“Una fe que no nos pone en crisis es una fe en crisis”

“En el contexto de la reforma que se está realizando en la Iglesia”, es significativo el discurso del papa Francisco felicitando la Navidad a la Curia del Vaticano. Sus palabras que aquí van entre comillas, dan luz para la renovación de toda la comunidad cristiana.

1. Para esa necesaria reforma se necesita “paciencia, dedicación y delicaleza”. Paciencia porque las personas y las estructuras eclesiales no cambian de la noche a la mañana. Dedicación que significa “actitud diaconal”; si nos cerramos en nosotros mismos caemos en la “autoreferencialidad que nos condena a la autodestrucción” . Delicadeza, tratando de imitar “la humildad de Dios que en Cristo se hizo nuestro servidor, nos lavó y nos lava los pies sucios”.

2. Hay dos peligros que amenazan esa verdadera reforma y que debemos superar dentro de la misma Iglesia. Primero,“ la desequilibrada y degenerada lógica de las intrigas o de los pequeños grupos que en realidad representan -a pesar de sus justificaciones y buenas intenciones- un cáncer que lleva a la autorreferencialidad”; todo grupo cerrado en sí mismo dentro de la Iglesia con espíritu sectario es un atentado contra la catolicidad. Segundo, “dejarnos corromper por la ambición o la vanagloria” y proclamarnos “mártires” del sistema eclesial “sin entonar el mea culpa “; creernos puros y superiores a los demás, no solo es instalarnos en la mentira sino también ser peso muerto para la reforma de la Iglesia.

3. El papa Francisco sugiere caminos para la reforma de la Iglesia: tener antenas “para percibir las instancias, las cuestiones, las preguntas, los gritos ,las alegrías y las lágrimas de ls iglesias y del mundo”; escuchar, a comprender, a ayudar, a plantear y a intervenir rápida y respetuosamente en cualquier situación para acortar distancias y para entablar confianza”; “es estar libre de cualquier interés mundano o material”.

Pero al final deja caer unas frases que hacen pensar: “una fe que no nos pone en crisis es una fe en crisis; una fe que no nos hace crecer es una fe que debe crecer; una fe que no nos interroga es una fe sobre la cual debemos preguntarnos; una fe que no nos anima es una fe que debe estar animada; una fe que no nos conmueve es una fe que debe ser sacudida.

En realidad, una fe solamente intelectual o tibia es sólo una propuesta de fe que para llegar a realizarse tendría que implicar al corazón, al alma, al espíritu y a todo nuestro ser, cuando se deje que Dios nazca y renazca en el pesebre del corazón, cuando permitimos que la estrella de Belén nos guíe hacia el lugar donde yace el Hijo de Dios, no entre los reyes y el lujo, sino entre los pobres y los humildes”.

Sólo avivando esta fe, será posible la verdadera reforma que hoy necesita la Iglesia. En la sociedad moderna muchos cuestionan y abandonan las prácticas religiosas y ante este fenómeno algunos cristianos entran en crisis.

Pero la verdadera crisis que debe preocuparnos es nuestra forma de vivir la fe cristiana; si no se renueva cada día en la experiencia o encuentro personal con Jesucristo, la instalación y la rutina sofocan su verdad y su vitalidad; la religión se queda en ritualismo muerto. En otras palabras “una fe que no nos pone en crisis, es una fe en crisis”.
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