humanidad. A finales del s. II “La Carta a Diogneto” formuló bien esa tensión.
Cuando el cristianismo llegó a ser religión oficial en el imperio romano, hubo peligro de configurarse con la misma lógica en que funcionaba el ejercicio del poder en la organización imperial, identificándose con el mundo idolátrico; y contra esa tentación surgieron los eremitas y anacoretas que desde la soledad y despojo en el desierto acentuaron la “huida del mundo” entendido como soberbia y fiebre posesiva. Las distintas formas de vida religiosa que surgieron a partir del siglo V resaltaron esta forma de interpretar la ”huida del mundo”.
Cuando en la modernidad europea emergieron los justos reclamos el mundo entendido como humanidad con todos sus anhelos y valores, se planteó un interrogante de difícil digestión par la Iglesia que prácticamente venía dominando al mundo como única portadora de la verdad . Ello explica las reticencias para el diálogo en el s. XIX y primera mitad del XX. El Vaticano II supuso un cambio en ese diálogo: reconociendo el aspecto sombrío del mundo, acentúa que la humanidad con todas las realidades entre las que vive, sigue amada, bendecida y acompañada por el Creador; y en esta perspectiva ratifica la alianza de ls Iglesia con el mundo.
¿Cómo se ha procedido esta orientación conciliar en los años de postconcilio?
Poner en práctica la visión del Vaticano II exigía una maduración en la fe o experiencia cristiana que no se improvisa. Lógicamente hubo peligro de que las idolatrías del mundo entraran y pervirtieran la vocación cristiana. Y el mismo ya Cardenal J. Ratzinger que había sido tan lúcido en su libro ”Introducción al cristianismo”- conferencias en Tubinga 1967- para detectar la necesidad del cambio en la Iglesia para dialogar con el mudo nuevo que estaba surgiendo, impactado por la revolución del 68, veinte años después en una entrevista titulada “Informe sobre la fe” 1985, acentúa el lado sombrío del mundo que contagia también a la Iglesia; así esa entrevista, que de algún modo inició un segundo periodo postconciliar, posterga y aparca la mirada positiva del Vaticano II sobre la humanidad. En su ministerio como Sucesor de Pedro, esa visión negativa del mundo ha pesado mucho; en el "segundo periodo postconciliar ha prevalecido la preocupación por las certezas y la ortodoxia.
Con el papa Francisco parece que se inicia un tercer periodo postconciliary se pide una Iglesia “en salida” y diálogo con el mundo. Pero una Carta de Benedicto XVI, ya jubilado, en abril de este año 2019, refiriéndose a posibles causas de los abusos sexuales en el clero, insiste de nuevo en que el mundo, como expresión de permisividad y de pecado, ha contagiado a la Iglesia. Este juicio negativo que sin duda tiene su fundamento. de algún modo avala una reacción con garra en las nuevas generaciones que no vivieron la situación preconciliar ni experimentaron la novedad que supuso el Concilio para el diálogo de la Iglesia con el mundo. Es la reacción que se percibe por ejemplo en el libro del periodista norteamericano Rod Dreher, “La Opción benedictina. Una estrategia para los cristianos en una sociedad postcristina” publicado en 2017. Nacido en 1967 su trayectoria ha discurrido marcada “por el compromiso en el conservadurismo”- con cierta nostalgia de religiosidad preconciliar y con sueños de “nueva situación de cristiandad”. En su libro Dreher denuncia que la Iglesia está siendo absorbida totalmente por una cultura burguesa y consumista; y concluye: “ vamos a tener que cambiar nuestras vidas y nuestras perspectivas de forma radical; vamos a tener que ser Iglesia sin concesiones cueste lo que cueste”. Planteamiento claro que sugiere la llamada ineludible a la conversión radical. Pero ¿cómo? ¿siendo la Iglesia una sociedad paralela y por encima del mundo? ¿San Benito intentó crear una nueva cultura "cristiana", o más bien infundir el espíritu evangélico en la cultura de su tiempo?
Reconozco que un aviso de los peligros que cerre Iglesia en su diálogo con el mundo moderno puede ser saludable. La Iglesia debe ser menos mundo entendido como idolatrías o falsos absolutos , pero no para aislarse de la sociedad humana, sino para entrar en el corazón del mundo, participar sus latidos y quejidos, estar en el mundo “sin ser del mundo"; sin arrodillarse ante los falsos absolutos que desfiguran la faz de la tierra. La Iglesia es parte de la sociedad humana, y tiene como misión ser signo transparente del Evangelio y hacer inolvidable a Jesucristo. No hay que dar un paso atrás en la orientación indicada por Pablo VI -encíclica “Ecclesiam suam” 1964- y asumida en el Concilio: la Iglesia para su buena salud continuamente “se hace diálogo”. Eso sí, un diálogo que implica la intensificación de la fe o experiencia cristiana que será siempre la entraña y necesidad constante para la reforma verdadera de la Iglesia.