La Iglesia vasca es corredora de fondo

El nombramiento de Mario Iceta como obispo auxiliar de Bilbao, ha hecho sonar todas las alarmas entre nosotros. Claro que hay otras noticias que nos afectan más directamente, lo sé; pero, permítanme un comentario. Me preguntan por “la calle” sobre cómo vivimos este nombramiento, u otros que se han oído por ahí, y yo les digo que con calma.
La cosa viene de lejos, pero el pontificado de Benedicto XVI lo ha traído hasta el primer plano. La Iglesia Católica de Europa, y sobre todo la de los países latinos, opta por recuperar el espacio público: dejarse ver y competir por el protagonismo de sus ideas morales y de sus iniciativas educativas en la plaza pública, tal es el primer objetivo. Si tras el Vaticano II, en los años sesenta, el reconocimiento y respeto de la autonomía del mundo llevó a la Iglesia Católica a una cierta retirada de las cosas del mundo, en realidad otro modo de desarrollar la inevitable presencia pública de la fe, la propia de una estrategia de respeto, encuentro y pacto con las fuerzas sociales laicas, hoy las cosas están cambiando. Quizá por ambos lados.

En ese camino, la Iglesia vasca se ha mostrado como un alumno aventajado. Si no hubiéramos tenido un problema de violencia terrorista, y un problema político en torno a lo de “nación sí o no, y cómo”, seríamos más claramente todavía una iglesia de referencia para ese tiempo. Pero la cuestión política y nacional, a rebufo del terror, ha obligado a tales esfuerzos de discernimiento moral y de atención pastoral, que nos ha dejado exhaustos frente a la secularización. Éste era el segundo problema y en él estamos. La derecha eclesial cree que el problema de la Iglesia vasca ha sido su nacionalismo, cuando, en verdad, ha sido y es, la secularización de su sociedad.

El caso es que la Iglesia desde Roma ha decidido hacer frente a la secularización. Para ello cuenta con cabezas que saben lo que quieren y movimientos cristianos a su servicio. La Iglesia española se ha puesto a la cabeza del proceso, yo creo que con más voluntad que análisis, mientras que la Iglesia vasca resulta difícil de encajar en esa opción y estrategia. Pero no sólo porque haya uno u otro obispo, sino más profundamente, porque la Iglesia vasca cuenta con unos cuadros de cristianos laicos y de sacerdotes, bien formado y adultos, que todo lo acogen con respeto pero hablando con calma y acordando lo definitorio. Su sentido de la participación de todos en la Iglesia y de la igualdad fundamental de todos por el Bautismo, está muy asentado y vivido.

Si esto es así, y lo creo de verdad, cualquiera que venga a la Iglesia del País Vasco, no sólo tendrá que contar con la prudencia propia de quien se encarga de algo nuevo y quiere entenderlo inicialmente, sino que tendrá que aprender a hablar mucho, discernir con todos y acordar en comunión con los más. Ésta es mi impresión. Le sucedió a Blázquez y le pasará a todo que sea nombrado Obispo de nuestras Iglesias. Y en todas debiera ser igual.

Indudablemente hay un debate, como decía, que trasciende la cuestión de los nuevos obispos y su filiación teológica más o menos conservadora. Es el debate de la secularización y de Iglesia de Europa (Roma) buscando recuperar protagonismo en el espacio público, por entender que la autonomía del mundo no está reñida con la libertad de conciencia, sino al contrario, que el mundo es más mundo de todos, y la democracia más profunda, cuanto más espacio reconozca a la libertad de conciencia en la vida pública; es decir, hay un pensamiento social que dice que una democracia, por encima de todo, tiene que preservar, no sólo la opinión, sino ¡la práctica de la libertad de conciencia! de los más posibles en el mayor número de supuestos posible. Ahí, en esa libertad de objeción casi universal, el catolicismo romano ve oportunidades muy grandes para la religión; sus expresiones más “tradicionalistas” en cuanto al culto, el dogma, la moral, la educación y la concepción de la vida son, así, perfectamente legítimas en la vida pública, y no sólo en el templo; exigir su práctica pública sería, en principio, un derecho con pocas excepciones.

Sin duda alguna, éste es el debate. No tanto una opción política de la Iglesia por la derecha en cuanto derecha y porque sí, sino como más próxima a una organización de la vida pública que a la nueva religión “política” le brinda mayores oportunidades culturales, morales, educativas y “religiosas”. ¿Cuál es el olvido de esta posición? Que la democracia necesita el respeto por todos de una moral de mínimos de justicia y de una ley democrática común, ¡con pocas objeciones de conciencia!, pues en su defecto, perece en la diversidad más extrema. Diríase que el ideal de máximos de cada uno, terminaría impidiendo la democracia de todos, con el "exijo todo lo mío, o no juego". Por eso, todo en la democracia es denunciable, y a la vez, todo requiere de pacto y acuerdo entre los ciudadanos iguales en derechos y deberes. Para mí, por aquí van las cosas, y el cristianismo de Jesús va a sufrir mucho en la conciencia de muchos, como la mía, pero en la de otros, en absoluto, porque como se parte de la base de que la Iglesia siempre elige bien en cuanto al Evangelio, todo queda dicho.

Todo esto, ¿supondrá un cambio sustantivo para la Iglesia vasca? No lo creo. Vamos a ver cómo siguen sucediendo las cosas, pero entiendo que la huella tendrá la profundidad que permita su mezcla con las sensibilidades cristianas y pastorales, y, sobre todo, la madurez moral y social que buena parte de los cuadros más influyentes de la Iglesia vasca tienen. Yo así lo veo. Tiempo por ello de reconfiguración de objetivos y estrategias eclesiales, pero tiempo, a la vez, de reconfiguración equilibrada para los que vengan. No somos niños y el Evangelio nos interpela a todos por igual.
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