- En su magisterio se refiere a menudo al cine: a veces le oímos mencionar tal o cual película. ¿De dónde viene esta particular relación con el cine?
Mi cultura cinematográfica se la debo sobre todo a mis padres. Cuando era niño, iba a menudo al cine local, donde proyectaban tres películas seguidas. Es uno de los mejores recuerdos de mi infancia: mis padres me enseñaron a disfrutar del arte en sus distintas formas. Los sábados, por ejemplo, mi madre, mis hermanos y yo escuchábamos las óperas que se emitían en Radio del Estado (ahora Radio Nacional). Nos hacía sentarnos junto al aparato y, antes de que empezara la emisión, nos contaba el argumento de la ópera. Cuando estaba a punto de comenzar algún aria importante, nos advertía: "Estén atentos, es una canción muy bonita". Era algo maravilloso. Luego estaban las películas en el cine, para las que mis padres aplicaban el mismo método: como hacían con las óperas, nos las explicaban para que nos orientáramos.
- Y fue en este contexto donde nació su relación con el neorrealismo italiano...
Sí, entre las películas que mis padres querían que conociéramos estaban las del neorrealismo. Entre los diez y los doce años, creo que vi todas las películas con Anna Magnani y Aldo Fabrizi, incluida "Roma ciudad abierta", de Roberto Rossellini, que me gustó mucho. Para nosotros, los niños de Argentina, esas películas fueron muy importantes, porque nos hicieron comprender profundamente la gran tragedia de la guerra mundial. En Buenos Aires, conocimos la guerra sobre todo a través de los muchos migrantes que llegaron: italianos, polacos, alemanes... Sus historias nos abrieron los ojos a un drama que no conocíamos directamente, pero también fue gracias al cine que adquirimos una profunda conciencia de sus efectos.
- Usted ha definido a menudo el cine neorrealista como una "catequesis de la humanidad" o una "escuela de humanismo". Son expresiones muy finas con las que atribuye un valor universal a esta cinematografía. ¿Dónde está la relevancia de estas películas?
Las películas del neorrealismo formaron nuestros corazones y aún pueden hacerlo. Diría más aún: esas películas nos enseñaron a mirar la realidad con otros ojos. Aprecio mucho que este libro recoja este aspecto fundamental: el valor universal de ese cine y su relevancia como herramienta importante para ayudarnos a renovar nuestra visión del mundo. ¡Qué necesidad tenemos hoy de aprender a mirar!
La difícil situación que vivimos, profundamente marcada por la pandemia, genera preocupación, miedo, desánimo: por eso necesitamos ojos capaces de atravesar la oscuridad de la noche, de levantar la mirada más allá del muro para otear el horizonte. Hoy es tan importante una catequesis de la mirada, una pedagogía para nuestros ojos que a menudo son incapaces de contemplar en medio de la oscuridad la "gran luz" (Is 9,1) que Jesús viene a traer. Una mística de nuestro tiempo, Simone Weil, escribe: "La compasión y la gratitud descienden de Dios, y cuando se dan a través de una mirada, Dios está presente en el punto en que las miradas se encuentran". Por ello, la reflexión sobre la mirada se abre a la trascendencia. Qué maravilloso sería redescubrir a través del cine la importancia de la educación en la mirada pura. Justo como ha hecho el neorrealismo.