El infierno de la política española, pavimentado de buenas intenciones
Ahora miremos a casa: Rajoy quiere defender la unidad de España, pero probablemente ha contribuido más al independentismo catalán que toda la Esquerra Republicana junta. Sánchez quiere impedir un gobierno inmoral como el que tuvimos estos años pasados. Pero, por su otro NO radical al diálogo con Podemos (y por no haber sabido ponerle a Rajoy unas condiciones serias e intocables para su abstención, de modo que fuera Rajoy el que tenía que decir que no), acabará forzando unas terceras elecciones, donde sospecho que el PP saldrá reforzado con más parlamentarios; y a Rajoy le será más fácil gobernar que con el incómodo parlamento actual.
El independentismo voluntarista catalán sólo ha conseguido dividir a Catalunya en dos mitades muy hostiles, como ya han advertido algunas jerarquía eclesiásticas. Podemos despertó muchas esperanzas al nacer y tuvo un arranque fulminante, pero su modo de comportarse le hizo perder un millón de votos en seis meses. Albert Rivera, que tantas lecciones ha dado de que es preciso dialogar con todos (porque eso es lo que nos ha pedido el pueblo) aun a costa de sacrificar cosas muy queridas para uno, se niega radicalmente a todo diálogo con los nacionalistas y con quienes les apoyan… Y así sucesivamente.
Total: en el Parlamento español convendría colgar un letrero con aquel verso famoso del Dante: “dejad toda esperanza los que entráis”. Y no se trata de juzgar moralmente a nadie. No estamos autorizados a decir de nadie que es una persona indecente, aunque pueda haber cometido acciones indecentes: porque nosotros no somos Dios, y el juicio sobre las personas sólo toca a Dios, como escribió aquel Pablo de Tarso que tantas conductas desaprobó por otra parte. Se trata simplemente de aquello tan machadiano y tan aplicable aquí: “candidatos no hay camino, se hará camino al andar”.
Eso significa que, aunque el fin de ninguna manera puede justificar medios inmorales, sí que reclama y necesita medios aptos para conducir hasta él. Si no, por grandes y bellos que nos parezcan nuestros fines, es posible que, al final, nos encontremos en el extremo opuesto. Claro que entonces ya encontraremos manera de justificarnos echando las culpas a otros. Porque, con permiso de Aristóteles, el ser humano no es propiamente un “animal racional” sino un animal autojustificante. Ya es bastante conocida aquella definición que alguien dio de los economistas: “ unos señores muy capacitados para explicar por qué han fracaso todas las predicciones que ellos habían hecho de cómo iban a ir las cosas”. Tiene su gracia, pero uno acaba pensando que así no son sólo los economistas. Así somos todos nosotros. ¿Por qué?...
No responderé a esa pregunta pero, por si ayuda, me gustaría despedirme citando a una de las grandes autoridades intelectuales del s. XX: ”las democracias políticas que no democratizan su sistema económico, son intrínsecamente inestables” (Bertrand Rusell). A lo mejor estamos presumiendo de ir a las playas de la democracia, pero sólo nos movemos en ellas con burkini. Vaya Usted a saber.