ETA como problema moral
Hablemos de la ETA. La reciente entrevista en el diario GARA lo reclama. Podemos olvidarnos de ellos y de sus amenazas, pero están ahí y van a seguir ahí mientras lo consideren necesario. Es cierto que lo que dijeron era sabido y consabido. Nada que nos pueda sorprender. Pero reconozcan conmigo que nos quedaban algunas esperanzas. ¿A Usted no? Bien, está en su derecho, pero le digo que muchos ciudadanos, muchos ciudadanos vascos, hemos vivido este tiempo con un hilo de esperanza en que esta vez sí, esta vez sí que podía ser verdad. Los que nunca lo creyeron, tenían derecho a esa desconfianza absoluta. Digo derecho, no que fuese obligatorio, más inteligente o más moral. Derecho, sí, y con buenas razones, pero obligación intelectual y moral, no. No confundamos tener buenas razones para algo con tener la obligación de pensarlo.
Pero, tampoco es cuestión de discutir sobre el pasado, sino de aprender algo nuevo de él para el futuro. Y en ese futuro, sin duda, habrá que volver sobre el final terrorismo con instrumentos policiales y políticos. Es inevitable cuando detrás de la violencia política hay un movimiento civil ambiguo pero numeroso. La democracia, a diferencia de las dictaduras, tiene modos de resolver sus conflictos que suman a la legislación penal, el diálogo político, que añaden a la firmeza del derecho la inteligencia de la política. La cuestión es, además de la legalidad de los cauces, con qué interlocutores: éstos tienen que ser políticos, sólo políticos, y ETA no lo es. Batasuna, por el momento, tampoco. ETA quiere ser interlocutora privilegiada y, al menos, vigilar el proceso. Pero, ¿por qué? Dice que ella nos ha traído a los vascos hasta aquí, ¡como si fuéramos niños de pecho!, y que ella debe cuidar que se dan las condiciones democráticas que a Euskal Herria se le deben, ¡cómo si los demás fuésemos torpes e indignos!
Mire Usted, a mi juicio en nuestras sociedades hay problemas sociales muy graves. Algunos muy denunciados y otros casi silenciados. Nunca debemos entrar en comparaciones en si son más graves o no que ETA. Son muy graves y cada uno vivimos con intensidad inigualable los problemas que nos afectan. Sin embargo, lo más humillante de ETA es que haya querido y quiera apropiarse de la verdad sobre el pueblo vasco y, desde esa condición de propietaria, aprobar o condenar nuestro proceder. Por tanto, el problema no es que reclame la territorialidad o el derecho a decidir soberanamente, esto es legítimo, sino que nos quiera obligar a todos a aceptar sus razones, sus formulaciones, sus mínimos y sus tiempos. ¡Y si no es así, la lucha armada, (el terror), está legitimada contra los demás! ¿Qué hay en el fondo? En el fondo, una conciencia totalitaria acerca de lo que el Pueblo Vasco es y debe ser, lo quieran o no sus ciudadanos; éste es el quicio ideológico que sostiene el entramado de ETA y de gran parte de la izquierda abertzale; y así será, mientras no vengan a la política con las solas armas de la política, como los demás vascos desde hace treinta años. La política tiene insuficiencias, claro, muchas; y la transición política española tuvo insuficiencias específicas y graves, claro, cierto; y los Estados se resisten con uñas y dientes a cambios constitucionales en su soberanía, cierto; pero la lucha armada de ETA, el terror, tiene la falta más radical e insuperable: convierte a los adversarios en enemigos y cosas, y contagia con ese virus inmoral a sus actores y justificadores. El pueblo vasco, la sociedad vasca, tiene mucho más claro esto, y es mucho más rotundo en el aprecio del sentido moral de la política que en cualquier otra queja o denuncia sobre su historia. Y entonces, ¿cómo es que no lo ven? ¡ETA, y su entorno civil, no pueden aceptar esto sin dudar de su futuro y, quizá con más dolor, de su pasado!
Pero, tampoco es cuestión de discutir sobre el pasado, sino de aprender algo nuevo de él para el futuro. Y en ese futuro, sin duda, habrá que volver sobre el final terrorismo con instrumentos policiales y políticos. Es inevitable cuando detrás de la violencia política hay un movimiento civil ambiguo pero numeroso. La democracia, a diferencia de las dictaduras, tiene modos de resolver sus conflictos que suman a la legislación penal, el diálogo político, que añaden a la firmeza del derecho la inteligencia de la política. La cuestión es, además de la legalidad de los cauces, con qué interlocutores: éstos tienen que ser políticos, sólo políticos, y ETA no lo es. Batasuna, por el momento, tampoco. ETA quiere ser interlocutora privilegiada y, al menos, vigilar el proceso. Pero, ¿por qué? Dice que ella nos ha traído a los vascos hasta aquí, ¡como si fuéramos niños de pecho!, y que ella debe cuidar que se dan las condiciones democráticas que a Euskal Herria se le deben, ¡cómo si los demás fuésemos torpes e indignos!
Mire Usted, a mi juicio en nuestras sociedades hay problemas sociales muy graves. Algunos muy denunciados y otros casi silenciados. Nunca debemos entrar en comparaciones en si son más graves o no que ETA. Son muy graves y cada uno vivimos con intensidad inigualable los problemas que nos afectan. Sin embargo, lo más humillante de ETA es que haya querido y quiera apropiarse de la verdad sobre el pueblo vasco y, desde esa condición de propietaria, aprobar o condenar nuestro proceder. Por tanto, el problema no es que reclame la territorialidad o el derecho a decidir soberanamente, esto es legítimo, sino que nos quiera obligar a todos a aceptar sus razones, sus formulaciones, sus mínimos y sus tiempos. ¡Y si no es así, la lucha armada, (el terror), está legitimada contra los demás! ¿Qué hay en el fondo? En el fondo, una conciencia totalitaria acerca de lo que el Pueblo Vasco es y debe ser, lo quieran o no sus ciudadanos; éste es el quicio ideológico que sostiene el entramado de ETA y de gran parte de la izquierda abertzale; y así será, mientras no vengan a la política con las solas armas de la política, como los demás vascos desde hace treinta años. La política tiene insuficiencias, claro, muchas; y la transición política española tuvo insuficiencias específicas y graves, claro, cierto; y los Estados se resisten con uñas y dientes a cambios constitucionales en su soberanía, cierto; pero la lucha armada de ETA, el terror, tiene la falta más radical e insuperable: convierte a los adversarios en enemigos y cosas, y contagia con ese virus inmoral a sus actores y justificadores. El pueblo vasco, la sociedad vasca, tiene mucho más claro esto, y es mucho más rotundo en el aprecio del sentido moral de la política que en cualquier otra queja o denuncia sobre su historia. Y entonces, ¿cómo es que no lo ven? ¡ETA, y su entorno civil, no pueden aceptar esto sin dudar de su futuro y, quizá con más dolor, de su pasado!