Examen de izquierdas

Es tópica la afirmación de que la derecha está siempre unida porque la unen intereses, y la izquierda siempre desunida porque la unen ideales. La imagen vuelve a ser desgraciadamente actual. Pero, para afrontarla mejor, convendría examinar un poco más la identidad de la izquierda.

En realidad hay dos clases de izquierda. Cabría llamarlas izquierda-Voltaire e izquierda-Marx. La primera es anticlerical, antimonárquica, irónica y simpática; pero profundamente burguesa: recordemos el célebre verso de Voltaire (“lo superfluo ¡tan necesario!”) y su defensa de la esclavitud para que no subiera el precio del cacao.

La segunda está marcada por el carácter judío de Marx y su conocimiento de los profetas de Israel. Con todos sus defectos, Marx vivió pobre y sólo para una causa: la apuesta incondicional por las víctimas de este sistema cruel. Sus supersticiones sobre el paraíso futuro son muy ingenuas, aunque comprensibles como estímulo para mantener esa lucha.

Nuestras izquierdas deben preguntarse si llevan el apellido de Voltaire o el de Marx. Las reivindicaciones culturales del primero, por legítimas que sean algunas, son secundarias respecto a las exigencias sociales del segundo; y pueden esperar. Pero no es así: antaño dije que el PSOE comenzó a desnaturalizarse cuando Cuca Solana proclamó que “los socialistas también tenemos derecho a veranear en Marbella”. Y no: mientras exista un solo hambriento en este país, ningún verdadero izquierdista tiene derecho a eso. Eso queda para los Granados y demás.

También ERC está sacrificando los aspectos verdaderamente izquierdosos (la causa de los pobres) a otras reivindicaciones menos significativas hoy, como la república. Decir que somos un partido con vocación de gobierno es una sandez: hay que procurar ser un partido que merezca ser llamado a gobernar, un mérito que no parece tenerlo un PSOE convertido en una olla de grillos. Tras el 26J, los líderes de nuestras izquierdas no fueron capaces de encontrarse ninguna culpa que justificara su fracaso. Más ben entonaron himnos a su grupo, como si fueran fundamentalistas religiosos gringos. Pablo Iglesias podrá decir que la gente les ha tenido miedo: pero evita reconocer cuánta culpa han tenido ellos en ese miedo, anunciando paraísos cuando, a lo más que se podía aspirar, era a pasar de lo malo a lo regular…

En un país con una deuda grande, con la probabilidad de una multa de Bruselas (más probable si ganan las izquierdas), con lo mejor de su juventud emigrada y donde un gobierno sin escrúpulos se ha comido en 4 años casi dos terceras partes del fondo de la seguridad social, el miedo no se debía sólo a las sórdidas calumnias del PP (“financiados por Venezuela e Irán”, como las cuentas de Trías en Suiza etc.), sino sobre todo a que ellos daban la sensación de no saber en qué país estaban. Es como si, ante un enfermo con cáncer, el médico que lo lleva (y que es responsable en buena parte) promete seguir con el tratamiento habitual, mientras otro médico promete que en dos semanas el enfermo podrá participar como atleta en los juegos olímpicos. ¿Qué elección quedaría a la pobre familia?

Pero no hace falta apelar a Marx: quizás podríamos haber hablado directamente de la “izquierda-Jesús”: esa izquierda es esencialmente ética. Y, en la medida en que quiera ser verdaderamente cristiana, implicará erigir a las víctimas del planeta en señores absolutos, sin caer en la ingenua vanidad de creerse mejor por eso. Eso permite concluir que la palabra que mejor puede designar la identidad de izquierdas es la palabra igualdad. Lo cual implica dos cosas: por un lado, el trabajo por una sociedad mucho más justa e igualitaria que la nuestra.

Y por otro lado, el diálogo: precisamente porque todos los seres humanos son iguales, todos merecen respeto y pueden ser considerados como interlocutores, para ver qué se puede sacar de ellos que no debilite mis convicciones pero quizá las complete. En Jesús, la denuncia de injusticias, que fue tan dura, nunca estuvo reñida con su apertura todos los seres humanos concretos. Y ello sólo brotará de una izquierda no hinchada por la vanidad sino henchida de amor a las víctimas de este sistema cruel. La izquierda es esencialmente dialogante: esas posturas ultras de “conmigo o contra mí”, de yo soy la verdad absoluta y los demás el eje del mal, y de que sólo nosotros podemos “echar demonios”, están bien para el inefable Bush junior, pero han contaminado demasiado a nuestras izquierdas.

Pero toda ética auténtica reclama realismo si no quiere acabar en fariseísmo o en cuento de hadas. La izquierda debe abandonar ese engaño de que nuestra sociedad es mayoritariamente de izquierdas. Eso valdría quizá para la izquierda-Voltaire (o para la ambigua palabra “progresismo”), pero no vale para la izquierda-Marx. Entre “progres” y “pobres” está el verdadero dilema.

Nuestras izquierdas deben saber que nuestra sociedad es mayoritariamente conservadora porque: a) está conducida por el miedo: miedo de los potentados y corruptos a perder sus privilegios; y miedo de las clases medias a perder lo poco que tienen. Y b) el bajo nivel de nuestra educación, centrada hoy en formar técnicos más que personas, en olvidar las humanidades (que, por lo menos te enseñan que las cosas son complicadas y los simplismos nefastos), y en predicar el derecho al placer más que la llamada a la solidaridad, fomenta ese conservadurismo.

Por poner un ejemplo de hoy: en Badalona se ha creado un conflicto innecesario e inútil, con la manía de no celebrar como festivo el 12 de octubre porque es aniversario de un genocidio. No dudo de la buena voluntad de la alcaldesa, y creo también que hubo genocidio. Pero seguramente esa alcaldesa bienintencionada desconoce que, además del genocidio, hubo una serie de nombres como Antonio de Montesinos, Bartolomé de Las Casas, Toribio de Mogrovejo, Cristóbal Pedraza, A. de Valdivieso y varios más (Francisco de Vitoria en España), que plantaron cara a los conquistadores y gracias a ellos se han conservado el guaraní, el quechua, el aimara, el náhuatl en México y varias lenguas más. Cosa que no pasó en el norte de América. Sería mucho más hábil celebrar estos nombres y dar así la vuelta a la ambigüedad de esta fiesta. En cambio, tal como se ha hecho, más que como un acto revolucionario, se queda como un nuevo episodio para el “Celtiberia Show” del amigo Carandell.

Otro ejemplo para concluir: M.H. Enzensberger (premio Príncipe de Asturias) tiene una breve novelita (Siempre el dinero), en la que una tía supermillonaria (“lista y cínica”) explica a sus sobrinos cómo funciona eso de la economía: con absoluta lucidez sobre sus injusticias pero para añadir luego que eso no puede cambiarse porque los que pretendan cambiarlo caerán víctimas de su propia codicia en cuanto toquen un poco de poder. Luego de eso, como la tía no necesita falsas justificaciones, se permite añadir:

“a lo mejor Marx era un tipo despreciable pero, por lo menos, no era un charlatán y un hipócrita, (sino) un hombre inteligente e incorruptible… Tenía una vista de lince para darse cuenta de lo que sucedía… ¡Me hubiera gustado hablar con él!… Hace más de 150 años auguró que el capitalismo iba a terminar mal. Yo también lo veo así -le habría dicho-. Pero ¿cuándo se derrumbará exactamente?. Mientras Ud y yo vivamos no, ¿verdad?”.

Quizá pues la izquierda debería recuperar lo mejor de Marx, lo que hace que se tache al papa Francisco de “comunista” cuando proclama el evangelio: denunciar un sistema que mata, y las mil pseudojustificaciones que buscan cohonestarlo: que “las ideas dominantes son sólo las ideas de los que dominan”.

Decir estas cosas molesta mucho, pero creo que alguien tiene que decirlas. Y soy de los que menos tienen que perder por ello.
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