El Bautismo de Juan
“Sucedió que Juan el Bautista se presentó en el desierto bautizando a la gente. Les decía que se convirtieran a Dios y ser bautizados, para que Dios les perdonase sus pecados. De toda la región de Judea y de la ciudad de Jerusalén salían a oírle. Confesaban sus pecados y Juan los bautizaba en el río Jordán.
En su proclamación decía: Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme para desatar la correa de sus sandalias. Yo os bautizado con agua, pero él os bautizará con el Espíritu Santo” (Cfr. Mc 1, 4-8).
El bautismo de conversión de los pecados, por el austero Juan Bautista, comenta el P. Jean Pierre Olivier, se sitúa antes del anuncio del Reino por Jesús. Este texto nos hace pasar del bautismo del agua al del Espíritu Santo. La conversión no puede contentarse simplemente de un cambio de conducta. Aunque esto mejore la imagen, es sólo un cambio exterior, como el agua del Jordán que no penetra en el interior de la persona.
Jesús bautiza en el Espíritu Santo. No se trata de un ceremonial sino de un don: el de una Persona de la Trinidad en nuestro propio interior, que habita nuestra carne. No es cuestión de un rito más o menos mágico o simbólico sino de entrar en la experiencia de una relación de persona a persona. El bautismo es mucho más que un ticket que me da entrada a la Iglesia y a los derechos del cielo. Es un sello que se imprime en aquel que ama y conoce a Dios porque ha nacido de Dios. Poco importa ser judío o griego, rico o pobre, esclavo o libre, hombre o mujer. Lo único importante en el bautizado por el Espíritu es amar como Jesús amó y se entregó hasta verter su última gota de sangre por amor.Texto: Hna. María Núria Gaza.