Cachemira es uno de los grandes escenarios de su última novela Arundhati Roy: ficción literaria para entender el conflicto indo-pakistaní
La activista reclama paz, libertad y pluralismo, contra los relatos únicos
| Lucía López Alonso
Desde hace dos meses, ha vuelto a ser noticia el conflicto entre India y Pakistán en Cachemira, el territorio que se disputan. Alargado en el tiempo e ignorado, como otras tantas guerras en países que no importan a las grandes potencias, este conflicto surgió en 1947, a causa de la Partición de India.
A finales de los 80 se organizó la insurgencia que reclama la independencia del territorio cachemir, y desde entonces se conoce la fragilidad de este problema en el Valle del Norte de India. La última novela de Arundhati Roy, El Ministerio de la Felicidad Suprema (Anagrama, 2017), reflexiona sobre esta compleja realidad, convirtiendo Cachemira en uno de los grandes escenarios de su argumento.
¿Cómo es la vida cotidiana en un territorio que lleva décadas sufriendo la ocupación militar del gobierno indio y los ataques con los que responden los que buscan la independencia? Roy, que a sus 57 años es un referente de la defensa de los derechos humanos, además de una premiada escritora de ficción y ensayista, empuja al lector a sumergirse en ese panorama de inestabilidad y vigilancia, paramilitares, contraataques, líneas de alto el fuego, protestas silenciadas e imposición de toques de queda. ¿Cómo hablar de esa política de invasión? “¿Cómo describir la psicosis de lo que está pasando? Sólo a través de la ficción”, dice la autora.
Para ella, lo que transmite la historia de un personaje tiene más potencia, a la hora de describir una situación histórica o social, que los informes que cifran cuánta gente ha sido asesinada en un lugar. Después de una década de viajes a Cachemira, la escritora india no se ve con derecho de escribir sobre un asunto que ha acarreado miles de víctimas mortales. “Nadie realmente puede escribir con facilidad sobre Cachemira en no ficción”, confesó durante la promoción de la novela.
Guerra moderna
Con esa determinación de desarrollar su activismo desde la literatura, El Ministerio de la Felicidad Suprema consigue dar voz al conflicto desde todas sus perspectivas. La de la mujer musulmana capturada durante el pogromo islamófobo de 2002, desarrollado, entre otros líderes, por el actual Primer Ministro Narendra Modi, entonces gobernador del estado de Guyarat. La del cachemir que confiesa la ansiedad que le provoca vivir a diario un ambiente de violencia, de venganza y de “temor de lo que pueda llegar a provocar en el futuro”, cuando la guerra se vuelva todavía más moderna. La del joven que se quedó ciego una de las cientos de veces que los militares dispararon a civiles con balines de pistolas de aire comprimido. O esa mirada mordaz de uno de los personajes centrales de la novela, que ha sido oficial de inteligencia del gobierno central y rechaza sermones: “En verdad que hicimos -hacemos- algunas cosas terribles en Cachemira, pero… Quiero decir que lo que el ejército pakistaní hizo en Pakistán Oriental, bueno, eso sí fue un claro caso de genocidio”.
“Lo que tenemos entre manos es un problema de especie humana. Nadie está exento”
Al final, lo que la autora refleja en su historia es que no hay buenos ni malos, sino humanos con derechos, en todos los bandos. E intereses político-económicos que se saltan esos derechos; personas que abusan de su poder y causan dolor a otras personas. “Lo que tenemos entre manos es un problema de especie humana. Nadie está exento”, opina este oficial de inteligencia. Y la narración, a veces, parece darle la razón, concediéndole en esta historia la paz y la libertad que Arundhati Roy reclama en sus textos de no ficción solo a los animales: “Milanos y buitres volaban en círculo dejándose llevar por las corrientes térmicas hacia un lado y otro de la Línea de Control, para burlarse de los hombres que moteaban el suelo allá abajo”.
Extremismo nacionalista y religioso
Roy construyó esta novela como sus textos ensayísticos más comprometidos: con la mirada atenta a las consecuenciascotidianas del nacionalismo hindú que difunde el BJP, el partido que gobierna en India encabezado por Modi. Porque en el subcontinente, al conflicto de fronteras deseadas o no deseadas, se suma que el gobierno considera una amenaza la diversidad de religiones.
Después de una convivencia a prueba de siglos entre creencias hindúes, musulmanas, cristianas y muchas otras opciones religiosas, el RSS (Rashtriya Swayamsevak Sangh) y el BJP parecen querer crear una India hinduista, llegando a considerar oportuno un cambio en la Constitución, que rechazase el pluralismo e instaurara la confesionalidad.
En El Ministerio de la Felicidad Suprema, esto se traduce en miedo. El del personaje horriblemente linchado por su contacto con una vaca. El del que se conforma con no salir de su gueto. El de la musulmana que se libra de la muerte, durante el pogromo, gracias al peso que la superstición ejerce sobre sus agresores: matar a una transexual daría mala suerte. O el del que echa la vista atrás y comprueba, escandalizado, que se ha retrocedido incluso en materia de libertad de expresión: “Hoy en día, cuando la marea de color azafrán del nacionalismo hindú crece imparable en nuestro país como en el pasado lo hiciera la esvástica en otro país, el discurso escolar de Naga sobre ‘La fe estúpida’ le hubiera valido la expulsión”.
EEUU e Israel: aliados peligrosos
Este nacionalismo hindú ha viajado junto al fanatismo religioso y, a la vez, “en paralelo a la nueva economía”, dice Roy. Todo empezó en los 90, cuando India pasó de ser una nación con una economía cerrada (con dificultades, como las de muchas otras naciones, como la pobreza y la corrupción) a abrirse al desarrollo -y al armamento nuclear- al alinearse con Estados Unidos e Israel en/tras la guerra de Afganistán.
Arundhati Roy analiza que, entonces, sus reservas naturales y recursos mineros, “que debían haber sido usados por los campesinos de Guyarat”, pasaron a manos de compañías extranjeras. El gobierno indio desplazó a las poblaciones tribales de sus montes para construir, por ejemplo, presas. “Y hoy, el agua se ha ido. Y la policía protege de los agricultores, que la necesitan, la poca agua que queda en el canal”, dice la escritora. “Esto es fascismo. No lo son solamente los campos de concentración”.
La historia que no se ha escrito
“El compromiso político era antes una dimensión esencial del escritor, pero hoy se supone que los escritores no deben plantearse cuestiones fundamentales, y es triste”, declaraba Roy en la gira promocional de El Ministerio de la Felicidad Suprema, hace menos de dos años. Con esta novela, separada por dos décadas de su clásica El dios de las pequeñas cosas, tal vez se propuso buscar la historia que no se ha escrito sobre el conflicto en Cachemira, que estos días vuelve a los periódicos. Sobre el radicalismo religioso en las sociedades actuales. Sobre la convivencia en nuestras ciudades de las viejas condenas (como el sistema de castas) y las nuevas (el capitalismo, la privatización, la publicidad, las armas, la contaminación…).
“El compromiso político era antes una dimensión esencial del escritor, pero hoy se supone que los escritores no deben plantearse cuestiones fundamentales, y es triste”
En cualquier caso, la escritora se vale de la ficción para contar desde dentro de muchos personajes cómo lo personal acaba siendo político, y viceversa. Contra los relatos únicos, Roy toma una posición clara a favor de la libertad. La de las gentes que habitan un país tan peculiar como India, en el que todo es simultáneo, diverso y complejo. La tierra, la política, la religión, la vida, la muerte, los olores y, tantas veces, el dolor.
"Realmente no existe tal cosa como los "sin voz". Solo están los deliberadamente silenciados, o los preferiblemente no escuchados."
— moisoysusrayones (@LeoTweets4) 20 de marzo de 2019
Arundhati Roy.
A Sergio Rojas Ortiz.#JusticiaparaSergiopic.twitter.com/gHOhX8MwhQ