¿Carecemos de compasión en la Iglesia?

Nuestra asunción del mundo y del ser humano, y, por tanto, del lugar de la Iglesia en el mundo, tiene que ver totalmente con la concepción que tenemos de la Encarnación y de la Acción Salvífica de Dios en la Historia. En la única y universal Historia de Salvación. Pero, ¿creemos que hay una única y universal Historia de Salvación?

Que nadie tema lo abstracto de la teología. Quiero que pensemos con lealtad no sólo en la Iglesia, sino en si estamos aceptando el mundo, “ya sí”, aunque “todavía no”, como lugar real de la salvación de Dios, como vida real con cuyos ingredientes Dios ya sí trajina su salvación, todavía no llevada a plenitud en nada ni en nadie, pero ya sí y realmente también en el mundo. O si por el contrario, reflexionamos pastoral y eclesialmente como si el mundo o la historia humana fuesen una dimensión paralela de la historia única; indisoluble o inseparable, pero sin mezcla con la dimensión religiosa de la Salvación, que estaría reservada para la Iglesia.

Deberíamos pensar con lealtad si no estamos reflexionando de facto como si la mezcla de las dos dimensiones de la única historia de salvación sólo se diera en la Iglesia, como si ésta fuese el único lugar histórico del ya sí, y de ahí todas las consecuencias teológicas y primacías pastorales. Ciertas y urgentes, pero ¿asumen en serio la Historia de la Salvación bajo el misterio y la ley de la Encarnación, es decir, del modo como Jesús fue y es el Cristo de Dios? ¿Acogen la historia del mundo, la vida de la gente, como lugar cierto de muchos de los signos de los tiempos, los signos de la presencia salvífica de Dios en el mundo, que la Iglesia no sólo tiene que discernir sino también obedecer y, no pocas veces, donde aprender? He aquí una reflexión por hacer y acoger.

Estoy convencido de que buena parte de nuestras polémicas eclesiales, pastorales y, soterradamente, políticas, tienen que confrontarse con esa clave cristiana de la Encarnación, antes de seguir en el barullo y el ruido. Porque el barullo y el ruido eclesial (tal vez, “eclesiástico”) está sirviendo para que retrasemos la respuesta a la pregunta de cómo aceptamos, o no, que la Historia de la Salvación es universal y única, y si Dios trajina su Salvación, o no, con la vida de mundo y de la gente, y cómo la Iglesia discierne siempre, y denuncia a veces, y pide perdón en otras, y es hermana y compasiva en todas. Porque como escribe Grossman en relación a su pueblo, Israel, también nosotros podríamos pensar como cristianos algo así: “Carecemos de compasión. No nos compadecemos de nosotros mismos y mucho menos de los demás. No existe el compromiso recíproco que precisa la frágil situación en que nos hallamos”.

Sería interesante preguntarnos hoy por nuestra compasión, por la última vez que hemos reflexionado, hablado y discrepado desde ella como cristianos en la Iglesia. Y si alguien me dijera que no es tiempo para la compasión sino para la verdad, que relea a San Pablo y a San Juan. Feliz Domingo.
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