En la fiesta d Santo Domingo, meditación en voz alta

Mi vocación de dominico se va consolidando en sintonía con la figura de este castellano, sensible a los cambios culturales, movido a compasión ante las carencias de los seres humanos, y servidor de una Iglesia que derriba muros de separación. Aunque los instalados en un triunfalismo eclesial no entendieron su carisma, recibió aprobación y apoyo de Honorio III, Sucesor de Pedro en aquel tiempo, empeñado en llevar a cabo la llamada del cuarto concilio lateranense a evangelizar en la nueva situación cultural que ya despuntaba.

Hoy también la Iglesia rejuvenecida en el Vaticano II y enriquecida por un Sucesor de Pedro que busca secundar la invitación del concilio, encuentra incluso en altas instancias eclesiásticas mucho narcisismo y triunfalismo, excesiva cerrazón ante la emergencia de una nueva situación cultural donde pujan ya los signos del Espíritu. Cuando los dominicos celebramos 800 años, será lamentable nuestra insensibilidad ante la nueva situación cultural que alborotadamente ya está surgiendo y que no actualicemos nuestro carisma para servir a una Iglesia “en salida”. Evocando nuestra larga historia y ante el coraje de futuro que reclaman la situación actual del mundo y la misión evangelizadora de la Iglesia, es fácil quedarnos cantando las glorias del pasado, gastar las energías apuntalando estructuras y mediaciones que deben morir para que nazca lo que quiere nacer, echando a perder el vino nuevo en pellejos ya picados que matan su vivacidad y su fuerza.

Confieso que los gestos, las intervenciones orales y las Exhortaciones del papa Francisco están siendo para mí evangélico respiro. Ya como dominico aficionado a la reflexión sobre la fe cristiana en un mundo cambiante, hay unos rasgos en la orientación de este papa que parecen clave apropiada para la reforma ineludible que hoy necesitamos los frailes predicadores.

Primero, “renovar el encuentro personal con Jesucristo o, al menos, tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso” ( Exhort. “El gozo del Evangelio”, n.3). La invitación resulta familiar para los frailes predicadores; el beato Angélico nos dejó un precioso cuadro de Santo Domingo abrazado al Crucifijo; el mismo gesto en Catalina de Siena, Rosa de Lima o Martín de Porres. El futuro de la Iglesia, y en ella de las congregaciones religiosas incluida la Orden de Predicadores no se garantiza sin más apuntalando andamios estructurales, ni recomendando las observancias comunitarias. Nada ni nadie puede suplir la vida de fe como experiencia del encuentro personal con Jesucristo, en quien gustamos la presencia de Dios que desde el amor continuamente crea y acompaña en su crecimiento a la humanidad. Hoy papa Francisco ha insistido hablando al Capitulo General de los dominicos: “debéis ser evangelizados por Dios para evangelizar”.

Porque Dios encarnado es inseparable de la humanidad, el papa recomienda hoy a los dominicos: “Mirando a nuestro alrededor, comprobamos que el hombre y la mujer de hoy, están sedientos de Dios. Ellos son la carne viva de Cristo, que grita «tengo sed» de una palabra auténtica y liberadora, de un gesto fraterno y de ternura. Este grito nos interpela y debe ser el que vertebre la misión y dé vida a las estructuras y programas pastorales. Piensen en esto cuando reflexionen sobre la necesidad de ajustar el organigrama de la Orden, para discernir sobre la respuesta que se da a este grito de Dios.

Cuanto más se salga a saciar la sed del prójimo, tanto más seremos predicadores de verdad anunciada por amor y misericordia, de la que habla santa Catalina de Siena”. El verdadero encuentro con Jesucristo, continúa el papa, nos hace “contemplativos de la Palabra y del pueblo, es sagrada la Palabra y también sus destinatarios” ¿Tomaremos conciencia los frailes predicadores y trataremos de poner en práctica las implicaciones que conlleva esta recomendación del papa Francisco?

Segundo, “estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas” (Exhort.”La alegría del amor”,n.37). Ya la parábola evangélica del trigo y la cizaña sugiere que podemos acompañar y ayudar a la libertad del otro, pero no suplirla y aplastarla. El Vaticano II afirmó que la liberad es signo de la imagen divina en la persona humana, y que su dignidad exige que actué siempre según su conciencia. En todas las comunidades cristianas, y por tanto en las congregaciones religiosas hay peligro de quedarnos en la epidermis de los cumplimientos abdicando de la propia responsabilidad, de la creatividad y del riesgo.

Si falta la implicación de las personas, las prácticas religiosas pueden ser una buena trampa que genera y justifica la estéril instalación. Dado el individualismo que carcome actualmente la vida social y que como cáncer nefasto es grave patología en la vida religiosa, urge la formación de la conciencia personal en el dinamismo del carisma que se ha profesado. Sin esa formación lo más normal es que la vida religiosa degenere, por lo menos, en una sociedad de seguros mutuos con la superficialidad, malestar e insatisfacción de todos.

Tercero, no estamos en este mundo “para vegetar en el sofá de la vida” (Papa Francisco a los jóvenes reunidos en Gracovia). Una llamada de atención para nuestra “itinerancia dominicana” que se concreta en distintos ámbitos. Valga indicar uno por ejemplo

El mundo de los últimos siglos ha corrido más que la Iglesia. Nuestras formulaciones de la fe cristiana con lenguaje de otras culturas nada dicen a los alejados de la Iglesia ni a la mayoría de los cristianos. Por otro lado en sociedades como la española el proceso de secularización, la pluralidad cultural y la masiva indiferencia religiosa, son un desafío cada vez más ineludible para la Iglesia y en concreto para los frailes dedicados a la predicación del Evangelio. La situación actual exige mucho estudio no sólo para discernir los signos de nuestro tiempo, sino también para dar nueva versión de la cristiana. Por experiencia personal estoy convencido de que no es posible dar esta versión actual de la fe si no se conoce bien el contenido permanente de la misma en las distintas versiones del pasado.

Pero el dominico, predicador de la gracia en este tiempo de cambio, no responde a su vocación repitiendo sin más lo que los grandes y admirables maestros dijeron en otros tiempos. La fe no existe como realidad abstracta; sólo existen los creyentes dentro de una situación cultural que postula nueva lectura de la tradición cristiana. En el despunte de una época nueva ¿no hicieron nueva lectura y emprendieron nueva práctica Domingo, Tomás de Aquino, Catalina de Siena, Francisco de Vitoria o Bartolomé de Las Casas?. Los predicadores no debemos hacer de nuestra misión “un sofá que nos adormece”. Tenemos que despertar a lo que sucede y brota nuevo en el mundo, si queremos que el mundo despierte también a la utopía del Evangelio.

Cuarto, “el grito de los pobres y desheredados despierta” (Papa Francisco al Capitulo General de los Dominicos). Tanto los frailes como las instituciones fácilmente nos instalamos a medida que avanzamos en edad. Hace años, a raíz del Vaticano II, nuestros Capítulos Generales hablaron mucho de la opción por los pobres y evangelización en fronteras. Pero esas llamadas del Espíritu fácilmente quedaron soterradas no sólo por largos y tal vez excesivos documentos de nuevos Capítulos, sino también y sobre todo por la instalación y aburguesamiento que siempre nos amenazan. En esta situación el Sucesor de Pedro hace hoy a los dominicos una saludable advertencia, evocando la compasiva sensibilidad del joven profesor Domingo de Guzmán en la universidad de Palencia, viendo tanta gente pobre y desvalida “¿Cómo estudiar en pieles muertas, cuando la carne de Cristo sufre?”

Hablando sobre la Iglesia, tengo siempre mis reservas para no caer en una jerarcología ni hacer del papa un monarca absoluto. Pero hoy se atisban dentro de la comunidad cristiana, rumores y hasta voces con resabios ante la sensibilidad evangélica que respiran y transpiran las palabras y los gestos del papa Francisco. Por eso es decisivo para la renovación de la Iglesia y en ella para la renovación de las congregaciones religiosas, incluida la Orden de Predicadores, que nos dejemos oxigenar por los aires nuevos de una Iglesia en salida, pobre y servidora del mundo. Hay que actualizar ese amor a la Iglesia en proceso continuo de reforma, cuando celebramos la fiesta de Santo Domingo que, según canta la liturgia “habló dentro de la Iglesia”.
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