Confesarse: algo así como tomar café juntos
A propósito del sacramento de la confesión, el Papa Francisco recordó hace unos días que Jesús no amenaza, sino que llama con dulzura, inspirando confianza. Y describió así la actitud de Jesús ante el pecador: “El Señor dice: ‘Ven, vamos. Ven y discutamos. Hablemos un poco’. No nos asusta. Es como el papá del hijo adolescente que ha hecho una travesura y debe reprenderlo. Y sabe que si va con el bastón la cosa no irá bien, debe entrar con la confianza. El Señor nos llama así: ‘Vamos, vengan. Tomemos un café juntos. Hablemos, discutamos. No tengan miedo, no quiero aporrearlos’”.
Hay que reconocer que el Papa tiene ideas originales y llamativas, que hacen pensar, dan paz y ofrecen esperanza. Sin duda, es un buen catequista. A mi no se me hubiera ocurrido comparar el sacramento de la reconciliación, con un “tomar un café juntos”. Pero no es una mala metáfora: dos amigos, tomando café, hablando con confianza, buscando comprenderse y ayudarse. Olvídense del café y quédense con la confianza, el comprender y el ayudar. Eso es lo que debe hacer el ministro de la confesión, porque sin duda eso es lo que Cristo haría con el pecador.
Si uno acude a confesarse con buena intención (y es de suponer que todos lo hacen así), seguro que es consciente del mal que ha hecho (porque a solas nadie se engaña) y seguro que está arrepentido y dolido. El hecho mismo de acudir al confesor es ya signo de arrepentimiento. No se trata, por tanto, de hundirlo más en sus miserias. Se trata, como hizo el padre del hijo pródigo, de levantarlo y decirle que el Señor está de fiesta por su confesión.
Hace muchos años recuerdo haber absuelto a una joven muchacha, que vino con miedo a confesarse (no me conocía de nada y no sabía con quién se iba a encontrar). Estaba angustiada, porque le acababan de reñir seriamente y de negarle la absolución. Motivo: se había confesado de no haber ido a Misa el domingo anterior. Bueno, yo digo que celebrar la Eucaristía es una necesidad de todo creyente. Pero también digo que confesarse de no asistir a ella un domingo, cuando se suele celebrar habitualmente, no es motivo para negarle a nadie la absolución.