Ningún viento es favorable para el que no sabe a dónde va. (Séneca)

ojo

El texto evangélico de hoy es un pequeño entramado de sentencias y consejos de Jesús para la vida, consejos casi de sentido común.

  1. Un ciego no puede guiar a otro ciego.

En el evangelio ciego es el que no ve ni vive desde la misericordia de Dios. Ciego es quien no ha experimentado la gracia de Dios.

La ceguera fundamental consiste en sentirse autosuficiente (fariseísmo) y no sentir la necesidad de la misericordia del Padre.

Jesús se refiere y se dirige a los guías ciegos del pueblo (a los fariseos de su tiempo): a aquellos que no ven y pretenden hablar y enseñar como si fuesen “portavoces” de Dios.

Decía Séneca allá por el siglo I que ningún viento es favorable para el que no sabe a dónde va.

Nietzsche nos condenó a vivir errantes sin criterios, sin valores, sin horizonte, sin Dios. Dios ha muerto… Por eso

¿No vamos errantes a través de una nada infinita? ¿No nos absorbe el espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene la noche para siempre jamás más y más noche? ¿No olemos todavía la nada de la corrupción divina?[1]

Y esta es quizás la luz -la ceguera- que ilumina hoy en día la cultura de nuestra sociedad occidental.

Sin embargo, gracias a Dios, también hoy muchos hombres y mujeres de buena voluntad que tratan de iluminar el camino de la vida.

  • ü En la vida, en la sociedad hay muchos “guías” que orientan los caminos de las personas.
  • ü padres que educan a sus hijos.
  • ü maestros que orientan a sus alumnos.
  • ü También hay políticos trazan los caminos y rutas del pueblo.
  • ü Los médicos sanan y educan a sus pacientes.
  • ü Hay obispos, sacerdotes, catequistas que tratan de guiar al pueblo.
  • ü Algunos medios de comunicación, periodistas iluminan al pueblo.

El viento de Jesús nos encamina hacia el amor de Dios

  1. La "mota" ajena y la "viga" propia:

No haría falta el Evangelio para entender la segunda actitud del texto de hoy. Es de sentido común.

Fácil y frecuentemente nos permitimos criticar el defecto ajeno y no somos capaces de ver nuestras grandes limitaciones.

Estamos siempre dispuestos a ver los fallos de los demás y no vemos los nuestros

El texto de hoy queda subrayado por otras dos palabras de Jesús:

  1. El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra, (Jn 8, 7-8). Es lo que les dice Jesús a la clase dirigente y al pueblo ante aquella mujer sorprendida en adulterio a la que iban a apedrear…

Y el relato continúa diciendo que se marcharon todos empezando por los más viejos…

¿Quién no tiene defectos, limitaciones y pecado en la vida?

Mejor haríamos en callarnos y –como el publicano- quedarnos debajo del “coro de nuestra casa” pidiendo perdón por nuestros propios fallos.

  1. El segundo pasaje evangélico que viene a colación con el tema de hoy es el de aquellos dos servidores del señor de la finca. Uno debía 10.000 talentos y otro debía apenas 100 denarios. (Mt 18,23).

El dueño de la finca perdona bondadosamente al que le debía 10.000 talentos. Pero éste no es capaz de perdonar al que debía 100 denarios, lo maltrata y lo mete en la cárcel…

Fácilmente nosotros condenamos a los demás, pero no somos capaces de darnos cuenta de todo lo que se nos ha perdonado a nosotros en la vida.

Además usamos dos medidas al interpretar las propias acciones y las del prójimo: una es la medida que usamos para nosotros mismos y otra muy distinta es la vara de medir a los demás.

Por otra parte ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a nadie? ¿Qué sabemos nosotros de las personas, de sus recorridos, de su historia, de sus dificultades, de sus fracasos, de sus sufrimientos? Solamente Dios es juez y sabemos desde Jesucristo, que cuando Dios actúa su justicia activa su misericordia.

Mejor haríamos, viene a decir, el Señor en mirar nuestras propias debilidades, pecado y miseria, que seguramente tendremos bastante tarea con ello. Seamos  conscientes y humildes en nuestro propio pecado, en nuestros defectos y limitaciones.

La luz y el juicio del Dios de Jesús son la misericordia

[1] NIETZSCHE, F. La ciencia gaya , Obras III, 125 (74.141).

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