"El consuelo de la fugacidad del tiempo es llenarlo de contenido o de mérito" El tiempo termina en la eternidad y el hombre en Dios
"Cuando uno es adulto o anciano tenemos la viva sensación de la fugacidad del tiempo. Tempus fugit, decían los relojes de pared clásicos; es verdad: el tiempo huye"
"Quien desea una Iglesia férrea, ultramontana, configura su vida conforme a un estilo ultraconservador en sus criterios, en su doctrina, vestimentas, liturgias, en sus normas, ideología"
"Las vida no es un pasatiempo, un “matar el tiempo”, un divertirse por norma. Nos hace bien llenar la vida de realización, de densidad"
"Las vida no es un pasatiempo, un “matar el tiempo”, un divertirse por norma. Nos hace bien llenar la vida de realización, de densidad"
01. DIVISIÓN DEL TIEMPO.
El final y comienzo de un año constituyen un momento propicio para pensar un poco en esta realidad que es la duración humana y llamamos tiempo, así como para caer en cuenta de la fugacidad de la existencia humana.
Toda división del tiempo es siempre artificial, aunque necesaria. De hecho han existido y existen varios calendarios o modos de fragmentar y estructurar el tiempo. Ya el Génesis es una manera de ordenar la duración humana: el tiempo. Dios crea el primer día, el segundo, etc. y el séptimo descansa. ¿Sería el primer calendario laboral?
Algunas consideraciones.
02. EXPERIENCIA DE LA FUGACIDAD.
Cuando uno es adulto o anciano tenemos la viva sensación de la fugacidad del tiempo. Tempus fugit, decían los relojes de pared clásicos; es verdad: el tiempo huye.
“Parece que fue ayer” solemos repetir. Parece que fue ayer cuando comenzábamos el año, parece que fue ayer cuando murió tal persona, cuando estudiábamos, cuando éramos jóvenes, etc., pero han pasado muchos años. Hemos vivido mucho y guardamos muchas vivencias y recuerdos.
Y esta rapidez irreversible -el tiempo no hay quien lo pare- y ello puede causarnos una cierta sensación de desasosiego, de que se nos va la vida como el agua entre las manos.
03. ¿QUÉ ES, PUES, EL TIEMPO?
Ya San Agustín allá por el siglo IV / V, se preguntaba qué es el tiempo:
Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo al que me pregunta, no lo sé.
El mismo San Agustín dice que el tiempo radica en el alma, en la memoria, que es donde se hacen presentes y donde se guardan las vivencias, los acontecimientos, la propia experiencia.
Es algo que podemos observar en la Virgen María cuando el evangelio dice de ella que: conservaba todas las cosas en su corazón.
En el fondo, pues, el tiempo lo vivimos en el fondo de nuestro corazón.
04. VIVIMOS ENTRE EL PASADO Y EL FUTURO.
PASADO
El ser humano es -ni tiene, es- su propio pasado, somos lo que hemos sido. Es cierto que el pasado en cuanto tiempo de reloj, de calendario, ha pasado, pero lo vivido -bueno o malo- queda, permanece en nosotros. La infancia, las enfermedades, los encuentros y desencuentros en la vida, los estudios, los trabajos, la cultura y la fe que recibimos permanecen vivas en nosotros.
Podemos decir que quien no recuerda su pasado personal y comunitario, no vive. Si no recordamos, si no guardamos la memoria, somos como un algo suspendido en la historia, como seres flotantes.
El presente en gran medida pende del pasado. Recordamos grandes acontecimientos (positivos o negativos). Somos hijos del Concilio Vaticano II, la guerra civil sigue latente en el “subconsciente del pueblo”. Sobre todo guardamos la memoria del Señor, del Evangelio.
Ex memoria, spes. La memoria (el pasado) es el fundamento de nuestra esperanza, de nuestro futuro.
Un presente que no tiene pasado, carece de futuro. (R. Latourelle).
Vivir es recordar.
FUTURO
Vivir también es el futuro. En cierto modo, somos lo que pretendemos ser o llegar a ser. El futuro que esperamos condiciona y encauza nuestro momento actual: quien desea ser sacerdote, religioso, casarse, etc. vive amablemente condicionado por ese futuro que añora. Lo mismo en el plano eclesial, político, etc.
Quien desea una Iglesia férrea, ultramontana, configura su vida conforme a un estilo ultraconservador en sus criterios, en su doctrina, vestimentas, liturgias, en sus normas, ideología, etc.
El futuro que se desea, condiciona el momento presente y los pasos a dar.
Somos futuro. En cierto modo, pues, somos lo que queremos ser.
PRESENTE
El presente es mucho más fugaz e inconsistente. ¿Quién puede amarrar el presente?
Hoy en día vivimos sin pasado y sin futuro: sin memoria y sin esperanza. Solamente nos vale el presente. Vivimos en una cultura del presente, es la cultura del momento, del instante.
Pero el presente solamente tiene consistencia si lo vivimos desde un pasado y desde un futuro.
LAS ETAPAS DE LA VIDA
El NIÑO es puro presente: el niño vive en el reducido ámbito de su familia, de su aula escolar... Todavía no tiene pasado y el futuro le queda muy lejos. Decirle a un niño “el año que viene es como decirle nunca”.
El JOVEN es futuro. De joven se tiene todo “por delante”. El joven vive desplegando todas su capacidades, ilusiones, proyectos, “está todo por hacer y experimentar”… Un joven es como Cristóbal Colón (pero sin América).
El ANCIANO vive, -vivimos- del o en el pasado. En aquellos tiempos había valores, criterios, se vivía mejor…
05. NO TODOS LOS QUE VIVIMOS A LA VEZ, SOMOS COETÁNEOS.
Todos vivimos “al mismo tiempo”, si bien no todos los que vivimos el mismo tiempo somos coetáneos. En el siglo XXI hay personas que viven el siglo XVI, siendo optimistas; otros se han apuntalado en el XIX, etc. No todos los contemporáneos, somos coetáneos.
Y esto es fuente de diferencias, distanciamientos como bien sabemos.
06. CONSUELO DEL TIEMPO.
¿No nos queda otro remedio que vivir entre lo que “ya no es”, porque pasó, y “lo que todavía no es”, porque no ha llegado?
El consuelo de la fugacidad del tiempo es llenarlo de contenido o de mérito.
Intentemos llenar el tiempo de mérito; quizás no de éxito, pero sí de contenido.
Las vida no es un pasatiempo, un “matar el tiempo”, un divertirse por norma. Nos hace bien llenar la vida de realización, de densidad.
07. TIEMPO Y ETERNIDAD.
La duración del ser humano es el tiempo. Vivimos en esta historia unos años, muchos o pocos.
La duración de Dios es la eternidad. Y Dios nos llama a terminar “nuestros días”, nuestra tiempo en Él, en su eternidad. Estamos llamados a la vida eterna, lo cual produce una inmensa serenidad y un gran gozo, que San Pablo recoge con patencia cuando escribe aquellas palabras a los cristianos de Roma:
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? ... Dios, que nos ama, hará que salgamos victoriosos de todas estas pruebas. (Rm 8, 33-37).
Desde el pasado de la redención de Cristo y desde el futuro que nos espera en la eternidad, nos deseamos feliz año, meditando y guardando todas estas cosas en nuestro corazón.
Terminemos el año dando gracias a Dios por el tiempo y por la eternidad que nos aguarda.
Etiquetas