Los que nos creemos gente bien, en Noche Buena somos los que tenemos que situarnos los últimos de la cola para ir a adorar al Recién Nacido. En la noche de Navidad son los pastores, marginados de la sociedad de Israel, los primeros que corren al oír la invitación de los ángeles, a adorar al Niño Dios.
Ahí se cumple lo que Jesús dijo que los últimos serían los primeros en su Reino.
En el portal de Belén no encontramos ni a sabios ni a poderosos, ni a los teólogos de la época; claro está, que allí están bien presentes José y María, que llenos de admiración contemplan al recién nacido. Tampoco ellos se creían ser los mejores, sólo eran
dos personas que humildemente aceptaron lo que Dios les pedía y que cambió por completo sus planes.
Buena lección la que encontramos en esta admirable noche. Si quiero ser de los primeros, tengo que despojarme de la vanagloria,
bajar a lo más profundo de mí ser pecador para que, a este pequeño venido en la más llamativa humildad, le suplique que venga en mi persona y me enseñe lo que es la humillación.
Es, en el portal de Belén y en la cruz, que Jesús nos enseña la humildad:
Nacido en la pobreza, despojado de todo honor muere como malhechor con la muerte más humillante, muerte en cruz y entre dos malhechores. Texto: Hna. María Nuria Gaza.