¿Qué quiere decir: "Nombre de Dios"?
El nombre para los semitas indica una identidad y también una misión. La importancia del nombre explica los cambios de nombre en las personas que, a veces, realiza el mismo Yahvé cuando da a sus elegidos un nuevo significado en su situación o para el futuro: Abrán se convierte en Abrahán como padre de muchos pueblos (Gen 17,5). Jacob se convierte en Israel, puesto que ha luchado con Dios (Gen 32,29).
El más importante de los nombres es el de Yahvé (cf. Sal 8,2: “Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre por toda la tierra”), que el mismo Yahvé manifiesta en su revelación. Dios no es anónimo, posee un nombre propio con el cual se le puede invocar. El mal uso de este nombre (en la magia o en el juramento falso) está prohibido (Ex 20,7) porque el nombre de Yahvé es un regalo de la revelación, de la cual no puede disponer el hombre a su antojo (Gen 17,1). Israel tiene la misión de santificar el nombre de Yahvé; esto ocurre en el culto y en la obediencia a sus mandamientos. Por eso la participación en el culto de otra divinidad es una profanación del nombre de Yahvé (Lv 18,21).
Jesús en Jn 17,6 y Jn 17,26 dice que ha dado a conocer a los suyos el nombre de Dios. Jesús se presenta como el nuevo Moisés que lleva a su término lo que antaño había comenzado junto a la zarza ardiente. Dios había revelado su nombre a Moisés. Eso significa que Dios se dejaba invocar, que había entrado en comunión con Israel. Cuando Jesús dice que da a conocer su nombre, no se refiere a una palabra nueva con la que se designaría a Dios. Está hablando de un nuevo modo de la presencia de Dios entre los hombres. En Jesús, Dios entra realmente en el mundo de los hombres: quién ve a Jesús, ve al Padre (Jn 14,9). La revelación del Nombre tiende a que “el amor que me tenías esté con ellos como yo también estoy con ellos” (Jn 17,26).
A partir de ahí se comprende que profanar el nombre de Dios equivale a rechazarle, a hablar mal de Él. Y pronunciar su nombre en vano, de forma inútil o inapropiada es no respetar a Dios, peor aún, dejar de considerarlo Dios para convertirlo en un objeto a mi servicio. Decir el nombre de Dios en vano es utilizar a Dios en función de mis intereses, de forma que en vez ponerme en disposición de servir a Dios, pretendo, ni más ni menos, que servirme de Dios.
Dios revela su nombre para que podamos establecer una relación personal con él. Esto se confirma si recordamos que Dios llama a cada uno por su nombre (Is 43,1). Con cada uno quiere establecer una relación personal e íntima. Nuestra relación con Dios no es con un Dios genérico, abstracto, sino con el Dios de los hombres, en lo concreto de la existencia, “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”. Un Dios que no puede ser amado en general, sino por este hombre concreto que soy yo.