Antonio Aradillas publica una nueva obra en Visión 'Nuevas cartas provocadoras al Papa'
(Antonio Aradillas).- La palabra "provocación" tiene en el Diccionario de la Real Academia Española, diversas acepciones. La primera de ellas está redactada literalmente de esta manera: "incitar, inducir a alguien a que ejecute algo". Otra acepción que tiene la misma palabra es la siguiente: "irritar o estimular a alguien con palabras u obras para que se enoje". Huelga decir que mi intención al adjetivar estas 'Nuevas cartas provocadoras al Papa' se ajusta a la perfección, con honradez semántica, con piedad y sentido jerárquico, a la primera de las acepciones, excluyendo y rechazando cualquier otro sentido que, de una o de otra manera, aun la más coloquial, alguien decidiera imputarle.
Ofrecemos a continuación, extractado, el capítulo dedicado a este tema de "la salvación de los gays".
"Del eclesiástico oficiante Mons. René Robinson, obispo de la Iglesia Episcopaliana que participó en la "coronación" de Barack Obama, presidente de los Estados Unidos, se sabe que es considerado públicamente como el primer obispo "gay", que fue consagrado el año 2003, nacido en Kentucky en el seno de una familia blanca y pobre. Al ser consagrado obispo manifestó haber pedido a Dios "llegar a ser un buen obispo, no un obispo "gay". En una de sus primeras declaraciones manifestó con contundencia: "Dios no se equivoca nunca: la Iglesia como institución humana es la que se equivoca, pero siempre puede corregir su error. Creo de corazón que se ha equivocado en la cuestión de la homosexualidad".
Y nosotros, en esta recopilación de cartas dirigidas al Papa, con devoción y santa preocupación le dirigimos el siguiente puñado de interrogantes, dando por supuesto que en el fondo, esencialmente y en conformidad con la voluntad de Cristo Jesús, es una sola la Iglesia, aunque sus representantes sean diversos en el tiempo y en el espacio.
¿Pero pueden o no pertenecer como miembros vivos y activos los homosexuales a la Iglesia? ¿Pueden, por tanto, llegar a pertenecer a su jerarquía en su variedad de grados y órdenes sagradas? ¿Es o no es, en definitiva y de por sí, inmoral la condición y ejercicio de homosexuales de determinadas personas? ¿Habrán de ser y estar condenados en esta vida, y también en la otra?
Tal y como hemos sido adoctrinados los católicos en relación con la moral sexual, ¿es lícito y válido aseverar que tal moral es la única y verdadera, y además inmutable e inquebrantable? ¿Es que a tales personas se las tendrá que denominar y tratar siempre como "pecadoras", relegadas de los beneficios sobrenaturales de los que es portadora sacramental la Iglesia, que precisamente fue fundada por Cristo Jesús para salvarnos a todos?
¿Tienen fundamento y vigencia también para los católicos las palabras citadas del primer obispo "gay" de que "Dios no se equivoca nunca, pero la Iglesia, como institución humana que es también, es la que se equivoca, pero siempre puede corregir su error"? ¿Este pensamiento es una blasfemia, o es una aseveración de carácter teológico, hasta con visos de jaculatoria? ¿Es asimismo otra blasfemia el aserto del obispo de que "creo de corazón que la Iglesia se equivoca en la cuestión de la homosexualidad"?
¿Se descarta la posibilidad de que en la Iglesia entonen el "mea culpa" los inspiradores y mantenedores de sus normas y comportamientos ético- morales en esta esfera de la sexualidad, con arrepentimientos y nuevas conductas inherentes a toda petición de perdón y confesión, y más si esta es sacramental? ¿Pensaron fraternalmente los hombres de la Iglesia en los dramas humanos y divinos que tuvieron y tienen que asumir y protagonizar multitud de cristianos homosexuales, por el hecho de su propia condición, en cuyo origen y proceso no tuvieron "ni arte ni parte, y ni siquiera tiempo y ocasión para investigarlo?
No pocas personas -ellos y ellas- que viven en esta situación en la sociedad, pero mucho más en la Iglesia, aprovechan la publicación y difusión de la noticia del primer obispo oficialmente reconocido como "gay", para invocarle al Papa que, como jerarca supremo de la Iglesia, revise sus pautas morales a la luz de la teología más pura y exigente, pero en igualad de condiciones que a la luz de las ciencias antropológicas comprometidas en el tema.
En esta misma oportunidad levantan con idéntico, y aún mayor, énfasis la voz también los sacerdotes y obispos de la Iglesia católica, a la espera de beneficiarse de la piedad evangélica y salvadora de la renovación de la doctrina, algunos de ellos no solo por sí mismos, sino para los fieles, cuyo cuidado y atención pastorales lee encomendaron su vocación sagrada y el Código de Derecho Canónico por los cauces ordinarios o extraordinarios ".