Sobre aparición de las extremas derechas UNA GRAN AMENAZA Y UNA GRAN JUSTIFICACIÒN
Tres presupuestos negativos de nuestra modernidad
Valores de la modernidad
Fracaso de la liberación sexual
Pérdida de contacto con la naturaleza
Reacción peligrosa: "cualquier coa con tal que no sea esto"
Dos ejemplos hipotéticos: Venezuela y nuestro poder judicial
Concluyendo: cuando en una "iglesia" (laica o religiosa) fallan los "eclesiásticos" se pierde la fe en el mensaje de esa iglesia...
Fracaso de la liberación sexual
Pérdida de contacto con la naturaleza
Reacción peligrosa: "cualquier coa con tal que no sea esto"
Dos ejemplos hipotéticos: Venezuela y nuestro poder judicial
Concluyendo: cuando en una "iglesia" (laica o religiosa) fallan los "eclesiásticos" se pierde la fe en el mensaje de esa iglesia...
Reacción peligrosa: "cualquier coa con tal que no sea esto"
Dos ejemplos hipotéticos: Venezuela y nuestro poder judicial
Concluyendo: cuando en una "iglesia" (laica o religiosa) fallan los "eclesiásticos" se pierde la fe en el mensaje de esa iglesia...
Concluyendo: cuando en una "iglesia" (laica o religiosa) fallan los "eclesiásticos" se pierde la fe en el mensaje de esa iglesia...
| Joé Ignacio González Faus
(NB. Por su extensión, estas reflexiones son más dignas de un artículo escrito. Pero si las mando a una revista no aparecerán hasta allá por noviembre o diciembre. Y puede que entonces ya sea demasiado tarde. Arréglese el lector como pueda).
Llevo un tiempo tratando de entender este fenómeno de las extremas derechas. Voy llegando a la conclusión de que no se trata solo de un evento sociopolítico, sino cultural: la gente que les vota ya no buscan algún cambio de tipo económico o social o alguna mejora de nuestras enclenques democracias: a todo eso parece que ya se han resignado.
Dando por evidente que sus votos no son en favor de algo, sino en contra de la situación presente, creo que lo que buscan en realidad es un sentido para sus vidas: salir de una oferta de sinsentido que es lo único que parece ofrecer la cultura actual, y que se refleja en esa nueva pandemia de tentaciones de suicidio y demanda de terapias psicológicas. Una pandemia de la cual los Medios de Comunicación harán bien en no hablar, para no servir de aliciente a otros, pero que no por eso deberían dejar de examinar a fondo[1].
Si es verdad el diagnóstico anterior, se sigue que lo que refleja ese engañoso crecimiento de nuestras extremas derechas es simplemente el fracaso ya definitivo de la oferta vital de nuestra modernidad: la modernidad ha muerto y no tenemos nada con que sustituirla: eso explica la tremenda seriedad de nuestra crisis y esa especie de palos de ciego con que buscamos algo distinto para sustituirla. Vamos a analizar esto un poco más.
Pero antes quiero declarar mi preocupación porque la historia enseña que cuando el votante se pone en ese plan de: “cualquier cosa con tal que sea distinta de lo que hay”, acaba siendo manipulado por unos poderes nefastos, y aún peores que “lo que hay”: creo que así es como triunfó el franquismo y, mucho más claro, el nazismo de Hitler. Cuidado pues. Pero, a pesar de todo, vamos al análisis anunciado.
1.- El fin de la modernidad.
Más allá de lo que fueron sugiriendo fenómenos o etiquetas como la de posmodernidad etc., creo que hay tres principios o tres presupuestos casi inconscientes de nuestra querida modernidad, que hoy se revelan muy negativos.
- a- El primero está formulado en aquella constatación de un famoso sociólogo: “dejamos el cielo para bajarlo a la tierra y hoy estamos sin cielo y sin tierra”. La modernidad nos ha conducido hasta una situación sin esperanza. Y sin esperanza no podemos sobrevivir los humanos. Lo cual de ningún modo significa una vuelta a aquel otro principio pseudorreligioso de apelar al cielo para desentenderse la tierra. Sino más bien recuperar el cielo para dirigir hacia él la tierra.
- b- La modernidad cayó en un profundo desconocimiento de la pecaminosidad humana: tanto de nuestra increíble fragilidad como de nuestra innata inclinación al mal. Sin que eso pueda justificarse por el rechazo de la infeliz expresión “pecado original”. Pues se podría haber hablado simplemente (con expresiones de autores no religiosos) tanto de “la caída” de Camus, como de la “mala fe” sartriana.
- c- Finalmente, y como consecuencia de los dos anteriores, señalemos el individualismo exagerado y deforme de la modernidad, con esa credulidad ingenua en que la afirmación del individuo llevaba a la afirmación del otro (y no más ben a su negación o su utilización): que la afirmación moderna de la libertad, llevaba a la igualdad y la fraternidad en vez de alzarse contra ellas. Que es lo que ha pasado.
Son estas tres experiencias muy actuales, que explican el fracaso de la modernidad a pesar de sus innegables innovaciones (razón crítica y progreso) que tanto facilitaron su expansión y su crecimiento, y a las que ahora aludiré.
2.- Valores de la modernidad
a.- El momento dorado de la cristiandad tuvo el acierto de recuperar la razón, gracias a Tomás de Aquino, que alguna bofetada recibió por ello. Pero era una recuperación solo positiva: en la síntesis fe-razón. No se supo luego recobrar también la razón crítica, con los intentos de Occam o los nominalistas; y no digamos nada de los reformadores posteriores.
La modernidad esgrimió esa razón crítica; pero olvidó por completo que nuestra razón (incluso la más “pura”) tiene siempre unos condicionamientos ineludibles, sean de carácter epistemológico (que Kant llamó “categorías”), o de carácter psicológico (que Freud llamará inconsciente). La razón crítica se convirtió así en un arma contra los demás, dejando de ser una capacidad de autoexamen y de autocrítica. Creo que eso lo sufrimos mucho hoy en la manera de argumentar de algunos políticos.
b.- Contra una iglesia de cristiandad, que había olvidado que a todo “ya-sí” cristiano le acompaña un “todavía-no”, la modernidad redescubrió y recuperó la posibilidad del progreso. Pero hoy hemos descubierto que ese progreso se construyó casi siempre a costa de víctimas (cosa que Hegel ya reconoció y aceptó). Y se está convirtiendo además en un progreso que puede acabar destruyendo el planeta o destruyéndonos a nosotros.
Ahí está la amenaza de las armas nucleares, y la más actual de la llamada “inteligencia artificial (IA), de la cual temen muchos que, a pesar de las advertencias constantes para que se la use de manera humana, esa advertencia servirá para muy poco (como ocurrió ya con el armamento atómico). Y eso por dos razones: porque la IA está toda ella en manos de los grandes poderes económicos que la usarán en beneficio propio; y porque China y Estados Unidos están compitiendo sin escrúpulos en ganar esa carrera de la IA, como forma de dominar el mundo futuro. El control ético de la IA no se hará (si se hace) más que después de alguna caída seria: como fueron los bombardeos atómicos de Hiroshima Y Nagasaki para el tema armamentista.
Y estos análisis pueden pasar también de lo más social y comunitario a lo más individual.
3.- El fracaso de la liberación sexual.
Por supuesto, tampoco se trata aquí de negar avances y aportaciones muy importantes, pero sí de constatar algunos contrapesos inesperados y muy serios.
En primer lugar, el horror de la violencia machista que sigue imparable a un ritmo aproximado de asesinato por semana, y a la que parece que ya nos hemos resignado, sin que exista ningún estudio psicológico serio sobre sus causas y procesos. Y eso precisamente en la hora del feminismo.
En segundo lugar, la aparición de la pederastia. Dejando ahora sin comentar el gran pecado de la pederastia clerical y las culpas de tantas autoridades eclesiástica en este campo (como autores o encubridores)[2], y ciñéndonos solo a los casos civiles, parece que nos negamos a reconocer y a publicar que, en marzo de 1977, un documento de toda la izquierda francesa con más de 70 firmas (entre ellas Sartre, Simone de Beauvoir, Foucault, Deleuze, Lyotard…) reclamaba la bondad y el derecho de la pederastia contra mil argumentos tachados de “ñoños”, y como una forma de favorecer la iniciación sexual de los menores. Ese texto es fácilmente accesible por internet, aunque ninguno de nuestros fundamentalistas modernos se haya preocupado por conocerlo y darlo a conocer[3].
Pero además de esos dos desastres concretos, está la clara decepción actual ante las promesas de la sexualidad. Separada del amor, o identificada sin más con él, la revolución de la modernidad ha hecho desaparecer prácticamente las relaciones vinculantes entre sexualidad y pareja, que hoy casi solo existen por motivos religiosos o tradicionales (o a la hora de hacerse una foto pública, para presentarse a algún cargo político o deportivo…).
Cuando la sexualidad estaba reservada a la relación de pareja eso le daba a ésta un carácter especial que ahora ha desaparecido, en lo que otra vez califiqué como el amor hecho “polvo”. Los hijos, que antes eran factor de unidad, son ahora muchas veces factor de división porque cada miembro de la pareja procura ponerlos de su parte contra el otro. Y hay que prescindir ahora del dolor y los problemas que esto suscita en muchos adolescentes: porque otro de los principios tácitos de nuestra actual modernidad es que derechos solo tienen los que tienen fuerza y dinero para defenderlos.
Mientras redacto lo anterior me voy diciendo que tanto los curas como los médicos debemos tener muy presente que quienes acuden a nosotros son la gente que necesita ayuda y no la que cabría llamar “normal”. Pero aun así, es verdad también que son precisamente los médicos los que pueden advertir con más autoridad y credibilidad, sobre nuevas amenazas sanitarias.
En cualquier caso, me parece hoy innegable que la revolución sexual de nuestra modernidad no ha aportado más felicidad, sino solo un sexo de consumo, más cercano a lo que puede ser en muchos casos el alcohol, que a la verdadera plenitud humana. Como sucede tantas veces, lo que se ha ganado en extensión se ha perdido en profundidad. No hace mucho me explicaba un chaval que hoy tener una relación es casi tan sencillo como tomarse una coca-cola: el problema entonces es que no se puede pedir a una relación sexual más de lo que se pide a una coca-cola. Y sin embargo el impulso que lleva a aquella es inmensamente mayor del que invita a esta otra[4].
4.- Pérdida de contacto con la naturaleza
Aun prescindiendo de la batalla ecológica (que temo hemos perdido ya), la modernidad ha provocado unas megápolis inhumanas e invivibles, pero favorables a los intereses económicos del capitalismo, que prefiere tener todas las empresas a mano. Esto acaba teniendo una repercusión humana muy importante.
Utilizando el expresivo título del sociólogo alemán Hartmut Rosa “Resonancia”[5] (como repercusión o reacción primaria del hombre ante su entorno), cabe decir que no hay igual resonancia en un entorno de paredes, ladrillos y máquinas que en un entorno de bosques, flores y animales. En el primer caso el mundo “no da más de sí”; en el segundo siempre hay una apertura y con ella una promesa. En el primer caso no cabe más esperanza que la de una mayor “comodidad”, pero sin sentido: todo lo demás está cerrado. En el segundo caso queda siempre abierta la posibilidad y la invitación a seguir buscando.
Pero este tipo de argumentación ha sido siempre despreciado, como fantasías líricas o cosa parecida, por todos los economistas acreditados. No sin aparente razón: porque para los ricos la vida tiene un único sentido que es enriquecerse más. Pero a los que están fuera de esa órbita ya no les cabe buscar un sentido de la vida en las “migajas” que puedan caerles. La experiencia del sinsentido es evidente. Y de ahí la reacción que estamos analizando: “¡cualquier cosa menos esto!”.
Pequeño balance.
Con estas reflexiones he intentado formular la sensación que creo tiene hoy mucha gente: “¡cualquier otra cosa que no sea esto!”; y que amenaza con acabar siendo manipulada por otros poderes, como dije al comienzo. Si mi análisis es correcto hay además otra dificultad. Y es que la modernidad es tan reacia a recibir críticas como lo era la Iglesia en tiempos de la cristiandad: siempre parece que las críticas solo pueden venir de una mentalidad antimoderna o de falta de amor.
Al llegar aquí no puedo menos de recordar la célebre discusión entre Simone de Beauvoir y Simone Weil, que narra la primera en sus Mémoires d’ une jeune fille rangée. Hace cosa de unos cien años, y en plena Sorbona. La primera (paradigma de nuestra izquierda burguesa) argumentaba que era urgente dar un sentido a la vida de los hombres, La segunda (la “virgen roja” como la llamaban en tono algo despectivo sus compañeros), argüía que lo que hay que dar a todo el mundo es pan; y que desconocer eso significaba no haber pasado nunca hambre. Cerca de un siglo después nos encontramos con que (aunque se dice que el planeta puede alimentar a unos 13000 millones) en esta tierra de hoy tenemos casi 800 millones de hambrientos y más de mil millones en eso que eufemísticamente hemos dado en llamar precariedad. Mientras que un uno por cien de nuestra humanidad, dispone de mucho más de la mitad de toda la riqueza del planeta.
Si cien años después las cosas están así, parece que la propuesta de Simone Weil ha perdido sentido. Pero lo mismo sucede con la de su contrincante, si el sentido que damos a la vida permite construir un planeta como éste. Esto es lo que sin saber formularlo siente o intuye hoy mucha gente. Y lo que lleva a pensar (equivocadamente) que cualquier otra cosa puede ser mejor… Si matar a miles de inocentes (niños, mujeres entre ellos) es la “lucha de la civilización contra la barbarie” (argumento literal de B. Netanyahu), parece claro que esa civilización ha dejado de ser tal.
Y a ese 1% (o estirando hasta el 10%), que son casi los únicos para los que la vida tiene un sentido que es aumentar su riqueza, me atrevo a recomendarles unos cuantos textos de un tal Juan Crisóstomo (del s. VI), donde encontrarán unas descripciones de los ricos (unos retratos suyos) que hoy cabe multiplicar por diez[6]. El rico está en el nivel más bajo de inhumanidad, mientras se cree lo contrario. Tanto que cabe decir que la primera obligación de un rico hoy, es dejar de serlo. Pero eso es imposible porque Jesús de Nazaret ya avisaba de que los ricos son “ciegos”. Doblemente ciegos: porque no ven y porque no se dan cuenta de que no ven. Y esa ceguera solo se cura con un milagro.
Apéndice: Dos ejemplos hipotéticos
1.- Venezuela como espejo.- Podría terminar aquí; pero creo que la situación actual de Venezuela puede servir como símbolo de lo dicho. Maduro, como ahora diré, no tiene para mí ningún crédito. Pero el problema es que quien pretende hacer oficial este juicio, tiene todavía menos crédito que Maduro: y me refiero ahora a Estados Unido y sus presidentes de uno y otro lado. ¿Qué credibilidad puede tener un país que mintió descaradamente al mundo para invadir Irak y crear una situación peor que la que pretendía arreglar? ¿Un país cargado de crímenes de guerra no reconocidos y que se niega a reconocer al Tribunal Penal Internacional que pretende imponer a otros? ¿Un país donde se exhibe el número de millones de dólares con que cuenta cada candidato, como indicio del pronóstico electoral?
Si Maduro creo que ha estropeado la obra de Chávez, Estados Unidos ha estropeado algo mucho mayor: toda la promesa de nuestra modernidad. La Venezuela anterior a Chávez era quizás el peor país de toda América Latina: un país perezoso que vivía a costa del petróleo, con una corrupción gubernamental impresionante y con unos niveles enormes de miseria, injustificables en país tan rico: la imagen de aquella Caracas (una planicie de riqueza rodeada por mil montículos de pobreza) puede ser un símbolo de aquel país. Y lo que la oposición a Maduro tiene que declarar hoy de manera expresa es si pretenden simplemente regresar a la Venezuela de Carlos Andrés Pérez (el presidente destituido por corrupto), o pretenden otra cosa: si son de aquellos rezadores que oraban diciendo: “gracias Dios mío por todo lo que tengo”, pero nunca rezaron pidiendo: “Señor, dime qué debo hacer con lo que tengo”… Porque si es para lo primero, no vale la pena armar nuevo “caracazos”.
Con todos sus defectos, Chávez arregló bastante de aquella situación. De ahí que la palabra “chavismo” se haya convertido hoy en el mejor insulto que tiene la injusticia oficial, tan carente de argumentos, para desacreditar toda pretensión de arreglo. Maduro, por el otro lado, no ha sabido continuar la obra de Chávez y ha facilitado su descrédito convirtiéndose en un mero ideólogo barato de esas pseudoizquierdas que justifican sus errores apelando a grandes palabras revolucionarias ya vacías.
Digamos si se quiere que no lo tenía fácil. Este mismo portal de Religión Digital publicó, si no recuerdo mal, el testimonio de una muchacha venezolana que hablaba así: “antes yo era pobre y votaba a Chávez. Chávez me sacó de la pobreza… y ahora voto a la derecha”. No creamos que eso es solo el testimonio de una persona traidora y poco noble. Es sobre todo que en nuestras elecciones que llamamos democráticas, hay una alta porción de voto que es simplemente el voto del miedo: los de un lado votan desde el miedo a que merme su fortuna; y en el otro votan muchos desde el miedo a perder lo poco que tienen. La democracia es muy poco compatible con la desigualdad y nuestras presuntas democracias de las que presumimos se dan en países cada vez más desiguales[7].
Bueno será pues que Maduro enseñe, tal como le piden, las actas electorales que demuestra su supuesta victoria. Elemental y nocivo para él cuanto más tarde en hacerlo. Pero buen y necesario es también que lo opositores declaren si lo que pretenden es regresar a la Venezuela anterior a Chávez: porque ya dije que para ese viaje no se necesitan alforjas.
- Aquí en casa
Y por si me equivoqué en este análisis donde pude faltarme información (y donde me remito a lo que piensen mis hermanos Pedro Trigo y Arturo Sosa que saben mucho más de Venezuela), en el país desde el que escribo, tenemos otro ejemplo más simple: aquella institución que está llamada a ser la más ejemplar, la menos apasionada y la más digna de crédito en una democracia, el llamado poder judicial, es hoy, en España, la institución más desacreditada y la que menos confianza inspira. Aun prescindiendo de los cinco años de escándalo de un poder judicial con cargos ya caducados, tenemos ahora el ridículo del nuevo CSPJ que no consigue elegir un presidente y, donde las votaciones de diez por un lado y diez por el otro se repiten una y otra vez, sin que personas tan dignas y tan ejemplares sean capaces de dialogar y llegar a un acuerdo (aunque sea el clásico de dos años para uno y dos años para el otro, que no sé si aquí es jurídicamente posible). Lo que sí sé es que, si los llamados a ser mejores dan este ejemplo, no se les puede pedir mucho a los demás ciudadanos, cuando solo saben expresar su hartazgo votando a la extrema derecha.
* * *
Concluyendo
Una conclusión en forma parabólica podríamos formularla así: la modernidad democrática había llegado a ser como una especie de “iglesia” laica que hermanaba a los hombres y mujeres de hoy. Ahora bien: cuando en una iglesia fallan los elementos propiamente eclesiásticos (clero y obispos), hay un peligro grave de que el pueblo pierda la fe en esa iglesia. Eso es lo que parece haber sucedido en nuestra modernidad y lo que explica las reacciones que he intentado comprender. Antes se podía pedir a esos “clérigos” que hicieran unos “ejercicios espirituales”. Hoy hay que pedirles, al menos, que hagan unos ejercicios de introspección.
[1] Ya cerrado este artículo, La Vanguardia del 6 de agosto habla de un tercio de la población con problemas psíquicos (ansiedad, insomnio, depresión…)
[2] En este sentido me he atrevido alguna vez a pensar en una posible “descanonización” de san Juan Pablo II: no porque deje de creer que fue una excelente persona y superior a mí, sino porque su conducta en el caso Maciel resulta hoy un mal ejemplo escandaloso. Y los santos deben ser ante todo ejemplos e interpelaciones. Quisiera recordar otra vez que, cuando el concilio de Trento consideró imposible la vuelta al sistema primitivo de elección de los obispos, dado el poder de las monarquías, y siguió reservando los nombramientos al obispo de Roma, aclaró en su decreto que los papas “pecarán mortalmente si no eligen a quienes crean ser más dignos y útiles para cada iglesia”, incluso “poniendo en juego su salvación eterna” (Sesión 24, Decreto de reforma, cap. 1. Coed, 735.36). Sin comentarios, visto lo que hemos visto. Pero ahora no tratamos de eso.
[3] Lo expuse un poco más en el epílogo al libro de Nicolás Castellanos El potencial femenino y la integración del ser humano en la nueva humanidad. Puedo añadir aquí que también que en 1978 se fundó en Estados Unidos la NAMBLA (North American Association for man and boy love) cuya finalidad era “apoyar los derechos tanto de los jóvenes como de los adultos a elegir los compañeros con los cuales desean compartir su cuerpo con vistas al placer” y que reclamaba la supresión de la edad de consentimiento y de toda clase de leyes que ponen trabas a la libre utilización de su cuerpo por los hombres y los adolescentes. Para no hacer otra clase de comentarios, evoquemos simplemente aquellos versos del poeta latino: “quantum mutatus ab illo”.
[4] Me resulta significativo que sea una mujer (y además premio Nobel de literatura: Annie Ernaux) quien se ha atrevido a escribir un libro (Pura pasión) en el que analiza hasta qué punto una pasión meramente sexual puede polarizar y esclavizar toda la vida de una persona.
[5] Ese título lleva como aclaración: “una sociología de la relación con el mundo”. Está traducido al castellano.
[6] En el cuaderno 234 de “Cristianismo y Justicia” (Ricos y pobres en el Nuevo Testamento) puede encontrarse un largo apéndice con textos de este autor. También en la obra antología Vicarios de Cristo los pobres, en las páginas correspondientes al Crisóstomo.
[7] Ver por favor el magnífico libro de varios sociólogos (K. Dörre, Nancy Fraser, St. Lessenich y H. Rosa: Qué falla en la democracia (Herder 2023)