Con la Universidad como santuario Samantica docet et sanctificat: El ideal de dar la mano

Samantica docet et sanctificat: El ideal de dar la mano
Samantica docet et sanctificat: El ideal de dar la mano

A propósito de E. Fernández Vallina y A. Heredia Soriano (eds.), Los santos en la Universidad de Salamanca, Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 2022, 270 pp.

"La publicación de este magnífico volumen es augurio de que los avatares y hados de la historia tendrán a nuestra querida universidad de la mano en medio de los vaivenes del porvenir con sus corrientes, tendencias, modas"

En un mundo digitalizado, dominado lamentablemente por eruditos y técnicos, e incluso amenazado por la Inteligencia Artificial (IA), lo que se desea es tener todo a la mano para su ‘manipulación’. Quizá el ideal de dar la mano quede ya lejos en medio de tanta rapidez en el afán de conseguir no solo datos o información sino, sobre todo, poder e influencia.

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¿Ya queda superada, conforme a los parámetros de hoy, el ideal de formar a sabios incluso para esos hogares en que el conocimiento se asimila y diluye para convertirlo en vivenciable, en sabiduría, es decir, la universidad? Quien quiera aprender que vaya a Salamanca, como rezara el antiguo refrán. Y ello brota del antiguo lema del alma mater a orillas del Tormes al que se ha procurado ser fiel en medio de los avatares de la historia: Omnium scientiarum princeps Salmantica docet, es decir, la Universidad de Salamanca, primera en el conocimiento, enseña.

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Mas también el alma mater a orillas del Tormes ha contado con al menos 15 santos, tanto canonizados como los no canonizado, entre los que frecuentaron sus aulas austeras o que al menos honraron su solar con su presencia y vinculación histórica. Esta benemérita publicación, bajo la dirección de eminentes profesores e historiadores que dictaron cursos dentro de este sacro recinto, desea brindar a las generaciones venideras un testimonio fehaciente de cómo se dan la mano el saber y la santidad en esta vega castellana, con tanta proyección hacia fuera (no solo por Europa sino también por América e incluso Asia, es decir, Filipinas), produciendo así la verdadera sabiduría tan anhelada desde calendas antiguas o incluso más allá de las fronteras de los registros temporales, marcados por manos humanas, como calendarios y anales.

Al pasar las hojas de esta obra novedosa sobre personas, ‘de carne y hueso’ como le gustaba decir al rector agónico Unamuno, que alcanzaron la cima de la perfección, me pregunto si la universidad fue quien encumbró a estos individuos o si estos mismos fueron que hicieron que el Studium Salmanticense llegara a su cima.  Desde las cátedras, los bancos y las tribunas, se puede llegar a páramos desconocidos pero gloriosos para trazar una aventura que continúa, sobre todo para los que tuvimos la fortuna de formarnos bajo la lumbre y férula de esta institución muchas veces centenaria (1218-2018). Que nuestros esfuerzos honrados duren como la más longeva de las universidades españolas. Que la perennidad de nuestras labores íntegras sea testimonio vivo, vivificador y viviente del patrimonio titánico del pasado y cometido colosal para el futuro que convergen en nuestra querida madre nutricia y que de ella siguen fluyendo hacia nosotros para que estos los sigamos encarnando en nuestros quehaceres cotidianos.

Henos aquí ante la clave para comprender el ideal ya mencionado arriba de dar la mano. Con estos individuos, cuya catolicidad (léase universalidad) supera las externalidades de los ritos de la iglesia católica, nos llama a todos a escuchar la llamada de la trascendencia en la inmanencia de nuestra circunstancia histórica que penetra en las zonas recónditas de nuestros seres ardientes. Y con la Universidad como santuario, la historia tiene su despliegue allende las orillas del Tormes para cruzar mares y riberas, universalizando así no solo la fama del alma mater salmantino sino de la mismísima vocación de vivir y propagar la verdadera sabiduría.

Desfilan ante nuestros ojos los siguientespersonajes al hojear estas páginas bellas: San Juan de Sahagún (1430-1479), por Emiliano Fernández Vallina (Universidad de Salamanca), pp. 17-35; Santo Tomás de Villanueva (1486-1555), por Francisco Javier Campos (OSA. R. C. Universitario de El Escorial), pp. 37-51; San Pedro de Alcántara (1499-1562), por Salvador Andrés Ordax (Universidad de Valladolid), pp. 53-62; San Juan de Ávila, (1500-1569), Doctor de la Iglesia, por Mª Jesús Fernández Cordero (Universidad Pontificia de Comillas), pp.65-76; San Alonso de Orozco (1500-1591), por Teófilo Viñas Román (OSA. Monasterio de El Escorial), pp. 79-91; Santa Teresa de Jesús (1515-1582), Doctora. de la Iglesia y honoris causa por la Universidad de Salamanca, por Mª Jesús Mancho (Universidad de Salamanca), pp. 93-106; San Juan de Ribera (1532-1611), por Antonio Carreras Panchón (Universidad de Salamanca, pp. 109-121); Santo Toribio de Mogrovejo (1538-1606), por Enrique Cabero Morán (Universidad de Salamanca), pp. 123-138; San Juan de la Cruz (1542-1591), Doctor de la Iglesia, por Elena Llamas Pombo (Universidad de Salamanca), pp. 141-161; San Simón de Rojas (1552-1624), por Pedro Aliaga Asensio, (OSST. Roma.), pp. 163-174; San Miguel de los Santos (1591-1625), por Isidoro Murciego (OSST. Roma), pp. 177-191; Beato Juan de Palafox y Mendoza (1600-1659), por Antonio Heredia Soriano. (Universidad de Salamanca), pp. 193-217; Siervo de Dios Marie-Joseph Lagrange (1855-1938), por Ricardo de Luis Carballada (OP. Monasterio de San Esteban, Salamanca), pp. 219-225; Venerable Juan González Arintero (1860-1928), por Manuel Ángel Martínez Juan (OP. Monasterio de San Esteban, Salamanca), pp. 227-242; y Beato José Polo Benito (1879-1936), por Mercedes Samaniego Boneu (Universidad de Salamanca), pp.245-261.

Páginas densas pero desiguales, con pinceladas variadas en sus matices e intensidades. Mas todas de lectura amena, escritas con fundamento, desarrolladas con maestría y designadas a abrir caminos y no meros callejones. Y los caminos se abren con cada nueva lectura de estas mismas páginas, lo cual nos lleva a percatarnos de ciertas ausencias.

Podían haberse incluidootros como Francisco de Aguiar y Seijas, arzobispo de México o el primer obispo de Michoacán, el madrigaleño Vasco Vázquez de Quiroga. También varios personajes enterrados dentro de la ciudad salmantina, que no podían evitar salpicarse de la influencia del alma mater helmántica como, por ejemplo, san Juan de Mata, fundador de los trinitarios o santa María Cándida de Jesús, fundadora de las jesuitinas. Mas esto es ya vox populi y tal vez un segundo volumen pueda subsanar este fallo.

También debían haberse incluido personas del carmelo teresiano como la neobeata Ana de Jesús, la mejor amiga de san Juan de la Cruz, muy vinculada a Salamanca. Lo mismo puede decirse del mejor amigo de la misma santa Teresa de Jesús, Jerónimo Gracián.  Si bien este fue alumno del Studium Complutense fue instrumental, conforme al mismo espíritu humanista que él respiraba junto a la Santa Doctora, en la fundación del colegio carmelitano muy vinculado a la universidad del Tormes. Y como bien se sabe, más tarde, se escribió uno de los más grandes comentarios (cursus theologicus) al Aquinate. 

A estos autores beneméritos, hijos de santa Teresa (también de san Juan de la Cruz y del P. Gracián quien merece también el honor de los altares) cuyos restos descansan en una iglesia en la ciudad helmántica, se les conoce como los Salmanticenses, ¡verdadera honra de la universidad bajo cuya sombra desarrollaron su labor luminosa! Estos cursos no son el resultado de un estudio seco del Aquinate sino que en sus adentros se palpa la santidad, incluso hasta el punto de influir uno de los grandes santos moralistas, ya no vinculado a la universidad salmantina. Me refiero al napolitano san Alfonso Ma. de Ligouri, fundador de los redentoristas, renombrado en la teología moral y Doctor Ecclesiae.

O incluso, de nuestras calendas, podían haberse incluido al afamado escriturista jesuita Luis Alonso Schökel quien nos dio la Palabra de Dios en un castellano bellísimo y florido que llegó a proclamarse en los púlpitos de la liturgia renovada. También al asturiano P. Alberto Colunga O.P. de una generación anterior de biblistas, pionero cual un Quixote, junto al albense Eloíno Nácar, en los campos áridos y vetustos repletos de monstruos fantasmagóricos de la traducción directa de la Palabra de Dios en lengua cervantina. Gracias a Schökel, Colunga y Nácar, quienes nos han regalado la santidad de la Palabra encarnada en la lengua española, los de habla castellana tenemos a mano la Palabra de Dios con que el Altísimo nos da su mano en aquel acto de la revelación, forjada en textos para la perpetuidad. Y todo ello ha dimanado de alguna forma del filón que es la Universidad de Salamanca en donde el primer gran exegeta católico, Joseph Marie Lagrange O.P., reseñado en este libro que estamos reseñando, había iniciado su aprendizaje de las lenguas bíblicas antes de fundar la Escuela Bíblica de Jerusalén en aquellos tiempos cuando la iglesia católica aún no había entrado en la modernidad exegética.  En esta, como bien se sabe, nos adelantaron los protestantes.

Lo mismo puede decirse de muchos frailes dominicos que fueron verdaderos santos por ser profetas ante los opresores, por ejemplo, empezando con Francisco de Vitoria, Domingo Báñez y los maestros de la inigualable Escuela de Salamanca (incluyendo el primero obispo de Filipinas con fama de santidad, Domingo de Salazar), que moraban en San Esteban y hacia los cuales se descubría la cabeza don Miguel de Unamuno en sus paseos incontables que lo llevaban a pasar frente a dicha morada de sabiduría y santidad.  Cabe recordar que sin ser alumno de la universidad, san Ignacio de Loyola, estudiante de París (como lo había sido Francisco de Vitoria), tuvo que presentarse ante los profesores salmantinos para justificar su experiencia mística, incluso hasta el punto de recluirse en la cárcel conventual del monasterio dominicano.  Mas los caminos emprendidos por este gran santo y místico ya son otro cantar.

Hay otros personajes que trabajaron a la sombra de la universidad sin entrar directamente en esta pero la sombra del alma mater salmantina es luz que no solo brilla sino que sobre todo ilumina, siendo faro arraigado en la meseta de Castilla pero destinado a los mares del ultramar, más allá de los consabidos esquemas y delimitadas fronteras. Está claro que la inclusión de tales nombres desbordaría el propósito razonable de este volumen. Pero al hablar de Salamanca es inevitable la crecida y riada —por la que la razonabilidad crece y madura en la aspereza y lobreguez de la historia—, pues por sí Salamanca significa derramar ríos y ríos de tinta, en busca del mar insondable, ¡gran cantar!, como gritara el vate trágico de origen hispalense, en donde todo es naufragio o, para muchos, senda hacia el puerto, como en el caso de aquellos grandes exploradores que llegaron a América y Filipinas.  No cabe duda de que Salamanca es ante todo tierra de aventureros, con el incansable Tormes como preludio a esos tumultuosos océanos de misterio. En Salamanca, el claustro universitario ha infundido saber en los santos y estos han salpicado con su santidad las cátedras, los bancos y los pasillos.  Este libro es testimonio de esta simbiosis y es invitación a más exploraciones incluso salpicaduras y aventuras.

Mas la aventura más perdurable es la del saber cuyo reto es convertirse cada vez más en santidad sobre todo en esta época de falsedades y artificialidades en que la inteligencia se deja manipular por ideologías que carecen precisamente de sabiduría y ética. Antes de los ya mencionados ensayos sobre las figuras próceres en este volumen, Enrique Cabrero Morán nos ha regalado un escrito (pp14-15) evocando desde perspectivas diversas ‘el Cielo de Salamanca’, obra de arte incomparable, metáfora incandescente que simboliza la cosmogonía de tradiciones y cosmología de innovaciones cuyo despliegue es la cosmografía de comuniones que convergen en retos secularizados, pues el saber se viven en el siglo, de ocho siglos exactamente, y el peso que todo esto conlleva, cuyo peso todavía se lleva. Basten como botón de muestra los nombres de Fray Luis, Nebrija y Unamuno para recordar que el peso es responsabilidad y no solo prestigio. Incluso Cristóbal Colón tuvo que ‘pasar’ por estas aulas para que su aventura recibiese el visto bueno codiciado por el que se abrieron nuevas fronteras y eras en nuestra geografía física, mental y espiritual.  Esta apertura es camino hacia la trascendencia de tal forma que todo saber, todo navegar, todo explorar para arribar hacia la cima trascendente ha de siempre regresar a la fuente que es interior e íntegra, cuyo manar se oye, de noche hasta la llegada de una nueva alba en el horizonte.

El sigilo de los siglos ha sellado de forma definitiva el imperativo de seguir hilando en el reto de unir saber y santidad en verdadera sabiduría incluso hasta el punto de pasar desapercibidos y desconocidos para muchos que otean el mismo horizonte. Mas el alma mater sigue llamando, clamando, lanzando este reto de seguir faenando honradamente por los bosques de empeño, navegando por los mares de los que el saber ha de ser dueño, labrando las piezas para convertir santamente en realidad nuestro sueño.  Y la santidad consiste en nada menos participar íntegramente del saber y hacer que los demás asimismo participen en ello íntegramente.

Este reto, que es nada menos que dar la mano, no ha perdido nada de su luz y vigencia gracias a esta benemérita obra cuya publicación merece inscribirse en los anales con tinta de oro, pues su tema es sonoro.  Hasta el punto de llegar a ser clamoroso y estruendoso, superando los límites geográficos del suelo charro.  Ahí está el verdadero significado de Salmantica Docet et Sanctificat, cuyos acordes son como un Magníficat, en donde confluyen inteligencia y vivencia. Gracias a los esfuerzos coordinados por los profesores Emiliano Fernández Vallina y Antonio Heredia Soriano, estos acordes sonarán durante mucho tiempo. Y en el futuro seguramente se derramarán más ríos de tinta sobre los temas y personajes explorados en este volumen reseñado.

Ciertamente, la publicación de este magnífico volumen bajo la dirección de los dos estudiosos solventes mencionados, cada uno experto en sus áreas —Fernández en estudios medievales mientras que Heredia en investigaciones sobre la ilustración sobre todo decimonónica—, es augurio de que los avatares y hados de la historia tendrán a nuestra querida universidad de la mano en medio de los vaivenes del porvenir con sus corrientes, tendencias, modas.  

Por este tándem formidable que ha dirigido esta empresa muy noble y por los autores que generosamente han colaborado en la confección de este libro muy significativo —todos ellos que se dieron las manos para regalarnos un tapiz multicolor luminoso y asombroso—, juntamos las palmas de nuestras manos para que resuenen, en medio del gran vacío cultural, nuestros aplausos de agradecimiento y reconocimiento, pues como alumnos del alma mater salmantina hemos de reconocernos en el ejemplo y en el ideal de nuestros santos que compartieron aulas y bancos con nosotros y a quienes suplicamos, en nuestras tribulaciones, que nos tiendan la mano, máxime en esta época de abundancia de inteligencia artificial pero con falta de inteligencia humana y racional; en estos tiempos caracterizados por querer acapararlo todo, tenerlo todo en la mano como técnicos y eruditos en vez de ofrecer, dar la mano como verdaderos sabios y santos.

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