Los pecados de omisión (25.9.16)

“Había un hombre rico que vestía de púrpura y de lino, y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba”

1. La parábola refleja bien lo que está ocurriendo hoy en nuestra sociedad mundial y dentro de cada pueblo
. Unos tienen la copa de champan a rebosar, mientras otros esperan que de la copa caigan algunas gotas para no desfallecer de sed. Y todos estamos dentro de esa organización social injusta donde cada vez más pocos pueden seguir banqueteando espléndidamente y muchos se ven reducidos a la miseria. En los últimos años estamos viendo como en nuestra sociedad española, por ejemplo, se agranda esa desigualdad escandalosa.

2. El pecado del rico a quien la tradición llama Epulón no es que sea un calculador criminal, ni esté insultando al pobre. Tampoco su conducta es afeada porque no cumpla con las leyes de la economía o con los preceptos religiosos. Su pecado está en la insensibilidad, no sólo porque no le afecta el sufrimiento del otro, sino también porque tapona sus oídos para no escuchar algo evidente: que la retención y el gasto superfluo de esos bienes implican robar algo que pertenece al pobre Lázaro.

3. Saludable correctivo también para la conducta de los cristianos. Andamos preocupados por los pecados personales; desde los pensamientos que llamamos impuros porque se refieren a la sexualidad, hasta las ausencias por no ir a misa el domingo. Pero ¿tenemos sensibilidad para caer en la cuenta de que nuestros gastos superfluos es un robo a los pobres y traen consecuencias nefastas para ellos? ¿caemos en la cuenta de que compartir nuestros bienes con los pobres no es optativo sino expresión normal de la fe cristiana o encuentro con el Dios revelado en Jesucristo? El mayor pecado en la crisis económica radica en la fiebre posesiva que nos hace insensibles al pecado de omisión.
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