Las grandes tradiciones religiosas y la neurociencia cruzan sus caminos La revolución de la fraternidad

(Paloma Rosado).- Libertad, igualdad y... el valor olvidado, la cualidad descatalogada del vocabulario moderno, el ideal despojado de su dimensión ilustrada. La arquitectura construída sobre la triple consigna nacida en la Revolución Francesa -y principio de nuestra modernidad- lleva años desnivelada. En nombre de las dos primeras se han llevado a cabo experimentos socio-políticos importantes, como la democracia y el comunismo por ejemplo pero, ¿qué ha pasado con la fraternidad?

Nada o casi nada, por desgracia. Así lo han señalado ya pensadores como Sampedro, teólogos como Pagola y científicos como Csikszentmihalyi. Pero ¿en qué panorama tendría que desenvolverse hoy si fuese invocada? "La historia está atrapada en estos momentos por el poder del Dinero que, en vez de estar al servicio de las verdaderas necesidades de la humanidad, va minando las democracias y destruyendo a los pueblos sometiéndolo todo al interés de los más poderosos" denuncia el sacerdote Jose Antonio Pagola. La sustitución de la búsqueda del bien común y la cooperación por la competencia, la rivalidad y el capitalismo neoliberal cimentan el origen del problema, apunta Pagola.

Pero el pesimismo que inspira esta panorámica ha encontrado un poderoso contendiente en el campo de la neurociencia. Cuando en los años 80 se incorporaron a los laboratorios de psicología las técnicas de neuroimagen para estudiar el cerebro, se obtuvieron unas sorprendentes evidencias. Desde entonces se puede observar cómo las zonas cerebrales relacionadas con la felicidad se activan cuando se expone a un individuo a estímulos que le provocaban empatía, compasión, una respuesta altruista...

"La emoción y actitud más típicamente humana es la compasión -explica el jesuita y psicólogo Jose Antonio García Monge. En los grandes seres humanos de la Historia desde Buda a Jesús, Gandhi, Martin Luther King, Nelson Mandela... la compasión y el sentido de la fraternidad solidaria ha sido una de las más importantes huellas". La evidencia científica de que la felicidad del ser humano pasa por la fraternidad, en sus diferentes manifestaciones, y la certeza de que el fin de nuestra existencia es alcanzar la felicidad marcan con nitidez un camino existencial que aunque no es nuevo, sí adquiere un matiz novedoso por los hechos experimentales recientes.

Así, la divulgación de estos estudios irá transformando diferentes sectores y especialmente la educación y la familia porque ¿quién no quiere tener un hijo feliz? "En la familia y en los tres primeros años de vida se aprenden los valores que más nos van a marcar en la vida y los más difíciles de cambiar después, para bien o para mal. Y la fraternidad es uno de los valores primarios a enseñar a los hijos si somos cristianos, algo que sucede por osmosis" explica el dominico Cosme Puerto, especialista en familia.

Sin embargo, continúa Puerto, la familia cristiana necesita aún madurar en este proceso porque "hoy no marca con él y con el ejemplo, a sus hijos". Cada familia necesita convertirse en una comunidad fraterna en sí misma y en un espacio de ensayo protegido donde el niño aprenda a gestionar el éxito y el fracaso, la aceptación y el rechazo, la firmeza y la flexibilidad... desde una nueva perspectiva y experimentando la aceptación fraterna que le permite desarrollar las tres necesidades psicológicas básicas del ser humano: "crear (ser útil), amar y ser amado y comprender (alcanzar una cosmovisión)" explica García Monge.

En el libro "La revolución de la fraternidad" (editorial Destino) yo hablo de esta nueva mirada sobre la felicidad humana, destacando algunos de los últimos estudios que ayudan a señalar un camino personal y relacional fraterno. El tiempo de ocio, la pareja, la actitud ante la muerte, las soluciones creativas ante los conflictos o las respuestas a los males que menoscaban la dignidad humana están -entre otros- en el centro de la revolución de la fraternidad que ya viene. Una invitación que nos razona la neurociencia y que nos inspira la tradición espiritual.

Porque después de siglos de pugna parece que, por primera vez, ciencia y religión no compiten sino que comparten intereses y conclusiones sobre la felicidad y el amor, al menos grosso modo. Y entre ellas, destaca el proyecto cristiano. "Jesús el COMPASIVO marcó un rumbo para lo humano y lo religioso que culmina en la compasión fraterna" explica García Monge, quien sitúa esta cualidad en el centro de todas las relaciones humanas sanas, incluida la del psicoterapeuta con su paciente. "La gran aportación de Jesús a una ‘revolución de la fraternidad' se puede resumir así: Jesús introduce en la historia la fe en un Dios, Padre de todos los seres humanos, llamados por ello mismo a relacionarse de forma fraterna. Y convoca a todos a trabajar por el Proyecto que tiene ese Padre: una convivencia más justa, digna y dichosa para todos, empezando por los últimos (Jesús lo llamaba ‘reino de Dios'). Así, propone un principio básico de actuación para caminar hacia una convivencia más fraterna: reaccionar ante el sufrimiento de las víctimas con compasión activa y solidaria, erradicando las causas y aliviando los sufrimientos" resume Jose Antonio Pagola quien comparte visión con Cosme Puerto cuando define el proyecto de la revolución de la fraternidad como "la utopía de Jesús que en su tiempo y hoy nos debe mover a cambiar".

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