| Paulinas
Las mujeres que llevaban los perfumes para ungir el cuerpo de Jesús, en la mañana de Pascua, según la tradición cristiana ortodoxa, recibieron el nombre de miróforas. Ellas habían acompañado a su Maestro desde Galilea, le habían cuidado, atendido en sus necesidades, dado hospitalidad y, al final, habían permanecido a su lado junto a la Cruz.
Otras mujeres que aparecen en los Evangelios, como la cananea, la mujer con flujos o Marta y María, ayudaron a Jesús a descubrir nuevas realidades y la voluntad de Dios, expresada por ellas, abriendo las puertas de la corporalidad y el contacto, la receptividad y la donación y la amistad y el agradecimiento.
En nuestros días hay otras muchas mujeres, portadoras de perfumes en las madrugadas de nuestro mundo, que los derraman sobre las personas más olvidadas. Mariola López Villanueva las ejemplariza en tres grandes ejemplos de místicas comprometidas del siglo XX: Etty Hillesum, que ayudó y acompañó a su pueblo judío, muriendo en el campo de exterminio de Auschwitz; Madeleine Delbrêl que luchó por ofrecer dignidad y lo necesario parar vivir a los obreros de las periferias de París; y Dorothy Day, una pacifista y luchadora contra las injusticias, dando hospitalidad a la gente más pobre y sin hogar en Nueva York.